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ENVIADOS A CONTINUAR LA OBRA DE DIOS
Domingo de la ascensión del Señor, 16
de mayo de 2021
Hechos 1,1-11; Marcos 16,15-20
Carlos Pérez B., pbro.
Los católicos debemos ser lectores
asiduos de la Sagrada Escritura. Los católicos debemos formarnos en el
conocimiento de la Biblia, de una manera integral y madura, con discernimiento
del Espíritu, acorde con los conocimientos que hemos venido adquiriendo hasta
nuestros tiempos, porque Dios también nos habla por medio de nuestra realidad y
del acceso que tenemos a ella. Por eso, quiero comentar de esta manera la
Palabra que hoy se proclama en la fiesta de la ascensión del Señor.
Sólo san Lucas nos habla de este acontecimiento
de nuestro Señor Jesucristo, a los cuarenta días de haber resucitado. Así
termina el evangelio: "Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado
al cielo” (Lucas 24,51).
Por otra parte, en el libro de los Hechos, que se atribuye también a san Lucas,
del cual hemos tomado el pasaje que escuchamos como primera lectura, leemos: "Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta
que una nube lo ocultó a sus ojos”.
Los otros evangelistas no nos hablan de la ascensión. San Mateo nos
habla de su presencia resucitada permanente: "Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del
mundo” (Mateo 28,19). San Marcos había terminado su evangelio un poco
abruptamente, misteriosamente: un joven con túnica blanca envía a las mujeres y
a los demás discípulos a Galilea, diciéndoles que allá lo verán. Esto quiere
decir que a Jesús hay que buscarlo siempre en Galilea, y en las ‘Galileas’ de
nuestro tiempo, cualquier lugar del mundo que sea Galilea,
donde están los pobres, los enfermos, los impuros, los excluidos, los oprimidos. Un redactor posterior
agregó un segundo final a este evangelio según san Marcos, y es la lectura
evangélica de hoy. A partir del versículo 9, se ve claramente que esta
narración, más que marcana, es de tradición lucana, y nos lo dicen los elementos
que ahí encontramos, como la mención de María Magdalena de la que había
expulsado Jesús a siete demonios (ver Lucas 8,2), la mención de los discípulos
que iban a una aldea (ver Lucas 24), y la de su subida al cielo. Por su parte,
san Juan, en sus dos finales, sólo nos habla de las apariciones del resucitado,
no de su ascensión, sí de su soplo del Espíritu Santo. La plenitud de la pascua
de Cristo es un misterio y no podrá ser expresado cabalmente. Nos quedamos con
figuras que nos aproximan a él.
En el calendario litúrgico estamos
siguiendo, pues, la narrativa de san Lucas: "les
dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver
por ellos y les habló del Reino de Dios”, leemos en Hechos. Los números
"40” días, y "7” semanas, respectivamente para la ascensión y para la venida
del Espíritu Santo, son números bíblicos muy llenos de simbolismo y de
contenido. Nos hablan de la plenitud de la obra de Cristo.
Jesucristo había entregado
enteramente su vida a la obra del reino de Dios, día tras día, en sus milagros,
en sus enseñanzas, hasta llegar al conflicto final con los líderes del pueblo
para ser condenado a una muerte de cruz. No se reservó nada para sí mismo, se
entregó de todo a todo a la causa del Padre que es la salvación-transformación
de esta pobre humanidad. Pero esta obra, como lo vemos palpablemente, no está
terminada, falta mucho para que podamos decir que este mundo-humanidad, es
otro, que el reino de la paz de Dios, de su amor y de su justicia para todos,
ya está cumplido. Quienes tenemos que continuarla somos nosotros, o mejor
dicho, el Espíritu Santo en nosotros. Por eso Jesucristo no se podía recoger
tranquilamente en el seno del Padre una vez cumplida su misión sin dejarla en
nuestras manos, principalmente en las manos del Espíritu.
Los católicos, ¿entendemos y vivimos
en esta clave nuestra vida cristiana? Los obispos han fijado una expresión que
nos describe bien: ‘discípulos misioneros’, o bien, discípulos enviados. En
esas dos palabras se expresa muy bien nuestra identidad más profunda, nuestra
identificación con Jesucristo. Aprendemos de Jesús como buenos discípulos
estudiando cada día sus santos evangelios (¿es así?). Somos sus enviados a
llevar la buena noticia de Jesús, de su reinado, a todas las gentes. ¿Cómo lo
hacemos cada uno de nosotros los católicos? Es preciso irnos educando en que
las indicaciones y los mandamientos de Jesús que leemos en los santos
evangelios no están ahí para rezarse, o para aumentar el número de nuestras
devociones, sino para cumplirlos, para vivirlos.
Para ser más concretos en la
vivencia de nuestra "Misión permanente” y no quedarnos en las palabras y las
buenas intenciones, yo les propongo que les hagamos llegar a todos nuestros
católicos estas tres prioridades: la lectura diaria de una página de los santos
evangelios, la participación en la celebración dominical, la invitación a irse
sumando a nuestros grupos, ministerios y apostolados. Hagamos llegar esta
convocatoria a todas nuestras gentes.
Y por encima de todo, vayamos a
transformar nuestro mundo con la buena nueva de Jesús con signos palpables.