(Puede
hacer click en la imagen de la capilla de cantera para que se desplieguen los
demás artículos)
DIOS TRES PERSONAS
30 de mayo de 2021
Deuteronomio 4,32-40; Mateo 28,16-20.
Carlos Pérez B., pbro.
Muy seguido le pregunta uno a las personas, en las diversas
celebraciones que tenemos (funerales, bautizos, quinceañeras, matrimonios, y
también en las dominicales y encuentros personales), que en cuál Dios creen
ellos, en cuál Dios creemos nosotros los católicos. Uno mismo les responde que
quienes no leen la Biblia creen en un Dios mudo, un Dios que nos les habla. Es
posible que le recen a alguna o muchas imágenes, pero las imágenes plásticas de
Dios no nos hablan. Es necesario acudir a la sagrada Escritura para aprender el
lenguaje de Dios, para educarnos en la escucha a su Palabra. Y, a partir de la
Biblia, uno aprende a escuchar a Dios en muchos otros espacios o dimensiones,
sin el peligro de encerrarse en uno transformando así la voz de Dios en un
monólogo de uno mismo con uno mismo.
Pues bien, es en la sagrada Escritura donde Dios, el Dios verdadero, se
presenta a sí mismo. Un ejemplo lo tenemos en el libro del Deuteronomio,
primera lectura de hoy. Dios pregunta: "¿Qué pueblo ha oído sin
perecer, que Dios le hable desde el fuego, como tú lo has oído?” Y concluye diciendo, por boca de Moisés, lo que le interesa a Dios: "Cumple sus leyes y mandamientos”. A
nuestro Dios, el Dios verdadero, le interesa más la escucha a su Palabra que
los actos de culto; la obediencia, más que la adoración; el cumplimiento de sus
mandatos, más que las alabanzas. Todo esto es una constante especialmente en
los libros de los profetas. Pero en el Nuevo Testamento, tenemos un
conocimiento mucho mayor del Dios verdadero gracias a que el Hijo vivió entre
nosotros y nos mostró su verdadero rostro, su verdadera identidad.
¿Quién es Dios? Todos los pueblos y culturas de esta historia de la
humanidad profesamos nuestra fe en un creador de todas las cosas, porque la
belleza y la inmensidad de la creación, que tenemos ante nuestros ojos, nadie
la puede negar. Creemos en un Absoluto, el que está detrás de todo lo que se
mueve y todo lo que existe, que él es la belleza en quien se origina toda esta
tan bella creación. En la antigüedad, las diversas culturas han concebido la
existencia de varias divinidades, con las cuales no han mantenido relaciones de
escucha y obediencia, sólo de adoración y ofrecimiento de sacrificios. En esta
época moderna sabemos que también se le brinda culto al dios Dinero, al Ego, al
Poder, al Honor, al Ser humano como centro del universo. Sólo tres grandes
religiones profesamos creer en un Solo Dios verdadero: los judíos, los cristianos
y los musulmanes. Y los creyentes de esas tres grandes religiones mantenemos
relaciones de obediencia ante nuestro Dios, llámese Yahveh, Alá o nuestro
Dios-tres-Personas.
Los cristianos creemos en la enseñanza de nuestro señor Jesucristo,
quien nos vino a revelar que Dios es un Padre, su Padre, nuestro Padre.
¿Cuántas veces menciona Jesús esta palabra refiriéndose a Dios? Sería bueno que
todo católico lo comprobara con su lectura y estudio personal de los cuatro
evangelios, no tanto por comprobarlo, sino para hacer de esa enseñanza nuestro
alimento para nuestra fe y nuestra vida.
Jesucristo no sólo nos mostró con palabras que Dios es el Padre
misericordioso, y la manera como debemos relacionarnos con él, en amor, en
obediencia a sus santos planes de salvación, en humildad, en agradecimiento
constante, en confianza ante su divina providencia, etc., sino que él mismo
vivió su ‘filialidad’ o calidad de Hijo en su propia persona. Él es el Hijo por
excelencia, el Unigénito, pero en él nosotros somos también agregados como
hijos e hijas.
El Dios que nos revela Jesucristo no es meramente un padre que quiere
consentir a sus hijos, al igual que muchos padres-madres de este mundo que prodigan
un ‘amor’ irresponsable, que no educa, que no forma. Jesucristo evidencia en su
propia persona al Padre que quiere salvar a sus hijos, que les muestra el
camino, que los corrige, a veces con suavidad, a veces con energía, pero
siempre con sabiduría. Un Padre que quiere hacer su familia con todos los seres
humanos. Recordemos aquella maravillosa parábola de los dos hijos, uno que se
tira a la perdición, y el otro al que también el Padre tiene que salir a su
encuentro porque se pensaba el chico que él no necesitaba de su misericordia.
Y en ese repaso personal al que convocamos a todos los católicos, pues
de una vez constaten no sólo las menciones que hace el Hijo del Espíritu Santo,
sino la manera como él vive en su humanidad la presencia y la fuerza del
Espíritu de Dios. La unidad, la Comunión de estas tres personas de las que nos
hablan los teólogos que existe de una manera perfecta al interior de Dios,
nosotros la constatamos y la degustamos a partir de la persona de Jesucristo en
los santos evangelios. Por eso, por ser el fundamento de nuestra vida
cristiana, Jesucristo no envía a bautizar al mundo en el nombre de estas tres
divinas Personas. Y no se olvida de acentuar que debemos enseñar a
cumplir, no sólo bautizar.