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MUJERES LIBERADAS
Domingo 13° ordinario. 27 de junio de
2021
Marcos 5,21-43.
Carlos Pérez B., pbro.
Después de la presentación
del reino de Dios para toda la multitud por medio de parábolas, Jesucristo les pidió
a sus discípulos que lo llevaran al otro lado del lago de Galilea. Ese otro
lado era tierra de paganos. También entre ellos, Jesucristo hará presente y
palpable ese nuevo proyecto de Dios llamado Reino. Ahí Jesús realiza el milagro
de expulsar a toda una legión de demonios. ¿Nos quiere presentar este evangelista
a Gerasa y toda la Decápolis como una tierra de demonios? Eso pensaban los
judíos acerca de los paganos, pero Jesús llega para transformar ese entorno.
Regresa Jesús a este lado
del lago y, como de costumbre, se encuentra con la multitud. Ahí le esperan dos
mujeres. Una tenía 12 años enferma, la otra, 12 años de edad. Recordemos que
aquella era una sociedad fuertemente machista. Más aún, las mujeres no
contaban, sólo servían para darles hijos a los hombres. Los varones eran, así
se pensaba, los portadores de la vitalidad, y las mujeres eran sólo la tierra
pasiva que hacía germinar y crecer al nuevo ser que depositaban sus maridos.
El pueblo judío, en extremo
religioso, estaban obsesionados por la impureza, porque concebían a Dios como
el santo y el absolutamente puro. Nuestro Señor, es preciso tenerlo presente a
lo largo de este evangelio según san Marcos, abrió su ministerio expulsando al
espíritu de la impureza que tenía adherido este pueblo y se manifestaba hasta
en sus reuniones santas, como era la sinagoga (vean Marcos 1,23). Las mujeres
eran consideradas seres impuros. La menstruación, a pesar de la maravilla de
vida que se opera en ellas y nosotros reconocemos hoy día, era considerada una
impureza por la legislación de Moisés: "La mujer que tiene flujo, el flujo de sangre de su cuerpo, permanecerá
en su impureza por espacio de siete días. Y quien la toque, será impuro hasta
la tarde. Todo aquello sobre lo que se acueste durante su impureza quedará
impuro; y todo aquello sobre lo que se siente quedará impuro”. (Levítico 15,19). Hasta
la virgen María, como buena judía, tuvo que purificarse de su parto según la
ley de Moisés: "Cuando una mujer conciba y
tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como en el tiempo
de sus reglas. Al octavo día será circuncidado el niño en la carne de su
prepucio; pero ella permanecerá todavía 33 días purificándose de su sangre. No
tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario hasta cumplirse los días de su
purificación. Mas si da a luz una niña, durante dos semanas será impura, como
en el tiempo de sus reglas, y permanecerá 66 días más purificándose de su
sangre”. (Levítico 12,2-4. Vean Lucas 2,22). Esta realidad la vemos plasmada en
estas dos mujeres: una porque lo padecía permanentemente, y la otra, porque se
asomaba a su pubertad.
Yo quiero decir que ambos
milagros son emblemáticos de toda la obra de Jesús, quien viene a quitar todo
motivo de exclusión y discriminación en los seres humanos.
La primera mujer consigue
sorprendentemente sacarle el milagro a Jesús porque su fe es grande. ¿Las
mujeres tenían fe? Los judíos en general pensaban que no, Jesús claro que sí la
reconoce. Cuando el Maestro pregunta por quién lo ha tocado, es para explicitar
y evidenciar esa fe. La mujer se acerca temblorosa porque sabe que ha
quebrantado un precepto de la ley de Moisés. ¿Acaso estaba volviendo impuro a
Jesucristo? Pues ya deberíamos estar acostumbrados a verlo entre los
contaminados: leprosos, pecadores, paganos, endemoniados… y hasta mujeres.
Jesucristo no fue un funcionario del templo, de lo ‘sagrado’, sino un hombre
del pueblo, como debemos serlo los cristianos.
Maravillosa la frase con
que la consuela Jesús: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”. En vez de excluirla, le abre la puerta de la inclusión.
La otra mujer, una adolescente que
recién ha iniciado sus períodos ("pues
tenía doce años”, lo subraya el evangelista). La exclusión ¿era una
enfermedad de la religión? Era más bien la muerte de los pobres excluidos. Pero
fijémonos en este detalle sumamente revelador en este evangelio. Mateo y Lucas no son tan precisos en su
narración de este milagro, ni tampoco el leccionario romano, por eso aquí sigo
la versión de la Biblia de Jerusalén.
En Marcos, vemos que, en los versículos
39-42, cuatro veces se le menciona como "niña”. Pero hay un cambio
sorprendente: Jesucristo la toma de la mano y no le dice ‘niña’ sino ‘muchachita’,
¡en arameo! Hay que agradecerle a san Marcos, escrito en griego para nosotros,
que conserve esas palabras salidas tal cual de los labios de Jesús: Talithá koum.
Tampoco el evangelista la nombra más delante como niña.
¿Esto nos dice algo? Recordemos que
este milagro es también emblemático de toda la obra de Jesús. A mí me parece
que la enfermedad que padecían las mujeres era el infantilismo a que las
reducían los hombres (de aquel tiempo y de nuestro tiempo, del que apenas
estamos queriendo salir). Hasta que alguien le dio trato de muchachita,
resurgió a la vida.
Entre nosotros, las niñas celebran el
fin de su niñez a los 12, a los 15, a los 18 años, pero continúan siendo
menores de edad hasta ¿qué se casan? Muchas no, porque casadas y hasta abuelas,
siguen dependiendo de la decisión de los varones, en su entorno familiar,
laboral y social. Hay que celebrar que, a partir de septiembre, habrá 7 gobernadoras en nuestro país.
El infantilismo, hay que añadir, no es
privativo de las mujeres, también así son tratados los ciudadanos en las
democracias, por el poder; y los laicos, en nuestra Iglesia.