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EL REINO SE CONSTRUYE A PARTIR DE
LOS POBRES
Domingo 14° ordinario. 4 de julio de
2021
Marcos 6,1-6.
Carlos Pérez B., pbro.
Jesucristo asumió completamente nuestra
condición de seres humanos. Más aún, asumió la pobreza, la fragilidad, el nivel
de los de abajo en esa escala social y religiosa de su tiempo. No era una
persona estudiada, no era una persona importante por su dinero o por su poder
político, por más que nosotros lo plasmemos en nuestras imágenes como el
todopoderoso. Algunos por eso preferimos su imagen de crucificado, o su imagen
de Jesucristo obrero, o su imagen de profeta en medio del pueblo. En lo
religioso, no era escriba o fariseo, no era sacerdote ni mucho menos sumo
sacerdote. Así, digamos en ‘esas fachas’, regresó a su pueblo de origen. San
Marcos no nos habla de Belén, sólo nos dice que Nazaret era su patria, es
decir, la tierra de sus padres.
Los sábados, los judíos acostumbraban
reunirse en la sinagoga del pueblo, para que los escribas les leyeran la
Palabra de Dios en hebreo y se la explicaran en arameo. Una bonita costumbre
que, hasta los galileos, considerados por parte de los dirigentes de la
religión, como alejados de las cosas de Dios, guardaban con bastante fidelidad.
Ya lo vimos varias veces en Cafarnaúm, donde la gente, respetuosa del sábado,
se esperó a que cayera el sol para llevarle a Jesús, a la casa de Simón y
Andrés, a todos sus enfermos y endemoniados. En la Iglesia católica no hemos
cuidado esta costumbre con nuestros católicos, que por estas tierras sólo
asiste un 10-12% a misa los domingos.
Pues Jesucristo aprovechó esta
costumbre arraigada en su pueblo, para evangelizarlos. Él no tenía necesidad,
como moderno cura rural, de salir a invitar a la gente casa por casa para
reunirlos en la celebración semanal o mensual. Ya los encontraba reunidos. La
gente de Cafarnaúm lo escuchaba con admiración, así lo dice el evangelista: "quedaban
asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y
no como los escribas” (Marcos 1,22).
También aquí en Nazaret, en un principio quedaba admirada. ¿Era una
admiración positiva? Más bien parece todo lo contrario, porque su admiración
consistía en que, habiendo salido de ahí, se sorprendían que supiera tantas
cosas. ¿Un nazaretano que sabe tanto y que realiza esos milagros que desde
Cafarnaúm llegan a sus oídos? ¡No puede ser! Hay que aceptar que algunas veces
los pobres se tienen en tan bajo concepto que proyectan su baja autoestima en
sus demás paisanos. Si yo no valgo nada, y tú eres igual que yo, pues tú
tampoco vales nada.
El evangelio los tiene que conducir a saber apreciar sus propios
valores, su propia riqueza. Esta labor la realizaba Jesús. Lo dice de las
personas que llevaban al paralítico y lo introducen a su presencia en la casa
de Simón. Lo dice de aquella mujer que padecía flujo de sangre y que se atrevió
a acercársele y tomarlo por la túnica: "hija,
tu fe te ha curado”. Lo reconoce en aquella mujer pagana que le sacó con
astucia el milagro de curar a su hija: "Por
lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija” (Marcos 7,29). Nos
lo hace ver en aquella viuda pobre que en unas pocas moneditas echó todo lo que
tenía para vivir, y por eso echó más que todos en los cofres de las ofrendas
(ver Marcos 12,41-44).
Los estudiosos de la Biblia nos ayudan a entender la consideración que
había en la mente y en el corazón de la gente de Nazaret hacia Jesús: "¿Qué no es éste el carpintero (artesano)?”
Los artesanos sólo saben de trabajos manuales, no de sabiduría divina. Hay una
frase en la Biblia que describe bien esta actitud: "¿Cómo va a hacerse sabio el que empuña el arado, y se gloría de tener
por lanza el aguijón, el que conduce bueyes, los arrea en sus trabajos y no
sabe hablar más que de novillos?” (Eclesiástico 38,25).
"¿No es éste el hijo de
María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas
aquí entre nosotros? Y se escandalizaban a causa de él”. En el mundo judío de
aquel tiempo, las personas eran nombradas por su padre, no por su madre.
Referirse a Jesús por el nombre de su madre, era un poco denigrante, como decir
ahora: ¿qué no es éste el hijo de aquella madre soltera? No se conoce su padre.
En Mateo sí preguntan por el hijo del carpintero del pueblo. Marcos siempre
dice las cosas con más crudeza.
Total, no divinicemos con nuestros criterios a Jesucristo, vistiéndolo
de rey o de hombre todo poderoso. San Marcos nos invita a reconocer en este
pobre artesano, al Hijo de Dios (ver Marcos 1,1), sin envolverlo en papel
celofán, porque más delante lo vamos a ver crucificado como un delincuente.
Esta clase de fe es la que nos pide el evangelista, un tema recurrente a lo
largo del evangelio: recordemos la fe de los que llevaban al paralítico, la
falta de fe de los discípulos en la tempestad, la fe de la mujer con flujo de
sangre, la fe que le pide a Jairo. Así concluye esta visita a Nazaret: "Y se maravilló de su falta de fe”.
Los creyentes debemos creer que el Espíritu Santo va construyendo la
obra de Jesús, el reino, a partir de los pobres. ¿Estamos atentos a eso?