(Sólo
por compartir. Todos podemos compartir unos con otros)
O SOMOS IGLESIA MISIONERA O NO SOMOS
LA IGLESIA DE JESÚS
Domingo 15° ordinario. 11 de julio de
2021
Marcos 6,7-13.
Carlos Pérez B., pbro.
Jesucristo apareció en Galilea llamando
a las personas en su seguimiento, así lo leemos en el capítulo 1 de este
evangelio según san Marcos. Los quería para enseñarles, es decir, para
formarlos en las cosas del reino (el proyecto de Dios Padre para esta
humanidad) y para enviarlos a llevar ese reino a los demás. Así nos lo dice el
evangelista desde el capítulo 3 (vv. 13-14). Enseñar a sus discípulos y enseñar
a las multitudes, era la tarea del Maestro. Enseñaba con sus palabras, con sus
milagros y también con sus encuentros con las personas. Jesucristo, como excelente
Maestro, sabe que la teoría no es suficiente, es necesaria la práctica para
aprender. Él no se iba a esperar a terminar sus aproximadamente 3 años para
hacerles a sus discípulos ceremonia de graduación y hacerlos misioneros. La
misión o envío que hemos escuchado hoy, en el capítulo 6, se da casi al empezar
su ministerio, ya llegaremos al final del evangelio para escuchar su encomienda
definitiva ante su partida al Padre. Aquí habla de los 12, pero su convocatoria
se haría extensiva a todos sus seguidores.
Esperamos que todos los católicos, y
todos los lectores del evangelio, caigamos en la cuenta de que Jesús nos llama
para estar con él y para enviarnos. Debemos correr la voz de que Jesucristo no
sólo nos invita para que seamos católicos, para que hagamos más amplia la
nómina de nuestra Iglesia. Eso no es seguir a Jesucristo. Él quiere discípulos
misioneros, como nos nombran nuestros obispos.
Somos católicos por vocación, por su
llamado, no por nuestro gusto o inclinación personal, mucho menos por nuestros
méritos; ni porque seamos más buenos que los demás, ni porque tengamos más
capacidades. El llamado de Jesús es gratuito y lo mismo el envío. Convendría
que cada uno repasara todo el evangelio según san Marcos para palpar las
ocasiones en que Jesús "llama” a sus discípulos. Lo hace reiteradamente, porque
el llamado no es sólo inicial sino permanente. En la Iglesia tenemos que
trabajar en este sentido: hacer que todos nuestros católicos se hagan
discípulos del Maestro, que se pongan a escucharlo personalmente en las páginas
de los santos evangelios, que comprendamos todos que esta escucha es más
importante que cualquier devoción o celebración. En la medida que vayamos
aprendiendo de Jesús, en esa misma medida iremos siendo sus enviados.
¿A qué nos envía Jesucristo? A las
gentes, al mundo, a llevarles la buena noticia de que el reino de Dios está al
alcance de su mano. Contemplando a Jesús, nosotros estamos más que convencidos,
de que él y todo su mensaje, es la salvación para esta humanidad tan
desintegrada, para lo cual es necesario un cambio profundo en todo ser humano y
en toda la humanidad. No podemos seguir funcionando como hasta ahora, con tanto
egoísmo, indiferencia e injusticia. Esto es la perdición de todos. Es una
fortuna que la nueva edición del leccionario romano haya cambiado la
traducción: "Los discípulos se fueron a
predicar el arrepentimiento”, por esta otra: "Los discípulos se fueron a predicar la conversión”, que es más
fiel al original ‘metanoia’, en griego. No es lo mismo arrepentirse que
convertirse. La conversión es un cambio radical, de raíz. Cambiar nuestra
orientación hacia uno mismo, para volvernos hacia Dios y los demás.
Jesucristo nos envía con un total
despojo de nosotros mismos y de nuestras cosas, en una entera gratuidad, la que
viene de él. Nuestra labor evangelizadora se ha de realizar como pobres y
despojados, por eso nos envía sin nada. Como pobres vamos a los pobres, y desde
los pobres llegamos a las cúpulas. No lo podemos hacer al revés, porque las
cosas de arriba hacia abajo, en esta escala social y económica, no es la tarea
de Jesús, que primero él se despojó de sí mismo para ser el Salvador de todos.
Qué hermoso es que Jesucristo no nos
haya llamado para rendirle culto, para servirlo a él, como hacen las gentes del
poder y del dinero, como hacen los narcisistas y los idólatras. Jesucristo no
piensa en sí mismo, él trae a las personas en el corazón. Lo vemos más delante,
en este capítulo 6, cuando los discípulos regresan de su misión y él y ellos se
encuentran con la multitud, ante la cual Jesús sentirá compasión porque los ve
como ovejas sin pastor (dispersas y desorientadas). Así la Iglesia: no nos
encerramos en nuestros rezos y celebraciones, no nos engolosinamos con Dios, sino
que salimos a las realidades que más nos conmueven y que más conmueven al Padre
y a su Misionero. En otras ocasiones nos
hemos repetido con energía: o somos Iglesia misionera o no somos la Iglesia de Jesús,
o somos cada uno de nosotros discípulos misioneros o no somos de Jesús.