LA MIRADA DEL BUEN PASTOR
Domingo 16° ordinario. 18 de julio de
2021
Marcos 6,30-34.
Carlos Pérez B., pbro.
El domingo pasado escuchábamos en San
Marcos que Jesucristo envió a los doce con la misión de expulsar a los
espíritus inmundos, de predicar la conversión y sanar a los enfermos. Nosotros
entendimos, de manera más amplia, que nuestra misión es llevar la salud a
nuestra sociedad, la cual pasa por muchos otros renglones como los derechos
humanos, la justicia y el derecho, la salud física y espiritual de individuos y
colectivos, la llegada del reino de Dios. Y si hemos entrado a habitar en el
evangelio, pues realmente acogemos este mandato de estar con el Maestro para
ser sus enviados, como una identidad propia.
Ahora contemplamos el regreso de los
doce. Bien se detiene el evangelista en decirnos que ellos le contaron a Jesús
todo lo que habían hecho y enseñado; así tan parcamente como acostumbra
decirnos las cosas este evangelista.
Es una bonita costumbre nuestra,
preguntar a los nuestros ‘¿cómo te fue?’, en la escuela, en el trabajo, en tus
mandados, vacaciones, con el médico, etc. También en las cosas de la Iglesia. A
veces sólo contestamos ‘muy bien’, otras veces, cuando es el caso, damos un
informe más detallado, sobre todo cuando nos fue súper bien o súper mal.
Pero la misión de los doce no era
cualquier cosa, no era un asunto personal, su envío tenía que ver con la
salvación, la llegada del reino, la obra encomendada por el Padre a su Hijo
eterno. Por eso, Jesucristo quiere recibir la experiencia que ellos han vivido,
con más detenimiento y los invita recogerse en un lugar solitario, también para
descansar un poco. En el evangelio según san Lucas, al regreso de los 72
enviados, ellos le informan con alegría que hasta los demonios se les habían
sometido en su nombre. San Marcos, por su parte, no nos da más detalle de este
informe porque el propósito de Jesús se verá interrumpido, temporalmente, por
la aparición de la multitud que le sale al encuentro.
A Jesús, la gente no lo deja descansar.
Se parece a esos lunes de descanso clerical, en que la gente lo atrapa a uno
para pedir un funeral o la visita a un enfermo. Jesucristo sabe encontrar
momentos para su oración en solitario. Primero atenderá a la multitud,
despedirá en la barca a sus discípulos y finalmente se retirará al monte. Así
es que, cuando desembarcan, Jesucristo recibe a las gentes en un encuentro
amoroso. Jesucristo los mira con el corazón, no con su reloj o con su agenda
tupida de compromisos. La mirada de Jesús es la mirada del buen pastor, bien lo
propone así nuestra Iglesia al acompañar este pasaje evangélico con la primera
lectura del profeta Jeremías y con el salmo 23.
La mirada de Jesucristo es distinta a
tantos de nosotros. Si él fuera un comerciante, miraría a la multitud con un
signo de pesos: cuántas cosas les puedo vender, sobre todo si están sin comer.
La mirada de Jesús no es la del político, que cuenta en el gentío los posibles votos
a su favor. La mirada de Jesucristo no es la del narcisista que siempre se mira
a sí mismo, como en un espejo, en los demás. Un líder o predicador religioso
(católico o no católico) trataría de ganarse a la multitud con algún discurso,
tan emotivo como mentiroso, para darse culto a sí mismo. Jesucristo no buscaba
la adoración personal. ¿Qué veían esos ojos y ese corazón del Buen Pastor? Los
veía como ovejas que no tienen pastor; veía su situación personal, sus
necesidades, su opresión, su marginación, su postración, exclusión… ¡cuántas
cosas! Tantas como las que podemos mirar hoy en día en los pobres y marginados,
los desempleados, las personas en situación de calle, los migrantes, las
mujeres y niños que padecen violencia. Cuántos sufrimientos, cuánta desintegración,
cuánta necesidad del amor de Dios. Un sacerdote, y cualquier cristiano, no
puede vivir ajeno a la vida de los demás, sean o no creyentes, porque somos de
Jesús, le pertenecemos, porque queremos mirar a los demás con los ojos de
Jesús.
¿Y qué hace Jesús? Se pone a enseñarles
muchas cosas. Así simplemente lo dice el evangelista. Pero luego les dará de
comer, les hará vivir una experiencia tangible del reino de Dios para ellos,
les hará vivir la experiencia de alguien que los mira con amor. Hacerle llegar
este evangelio (me refiero a los cuatro evangelios escritos) a todo nuestro
mundo, es decir, la buena nueva de Jesús, en verdad que es llevar la salud, la
alegría, la gracia a las clases más necesitadas, a toda nuestra sociedad.
No temamos en enseñarles el evangelio a
todas las gentes. La religión puede ser el opio del pueblo, como decía Marx,
pero el evangelio no lo es. La persona de Jesús, y todo lo suyo, es una fuerza,
una gracia, una mirada compasiva, un camino que nos hace salir de nuestra postración,
hacia la transformación de todo nuestro mundo.