LA PUREZA O IMPUREZA DE LAS PERSONAS
Domingo 23° ordinario, 5 de septiembre
de 2021
Marcos 7,31-37.
Carlos Pérez B., pbro.
El pasaje evangélico del domingo pasado y el de ahora, han de tenerse
en cuenta juntos. Escuchamos que los escribas y los fariseos le preguntaron a
Jesús por qué sus discípulos no cumplían con la tradición de sus antepasados de
purificarse las manos antes de sentarse a la mesa. Jesús les responde
airadamente, citando un pasaje del libro de Isaías, llamándoles hipócritas,
porque con los labios honran a Dios, pero con su vida lo hacen a un lado. El
domingo pasado me detuve en el asunto de la Palabra de Dios frente a las
tradiciones, hábitos y costumbres que nosotros los seres humanos nos inventamos,
pero que de ninguna manera adquieren la autoridad de Dios mismo.
Además de la denuncia de Jesucristo sobre la conducta de escribas y
fariseos, su respuesta era lapidaria: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino
lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre”. A sus discípulos, aparte,
les explica más detalladamente: del corazón salen las maldades, y ésas son las
que contaminan al hombre, no las cosas de fuera (nosotros entendemos que
espiritualmente, no sanitariamente).
Pues ahora nos damos cuenta
que el tema de la pureza no solamente se refiere a los alimentos, a la mesa donde se reúne la
familia y los amigos, a los ritos, sino que a Jesús lo que le interesa es el tema de las personas, las personas que son discriminadas por la religión o la ideología establecida.
Primeramente, nuestro Señor
se traslada a la orilla del mar mediterráneo, a la región de Tiro, tierra de
paganos, gentes a quienes los judíos consideraban perros (ver Marcos 7,27). Ahí
se le presenta una mujer no judía, pagana, sirofenicia, para pedirle que
expulsara de su hija a un espíritu inmundo. Es el espíritu de la impureza que
Jesucristo se encontró también en Cafarnaúm. Así es que, galileos y paganos
estaban marcados por este espíritu de la suciedad (ritual y moral). Al
principio, Jesús aparentemente se resiste, pero finalmente realiza su obra de
purificación también de este pueblo pagano, o en el pensar de los judíos, no
creyente. Los estudiosos de la Biblia destacan que aquí Jesucristo se muestra como un discípulo de esta maestra de fe, quien le enseña que también los perritos tienen parte en la mesa de los hijos. Bien dijo alguien: 'los pobres me han evangelizado'. / Este milagro no se proclamó hoy sino el siguiente.
Enseguida, Jesucristo se traslada a la región de la Decápolis, al otro
lado del Jordán, donde también habitan paganos, incircuncisos, no creyentes,
gentes sucias según la mentalidad de los judíos del centro. Ahora, sin oponer
resistencia, Jesucristo toma en sus manos a un pobre sordo tartamudo para
realizar en él toda una obra de recreación, "con sus santas y venerables manos”,
como decíamos antes en el momento de la consagración. Jesús hace varias cosas
que a nosotros nos podrían provocar asco: meterle los dedos en los oídos y
ponerle su saliva propia en la lengua a este hombre. Y eso que se trataba de un
pagano. Bueno, más que asco, nosotros vemos ternura en estos gestos y acciones
del Maestro. Cuántas veces hemos visto que eso hace una madre con su criatura,
de meterle los dedos en los oídos y en su boquita para sacarle algo que se ha
metido o para limpieza.
Hay que agradecerle a san Marcos que nos haya ofrecido esta palabra
aramea con que Jesucristo le abrió los oídos y le soltó la lengua al sordo
tartamudo, Effatá, porque nos pone en contacto directo con nuestro Señor (la
mismísima voz de Jesús, le llaman los biblistas), como si lo estuviéramos
oyendo de sus propios labios, como si san Marcos lo hubiera grabado con su
celular.
Quedémonos pues con la sentencia del Maestro: "Nada hay fuera del hombre
que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo
que contamina al hombre”. ¿A qué personas y colectivos les imponemos nosotros la marca de la
impureza, y por ello los discriminamos? ¿Extranjeros, indígenas, pobres,
negros, campesinos, homosexuales, paganos, mujeres, protestantes? Bien leemos
en la carta del apóstol Santiago nuestras preferencias: si entra en nuestra
iglesia un hombre elegantemente vestido, le ponemos todas nuestras atenciones;
en cambio, si entra un pobre andrajoso, lo hacemos menos, ni la atención nos
llama.
Jamás hemos de ser una
Iglesia de los puros, encerrados en nosotros mismos, porque nos quedamos sin
Juan y sin las gallinas, es decir, dejamos de ser la Iglesia de Jesucristo. Y esto no se refiere sólo a la Iglesia, sino a la sociedad que Jesucristo viene a crear, proyecto en el cual nosotros hemos de ser parte activa.