EL CAMINO DE LA SALVACIÓN
Domingo 25° ordinario, 19 de septiembre
de 2021
Marcos 9,30-37.
Carlos Pérez B., pbro.
El domingo pasado escuchamos la pregunta
sobre la identidad de Jesús, una pregunta crucial para nuestra fe, para nuestra
vida cristiana. Parte integral de su identificación como Mesías, fue el primer
anuncio de su pasión.
Digámoslo nosotros así, como una síntesis: el
Hijo de Dios se encarnó como un pobre, vivió la pobreza y la marginación entre
los pobres, los pecadores, los enfermos, los impuros, marginados. A partir de
ellos vino a iniciar el reinado de Dios, salvación para todo el mundo, el
proyecto de Dios de hacer por gracia una nueva humanidad.
Era preciso que el Hijo de Dios e Hijo del
hombre entregara plenamente su vida de esta manera: en conflicto con los
notables del pueblo judío, quienes, en su limitada manera de entender y vivir
la relación del hombre con Dios, presentaban una religión excluyente, centrada
en el culto, en el cumplimiento de normas exterioristas; a fin de cuentas, una religión que no salvaba al ser humano. El resultado de ese
conflicto sería la condena a muerte del Cristo, como un criminal, en una cruz,
el castigo de los paganos romanos para los que no se amoldaban al orden
establecido. Pero la última palabra de este camino la tiene el Padre eterno.
Esa Palabra es la vida, la resurrección del Hijo y de todos los que quieren ser
parte de este proyecto.
El primer anuncio de su pasión, de su
anonadamiento, de su abajamiento, vino seguido inmediatamente por la
resistencia de los discípulos, expresada en la reprimenda de Pedro a Jesús; y luego
la consiguiente reprimenda del Maestro: "satanás,
colócate detrás de mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de
los hombres”.
Ahora nos encontramos con el segundo anuncio
de la pasión y después vendrá el tercero. Veamos cómo el evangelista nos
presenta de manera tan palpable la resistencia o asintonía de los discípulos
con su Maestro. Jesús les anuncia su pasión y ellos vienen discutiendo por el
camino quién de ellos sería el mayor, el primero. Qué contraste.
Miremos primeramente la pedagogía del
Maestro. Todo el grupo iba atravesando Galilea. Imaginémonoslos caminando, en
bola. El Maestro les revela, como hemos dicho, por segunda vez su pasión, pero
ellos no le entienden, no entran en su comprensión, en su camino, porque andan
en otro mundo, porque viven otras ideas, otros programas, otros anhelos. Y
temen preguntarle (esto es un subrayado del evangelista) quizá porque saben que
no están en sintonía con Jesús. Así tal cual, el Maestro trae otro rollo que no
es el de ellos, que no es el nuestro.
Luego del anuncio, Jesucristo los viene
escuchando por el camino, pero no les dice nada, hasta llegar a casa, en
Cafarnaúm. Jesús tomó asiento, de seguro para crear ese clima de tranquilidad
para que su enseñanza tenga más efecto. La pregunta: "¿De qué discutían por el camino?” ¿Qué le respondieron ellos?
Nada. Se quedaron callados. ¿Por qué? Porque se dan cuenta de que sus
pensamientos son otros, no son los de Jesús. Nos dice el evangelista: venían
discutiendo quién de ellos sería el mayor.
Esto podrá parecernos a nosotros, gente de "mucho
entendimiento”, una simpleza, porque en nuestra sociedad, nadie discute quién será
el mayor, en esos términos; es posible que sí, cuando estábamos niños. Pero
precisamente hay que entrar en la mente del Evangelio (evangelista Marcos y Jesús
mismo). Esa aparente simpleza de discusión, es en realidad la lucha, el afán de
los seres humanos en esta sociedad. Es la carrera, la competencia en que estamos
enfrascados todos: quién está arriba, quién es más importante, quién vale más,
quién puede más, quién está arriba de quién… ¿Quién quiere ser menos? Nadie.
Sólo el Maestro ha elegido ser el menor, ocupar el último lugar de los seres
humanos, que es la cruz, el lugar de los descartados, de los que se sacan de la
ciudad, como la basura, porque es algo que no se quiere. Sólo el Maestro ha
elegido ese lugar. Pero fijémonos bien, es el camino de la salvación de este
mundo. El Padre, en su sabiduría, lo entiende infinitamente mejor que nosotros.
¿Pensamos que este mundo se puede salvar desde el poder, desde el dinero, desde
el honor y el dominio? Pues estamos equivocados. "¡Abramos los ojos!” (Marcos 8,18), nos decía el Maestro, los ojos
del espíritu, del Espíritu.
El llamado de Jesús es a hacernos, como él,
servidores. ¡Ojo!, éste es el modelo del cristiano, el modelo de la Iglesia de Jesús:
"Si alguno quiere ser el primero, que sea
el último de todos y el servidor de todos”. El camino que ha elegido la
humanidad, la sociedad (¿la Iglesia también?) de ir subiendo y subiendo por
encima de los demás, francamente es el camino de la perdición de nuestro mundo.