DIOS LOS CREÓ COMO UNA SOLA CARNE
Domingo 27° ordinario, 3 de octubre de
2021
Génesis 2,18-24; Marcos 10,2-16.
Carlos Pérez B., pbro.
En este pasaje evangélico
dominical estamos en la sección especial del evangelio según san Marcos, que
son los capítulos 8-10. Estamos respondiendo a la pregunta sobre quién es
Jesús, antes de que él llegue a su pasión-muerte-resurrección; estamos ante la
falta de entendimiento de los discípulos que es también la nuestra. ¿Por qué el
evangelista insertó esta enseñanza de Jesús en esta sección? La verdad a mí me
queda en el misterio. Quizá son de las cosas sagradas que más nos cuestan
entender, como la unión entre el hombre y la mujer.
Se le acercaron los
fariseos con una pregunta que nosotros debemos tomar al pie de la letra: "¿puede el marido repudiar a su mujer?”
Jesús les responde con otra pregunta: "¿qué
les ordenó Moisés?”. No lo leemos así literalmente en el leccionario romano
(o misalito). Los judíos de aquel tiempo no podían preguntar por el divorcio
porque éste no existía. El divorcio es una institución moderna que le reconoce
derechos por igual tanto al hombre como a la mujer; y esto ellos estaban muy
lejos de reconocerlo. El repudio era la práctica a la que tenían derecho sólo
los hombres. Las mujeres no tenían derecho a expulsar de su casa a su marido.
Las mujeres carecían completamente de derechos en esa sociedad súper machista.
Jesucristo no les pregunta
si Moisés les dio permiso de hacer eso. El permiso ya se lo habían dado mucho
antes de la ley de Moisés. Jesucristo les pregunta qué les mandó, que les
prescribió, qué les ordenó. Y es que la ley de Moisés les obligaba a otorgarles
un acta de separación (apostasía, en griego), que no es lo mismo que divorcio
como lo entendemos y lo practicamos hoy día. Moisés les pidió que le entregaran
un acta a la mujer para que ésta pudiera protegerse en caso de una nueva unión,
que no la fueran a acusar de adúltera, porque la podían agarrar a pedradas los
hombres de aquel tiempo.
Todo esto hay que tomarlo
al pie de la letra para comprender con más fuerza la reacción de nuestro Señor.
Él sale primordialmente en defensa de la mujer, le interesan más las mujeres
que la institución a la que nosotros llamamos matrimonio, una palabra que no se
menciona en los santos evangelios. Jesús se pronuncia por la parte más débil,
como es tan propio de él.
Y para proteger a las
mujeres, nada como recurrir a la divina revelación, la intención del Creador:
Dios los creó varón y hembra. Y así lo hemos escuchado en la primera lectura,
tomada del libro del Génesis: "el hombre
dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola
carne”. No sólo lo dice la Biblia, los creyentes debemos decir que el ser
humano, desde hace unos 150 o 200 mil años que existe como especie, así lo ha
vivido, para la prolongación de los humanos. Mucho antes de que se escribiera
la Biblia, el Creador ya estaba escribiendo su ley en nuestra corporalidad.
Todas las especies, sean mamíferos, reptiles, aves, insectos, etc., así han
vivido la sexualidad, salvo unas pocas, muy pocas excepciones. La sexualidad
tiene miles de millones de años en esta creación. Pero si hay personas que
viven otro tipo de orientación sexual, entre adultos, pues merecen nuestro
respeto, si son honestas; como respeto merece también la creación.
Pero nosotros no sólo
vivimos la sexualidad para la procreación, sino sobre todo la afectividad, la
espiritualidad en nuestras relaciones humanas, el amor, no por uno mismo sino
por la otra persona. Esto es una riqueza desde la cual hemos de vivir el
matrimonio, como lo llamamos hoy día, y la familia.
"Moisés prescribió eso por la dureza de sus corazones”, sigue diciendo nuestro Señor. No se está refiriendo al permiso del
que habla el leccionario, sino al precepto de entregarle un acta de separación
a la mujer, con la cual Moisés acepta la práctica antigua de repudiarla como si
fuera una cosa y no una persona, dejándola en la calle sin poderse proteger.
Tratando de entrar en la
comprensión del Maestro, nosotros debemos discernir si de veras es intención de
él echarle al cuello la soga o una carga insoportable a las pobres mujeres
diciendo para nuestros días que el matrimonio está por encima de todo. La
Iglesia acepta la separación cuando el matrimonio se convierte en un infierno
para las partes más débiles: las mujeres, en pocas ocasiones para los hombres,
pero sobre todo para los hijos.
El evangelista san Mateo
(cap. 19) acepta una excepción en el matrimonio perdurable: el caso de
‘porneia’. Lo pongo así, en griego, porque no sabemos su exacta traducción.
Algunos dicen que adulterio, otros que prostitución, otros que fornicación.
También san Pablo habla de la excepción en bien de la fe de la o el cónyuge, la
parte creyente. Total, que, en esa misma línea, ha podido la Iglesia declarar
nulos matrimonios contraídos, en bien de las personas.
La realidad que
contemplamos en nuestros tiempos, de un alto porcentaje de matrimonios rotos,
con serias consecuencias para ambos cónyuges y los hijos, por tantas uniones
realizadas al vapor (con unas pocas semanas de noviazgo), etc., lo que debemos
aceptar es que todo eso sucede por la dureza de nuestros corazones. Debemos
educar a nuestros católicos, y a partir de ellos a todo mundo, que no se unan a
la ligera, que primero se enamoren ‘a muerte’ y enseguida se comprometan a ser
como una sola carne. Y con quienes han fracasado en su anterior unión, pues la
compasión de Jesús debe ser la nota.
Educarnos en la
sexualidad, en la afectividad, en el respeto del otro o la otra, lo debemos
hacer desde nuestra catequesis infantil, desde la educación el hogar… y los
medios de comunicación y las instituciones políticas deberían de colaborar en
ese mismo sentido.
La escena de los niños,
tema que me apasiona, contémplenla y regústenla ustedes en su lectura personal.