"RABBUNÍ, QUE VEA"
Domingo 30° ordinario, 24 de octubre
de 2021. Domingo de las Misiones
Marcos 10,46-52.
Carlos Pérez B., pbro.
En su camino a su pasión,
muerte y resurrección, como nos lo viene anunciando repetidamente, Jesucristo
llega a Jericó, ya para subir a Jerusalén. Al salir de este poblado, seguido
por la multitud, se encuentra con un ciego, cuya curación es como el cierre de
esta sección tan especial de san Marcos. Gracias a que Jesús no es parte ni
partidario de una Iglesia que se encierra en sí misma, en el culto, en el rezo
y la devoción, de ojos cerrados, sino de esta otra Iglesia en salida, de mirada
amplia y profunda, puede encontrarse con los pobres y marginados, aunque sus
cercanos le quieran construir un muro que lo aísle de ellos; y así, se
encuentra con este marginado, un hombre colocado al margen, al lado del camino,
tanto social, económica como religiosamente. Este ciego bien representa a toda
la colectividad de marginados de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia. Los
mismos que lo seguían se encargan de acallar los gritos de este limosnero.
¿Acaso no tiene derecho de suplicar compasión ante el Hijo de David? Además de
súplica, ésta es una profesión de fe, la que no tenemos los que nos decimos
discípulos, los que no alcanzamos a abrir los ojos, algo que el mismo Jesús nos
viene queriendo hacer entender a lo largo del camino: "Abran los ojos” (Marcos 8,15); "¿Teniendo
ojos no ven, y teniendo oídos no oyen?” (Marcos 8,18), regaños anticipados
a la pregunta por su identidad: "¿Quién
dicen ustedes que soy yo?” (Marcos 8,29). Dos ciegos, el de Betsaida y el
de Jericó, nos hacen ‘ver’, como creyentes, el verdadero camino mesiánico de
Jesús, el siervo de Yahveh, el pobre, el humilde, el marginado, el contaminado
como el leproso del capítulo 1, el que se junta y come con los pecadores del
capítulo 2, el excluido como aquellas dos mujeres del capítulo 5, etc., el que
será colocado en el lugar de los marginados que es el calvario.
Este ciego se encarga de
poner en nuestro corazón la súplica de todo creyente: "Rabbuní, que vea”. (El leccionario romano nos ofrece esta palabra ya traducida al español). Hay que agradecerle a san Marcos estas palabras
en arameo, la lengua materna de nuestro Señor, como ‘talithá kum’, ‘effathá’, ‘Abbá’, que nos hacen colocarnos como
discípulos de aquella maravillosa voz del Maestro. También a nosotros, Rabbuní,
ábrenos los ojos, para ser verdaderamente discípulos tuyos, seguidores en la
construcción de tu reino de la inclusión.
Nada más lejos de la obra
de Jesús que fabricar ‘creyentes’ fanáticos, cerrados de ojos, de mente y de
corazón a la vida de nuestro mundo. (Me toca ver tantos videos en las redes
sociales, tan mentirosos como los de carácter social, político o religioso, por
los cuales quisiera decirles y convencer a las personas: "no crean en eso, es
contrario a la obra de Jesús”. Vi uno que decía que el Papa Francisco, en este
camino sinodal, nos quiere conducir ¡a la masonería!... ¡Habrase visto!). Los
discípulos que Jesucristo quiere son aquellos de ojos abiertos, que saben mirar
la realidad tal cual es, que tienen capacidad de mirar a sus hermanos que yacen
postrados al margen del camino, el camino excluyente de esta sociedad (y de
nuestra Iglesia), el creyente de mirada profunda capaz de captar que éste,
marginado también, que será rechazado como una basura y crucificado en las
afueras de la ciudad, es el Hijo de Dios. Un pagano será el único ser humano
que alcanzará a ver esto en un crucificado ya muerto: "verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15,39).
Éste es el Evangelio o
Buena Noticia que hemos de llevar al mundo, a todo ser humano, tenemos que
decirlo hoy que celebramos el Domingo Mundial de las Misiones. Ser Iglesia
misionera es nuestra identidad, ser discípulos misioneros, identidad que
siempre tuvo clara Jesucristo, el Enviado o Misionero del Padre.