LA RELIGIÓN DE JESÚS ES EL AMOR
Domingo 31° ordinario, 31 de octubre
de 2021.
Marcos 12,28-34.
Carlos Pérez B., pbro.
Finalmente hemos llegado a Jerusalén siguiéndole los pasos a Jesús. Él
sí sabe a qué ha llegado, nosotros no. En esta lectura dominical continuada que
venimos haciendo, nos hemos saltado el capítulo 11 de san Marcos. Ahí nos narra
este evangelista que Jesucristo subió a la ciudad acompañado de la algarabía de
las personas que lo seguían, como lo celebramos el domingo de ramos. Llegó al
templo, el único templo que tenía el pueblo judío. Jesús llegó para dar un
golpe tanto a esa construcción grandiosa como a la religiosidad que tenía su
asiento en ella, el culto, la ley, los personajes que la dirigían. Después de
esto, Jesucristo empezó a recibir comitivas para hacerle cuestionamientos y
ponerle trampas. Primero se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los
ancianos del sanedrín para reclamarle con qué autoridad había expulsado a sus
vendedores. Luego se le acercan los fariseos y herodianos para ponerle la
trampa del pago de los impuestos. Enseguida, los saduceos con la pregunta sobre
la resurrección. Todos pretendían enfrentar a Jesús con el gran legislador que fue
Moisés.
Así se le acerca un escriba, con intenciones más honestas, para
preguntarle, como lo hemos escuchado, por el primero de todos los mandamientos.
Los especialistas en Biblia nos dicen que la legislación de Moisés, en los
primeros cinco libros de la Biblia, tiene más de 600 preceptos, no sólo los 10
que nos sabemos desde el catecismo.
Sería interesante y pedagógico que consultáramos con nuestras gentes
católicas qué es lo más importante de nuestra religión católica. Algunos
pondrían los rezos por encima de todo. Otros quizá dirían que la Misa de los
domingos. Quizá otros vivan algunas devociones o el tener diversas imágenes en
casa. ¿Ustedes qué dicen? En estos tiempos recientes quizá algunos piensen que
lo importante está en leer la Biblia, nomás por leerla, como una devoción.
Sería también muy formativo que los sacerdotes y los obispos nos
preguntáramos qué es lo más importante del quehacer de los miembros de la
Iglesia, ¿en dónde ponen sus insistencias? Decimos que la Eucaristía es el
centro de la vida de la Iglesia, pero no está claro si lo dicen pensando en un
acto de culto o en la reunión de la comunidad, la comunidad de los pobres en
torno a Jesús. Quizá piensen que rezar el oficio divino (liturgia de las
horas), la recitación de los salmos, sea nuestro alimento espiritual cotidiano.
La respuesta de Jesús es sorprendente en este contexto. Primero le
responde con el ‘Shemá, Israel’, una oración bíblica que los judíos recitaban
diariamente: "Escucha, Israel: El Señor,
nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”, recitación que también hemos escuchado en la primera lectura, tomada
del libro del Deuteronomio, capítulo 6. Y, aunque el escriba no preguntó por el
segundo mandamiento, Jesucristo no puede dejar de mencionarlo, porque no se
puede cumplir el primero sin el segundo, algo que a muchas personas sí nos
gustaría, porque no es lo mismo amar a Dios, que no nos cae tan mal, que amar
al prójimo que sí tiene tantos defectos como cada uno de nosotros. El segundo
es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Levítico 19,18).
Yo creo que todos nos
sabemos de memoria este pasaje evangélico. Sería bueno que comparáramos este
pasaje con la manera como lo presenta Mateo 23, con Lucas 10 y también con Juan
13 y 15. Es una riqueza de testimonios acerca de Jesús.
Quedémonos con que la
religión de Jesús consiste en amar a Dios en cada uno de los seres humanos.
Amar es lo propio de Dios mismo. Dice Jesús, en otro evangelio: "tanto amó Dios
al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16). ¿Será otra la religión que a Dios le guste que no sea
amar? O también preguntémonos, ¿qué interés llevó a Jesús hasta la cruz por
esta humanidad pecadora, si no fue el amor y la misericordia? La medida del
amor a Dios: ¡con todo!, dice Jesús, y la medida del amor al prójimo, se nos
hacen muy altas, a nosotros que somos narcisistas, súper amantes de nuestro
ego: así como cada quien se ama a sí mismo, así amar al prójimo. Pensamos que
sólo los santos, para zafarnos un poco.
Pues que esto no se nos quede en el aire, busquemos formas de hacerlo
realidad en nuestro catolicismo, para colocarnos en el camino de Jesús, en su
mentalidad, en su espiritualidad.
Sentarnos a la mesa de Jesús no como un acto de culto o de devoción sino
para vivir la fraternidad que él realiza con nosotros.
Estudiar la Biblia, sobre todo los santos evangelios, para dejar que el
Maestro mismo sea quien nos conduzca a vivir el amor.
Vivir la oración como un momento privilegiado de intimidad con Dios que
nos envía al prójimo.
Vivir la caridad con los más necesitados. Empezar a hacer una Iglesia
que vive más para evangelizar a los pobres, liberar a los oprimidos, dar la
vista a los ciegos, proclamar el tiempo de la gratuidad de Dios y de todos los
seres humanos (ver Lucas 4,18-19).