Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





REVIVIR NUESTRA ESPERANZA DE UNA HUMANIDAD NUEVA

Domingo 1° de adviento, 28 de noviembre de 2021.

Lucas 21,25-28 y 34-36.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Hoy celebramos el primer domingo de adviento. El adviento litúrgico son cuatro semanas que nos encaminan a la navidad, a la celebración y vivencia de la natividad o nacimiento de Jesús en el portal de Belén. Nos queremos preparar debidamente para esta conmemoración.

En los comercios, en los medios de comunicación, en la calle, en muchas casas, ya hace rato que comenzó el tiempo de navidad. Hay de maneras a maneras de prepararnos a ella, lo decimos cada año hasta que podamos ir haciendo conciencia poco a poco en nuestros católicos y en toda nuestra sociedad. Una manera es alistar las compras y los regalos, el aguinaldo, las vacaciones, las posadas sociales, las comidas y cenas navideñas, las botellas de licor, etc. Hoy nos advierte nuestro Maestro que no nos dejemos atrapar o entorpecer por los vicios, el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida.

Otra manera es la oración, no tanto el rezo sino la oración en silencio, la oración de escucha y contemplación; las posaditas con peregrinos, la lectura de la Biblia particularmente de los santos evangelios, la caridad con aquellos que no van a tener navidad, la Misa, etc. La verdad es que hay dos navidades, la navidad de la sociedad que no tiene nada o muy poco de religiosa, y la navidad de Jesús, la de Belén, en la pobreza, en el desamparo social y económico, y no se diga su venida en la plenitud de los tiempos, como lo acabamos de escuchar en el evangelio.

Esto es lo que debemos tener claramente presente: que la vida cristiana y todo nuestro caminar por la historia es un adviento existencial que no se reduce a cuatro semanas. Lo que vivimos con más intensidad en el adviento litúrgico, lo hemos de vivir todo el año y todos los años. Caminamos al encuentro de Jesús, caminamos hacia la plenitud de los tiempos. ¿Cómo será esa plenitud? Podemos imaginarnos, por las señales de nuestro tiempo, que la destrucción, la extinción masiva de la vida humana junto con otras especies, es nuestro destino, y más si le añadimos el ambiente de violencia creciente que permea por todo el planeta. ¿Nos encaminamos hacia la muerte de unos y otros, criminales e inocentes? Los creyentes decimos categóricamente que no. Nuestro futuro es la plenitud del reino de Dios, el proyecto tan anunciado y verificado con señales palpables por nuestro Señor, el Hijo de Dios, tal como lo leemos y acogemos en los santos evangelios. Jesucristo dio su vida por ese proyecto y no lo habrá hecho en vano. Claro que no. Su muerte en la cruz será coronada, no sólo por su resurrección, sino sobre todo por la plenitud de esta humanidad, que aparentemente no tiene remedio, pero que Dios, al apostar por ella, nos está diciendo que sí, que nos ha llamado a todos a la completa felicidad, a la fiesta del reino de los cielos, a la boda del Cordero, a la alegría que no tiene fin. ¿Lo creen así ustedes? Yo les puedo asegurar categóricamente que el que más lo creyó y lo sigue creyendo es nuestro Señor Jesucristo. Ésta es la buena noticia del día de hoy: "entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza porque se acerca su liberación… cuando vean que sucede esto, sapan que el Reino de Dios está cerca” (Lucas 21,27-31).

En este ciclo dominical ‘C’, 2021-2022 que comenzamos hoy, vamos a leer preferentemente a san Lucas. Podríamos leerlo todo no como un pasado de Jesús, sino en clave de esperanza. Sí, todas sus enseñanzas, todos sus milagros, sus encuentros con las personas, incluso hasta sus conflictos, son un anuncio de la transformación radical de la creación, empezando por nuestra humanidad. En este espíritu de esperanza, nos habla san Pablo, en un pasaje que no se proclamó hoy, del futuro de toda la creación. Permítanme repasarlo textualmente para ver si nos contagia esperanza: "estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios.  La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia.” (Romanos 8,18-25).

En este repaso de esperanza, empecemos por la encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, una jovencita sencilla y pobre de un desconocido poblado llamado Nazaret; su nacimiento en la pobreza en un portal de Belén. De todo esto nos escribe san Lucas. ¿No inflaman acaso estos acontecimientos nuestra esperanza? No son los poderes del mundo los que van a redimirnos sino el poder de Dios que obra desde la pequeñez de estos creyentes llamados José y María que acogieron al Hijo eterno.

Seguimos con su ministerio por Galilea. ¿Acaso no inflaman nuestra esperanza los milagros obrados por Jesús? El levantamiento de la suegra de Simón, signo del resurgimiento de la mujer que ha vivido postrada por siglos a la sombra de esta sociedad machista. La virgen María, la mujer de la esperanza que mira el futuro y lo vive como un presente: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava… Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia…” (Lucas 1,46-54).

En la sinagoga de Nazaret (Lucas 4) había anunciado que a los pobres se les haría llegar la buena noticia, a los oprimidos la liberación, a los ciegos la vista y, a todos, el tiempo de la gracia de Dios. ¿Y la expulsión del demonio inmundo, la curación del leproso, del paralítico, etc., el llamado de unos pescadores a ser sus más cercanos colaboradores y depositarios de su ministerio de salvación, acaso no nos mueven a la esperanza confiada en Dios?

En la plenitud de los tiempos reinará la fraternidad, la igualdad, la justicia entre los seres humanos. En ese tiempo, de la animalidad habremos pasado a la espiritualidad, la que contemplamos en el Hijo de Dios, el poseedor del Espíritu por excelencia.

Por todo ello, Jesús nos anima a levantar la cabeza, el ánimo, porque se acerca la hora de nuestra liberación. Jesucristo entregó enteramente su persona al servicio de este proyecto de Dios llamado reino. Lo mismo se espera de nosotros, los cristianos. Nuestra espera ha de ser activa, en el mismo sentido que fue el ministerio de Jesús. No solamente nos queremos ir al cielo. Esto es egoísmo, y si es egoísmo, no es cosa de Jesucristo. Anhelamos y trabajamos en la obra de Jesús para que la plenitud de su reino sea una fantástica realidad para todos.

 


 

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