(La intención de
compartir estos comentarios es promover e incentivar en clérigos y laicos el
gusto por estudiar a nuestro Señor Jesucristo en los santos evangelios)
JESÚS, UN HOMBRE DEL ESPÍRITU
Domingo 9 de enero de 2022, EL BAUTISMO DEL
SEÑOR
Lucas 3,15-16 y 21-22.
Carlos Pérez B., pbro.
Juan era de estirpe sacerdotal, por lo que bien podía estar ejerciendo
su ministerio en el templo de Jerusalén. Pero en vez de estar con los que sí
podían presentarse en ese lugar sagrado, prefirió, por el llamado de Dios, irse
al río Jordán para predicar y bautizar a los pecadores, a los que les resultaba
más accesible acudir al Jordán que al templo.
Juan predicaba y practicaba un bautismo de conversión para perdón de los
pecados. La palabra ‘conversión’ significa cambio radical de vida, de corazón,
de nuestro entorno. Quiero hacer referencia a algunos versículos más de los que
escuchamos en la celebración. A la gente que acudía para ser bautizada por él,
les decía con energía y con toda claridad: "Raza
de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente? Den, pues,
frutos dignos de conversión, y no anden diciendo en su interior: Tenemos por
padre a Abraham; porque les digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a
Abraham. Y ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que
no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. La gente le preguntaba: Pues
¿qué debemos hacer? Y él les respondía: El que tenga dos túnicas, que las
reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo”
(Lucas 3,7-11). Es de notar que, en vez de retirarse muy indignados, esos
pecadores mejor se le acercan para preguntarle, con toda humildad y docilidad,
por lo que deben hacer.
Es en este contexto que Jesucristo se acerca para ser bautizado. Nos
llama la atención que el Hijo de Dios se haya abajado para ser bautizado como si
fuera un pecador más. Pero lo que nosotros debemos ver es un acto de comunión,
de solidaridad, de misión para ir en medio de los pecadores, para salvarlos,
para transformarlos radicalmente con la acción del Espíritu Santo que él ha
manifestado en el Jordán y del cual el mismo Juan da testimonio para aquella
gente que se preguntaba si él sería el Mesías o Cristo: "Es cierto que yo bautizo con
agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las
correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
Así es que, Jesucristo no se bautiza para ser lavado de los pecados que
no tenía, sino para manifestar al Espíritu Santo. El pueblo judío, seguidor de
las leyes de Moisés, no practicaba el bautismo. Lo de Juan era algo fuera de la
oficialidad de la ley. A Jesucristo, como bien nos lo dicen nuestros hermanos
no católicos, no lo bautizaron de pequeño, porque el bautismo no existía para
los padres de familia. A Jesucristo lo circuncidaron a los ocho días de nacido
y le impusieron ahí el nombre de Jesús (pueden ver Lucas 2,21). Los cristianos
no conservamos ese rito, sino el bautismo, pero no el de Juan, sino el de
Jesucristo, el baño del Espíritu Santo. Éste es el acento de los evangelios,
especialmente de san Lucas, evangelista que más nos presenta a Jesús conducido
por el Espíritu. Así nos refiere más adelante: "Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido
por el Espíritu en el desierto… Jesús volvió a Galilea por la fuerza del
Espíritu” (Lucas 4,1.14). Quedémonos pues con esta imagen tan bella de
comunión de Jesús con el Espíritu, pero también con los pecadores.
El bautismo no fue para Jesús un evento social con signos religiosos,
tal como la inmensa mayoría de nuestros católicos lo vive bautizando a sus
hijos. La intención de la Iglesia no es ésa. En sintonía con Jesús, la Iglesia
lo que hace es bautizar a niños y a adultos para impregnarlos del Espíritu
Santo, para hacer de ellos seres espirituales, para hacerlos hombres y mujeres
del Espíritu. Y eso queremos para todo mundo, para toda la humanidad, que ya
dejemos de ser animalitos que se agreden unos a otros, que sólo se interesan
por el consumo, por comer y disfrutar, que sólo se procuran a sí mismos.
Pensemos en una humanidad impregnada del Espíritu de Dios. Esto es lo que Dios
quiere al hablar de salvación.
¿Cómo es un hombre o una mujer poseídos por el Espíritu Santo? Lo
podemos constatar a lo largo de los santos evangelios, qué persona tan
extraordinaria es Jesús, por sus enseñanzas, por sus milagros, por su compasión
con los pobres y los excluidos, por su libertad, por su entrega total a la obra
de Dios, por su entereza, por su transparencia.