(La intención de
compartir estos comentarios es promover e incentivar en clérigos y laicos el
gusto por estudiar a nuestro Señor Jesucristo en los santos evangelios)
JESÚS, UN HOMBRE DEL PUEBLO
Domingo 16 de enero de 2022, 2° ordinario -
C
Juan 2,1-11.
Carlos Pérez B., pbro.
Contemplemos a Jesucristo como uno más de los invitados. Él no fue a
casar a los novios, ni siquiera era el invitado principal, ni un padrino
notable ni rico ni nada. Caná no está lejos de Nazaret. No veamos a Jesucristo
como un eclesiástico, sino como un laico, en esa condición realiza la señal.
Incluso digamos que en Galilea se pensaba que en Nazaret no había gente que
valiera. Un galileo de Betsaida, Natanael, unos versículos antes, se había
preguntado con toda sinceridad: "¿Puede
salir algo bueno de Nazaret?” (Juan 1,46).
Es necesario que todos los católicos, en nuestra lectura diaria de los
santos evangelios, contemplemos atentamente a Jesús, que no nos vayamos
inmediatamente al milagro de convertir el agua en vino. Veamos quién es Jesús,
como es él, de dónde viene, cómo se acerca a las personas, etc., porque todo
eso es buena noticia.
Jesucristo, pues, llega como uno más de ellos. Nadie en esa boda se
imaginaría que en medio de ellos estaba el Hijo de Dios. Si posteriormente
Jesucristo utilizaría la imagen de la fiesta de bodas en sus parábolas para
enseñarnos sobre el reino de Dios, es porque desde antes ya había participado
en ellas, como en el resto de los momentos de la gente. Él no era un escriba o
fariseo que se apartara de la gente.
En esta boda se deja ver que el novio era pobre. Si se acaba el vino y
éste era corriente, en el decir del encargado del servicio, es porque no le
alcanzaba para más. Es la madre de Jesús la que se compadece de los pobres
novios al acudir a su Hijo. Es preciso decir que, en el evangelio de san Juan,
la madre de Jesús es figura clara de la Iglesia. San Juan nunca menciona a la
virgen María por su nombre. La Iglesia hoy día ha de estar pendiente de las
alegrías, penas y necesidades del pueblo, y cuántas veces recurrimos a Jesús al
sentir que la solución está primeramente en sus manos.
Al parecer, Jesucristo se resiste a realizar una señal en ese momento
porque todavía no ha llegado su hora. Claro que todavía no había llegado su
hora de entregar la vida en la cruz. Pero el evangelista se vale de esta nota
para llamar nuestra atención sobre ese punto. Esta señal milagrosa tiene que
ver directamente con la entrega de la vida de Jesús. Quien no lo vea así, no
estará siendo fiel al Maestro, el cual realiza sus señales en dirección a la cruz,
a su pascua. Todos los milagros de Jesús, que en este evangelio son llamados
‘señales’, han de leerse en esa clave: Jesucristo se entrega a sí mismo en cada
uno de ellas. Son señales por las cuales Jesús se revela a sí mismo.
¿Esto nos dice algo a nosotros? Los seres humanos estamos acostumbrados
a realizar muchas buenas obras de manera exterior: una caridad, un favor, un
servicio, a veces cobrado, a veces gratuito, pero no nos entregamos a nosotros
mismos.
La señal de convertir el agua en vino, nos mueve a escándalo. ¡600
litros de vino para una fiesta pueblerina! Son francamente una borrachera. En
nuestra cultura, el alcohol es un símbolo de vicio, de perdición, de problemas,
de dolores de cabeza para familias enteras y entornos sociales. Salgamos de nuestra
cultura y entremos en aquella. Aquí el vino es el ingrediente de la alegría de
la fiesta, como lo es la música, la comida, los invitados. Si se acaba el vino,
se acaba la fiesta. La cantidad exagerada de vino nos habla de Dios. Jesucristo
no revela a un Dios poquitero, sino a un Dios exageradamente gratuito. En las
bodas de nosotros se consiguen padrinos para que cada uno ponga una botella en
cada mesa. Pero aquí el vino es lo de menos, lo que realmente importa es el don
de Dios que se entrega en este nazaretano. Dios da a manos llenas.
La siguiente nota es para ponerme y para ponerlos a pensar:
¿Podríamos considerar las bodas de Caná como una liturgia donde
resplandeció la buena noticia de Jesús? Pues nuestras misas son muy distintas y
distantes de esta fiesta. Nuestras celebraciones son aburridas. No se parecen a
las piñatas o fiestas infantiles, ni a las fiestas juveniles. Más bien parecen
reuniones de viejos, que sólo se juntan para platicar de sus anécdotas pasadas.
En todo caso deberíamos incluir el convivio y el festejo como parte de nuestra
celebración, no como aparte sino como parte integrante, así me ha tocado
vivirlo en algunas comunidades del campo. ¿El Jesucristo que se hizo presente
en las bodas de Caná es distinto del Jesucristo que se hace presente en
nuestras misas? Si decimos que es el mismo, pues entonces escandalicémonos
porque aquella gente le faltó al respeto al cantar, bailar, platicar, tomar
vino en presencia de él. Si lo hiciéramos así hoy día, sobrarían personas,
especialmente clérigos que se rasgarían las vestiduras. A mí me parece chocante
cuando alguien cataloga una celebración como una pachanga, o una kermés. Si
Dios está ausente, entonces sí lo es. Pero si Dios está presente, las formas
exteriores pueden ser muy diversas. En todo caso, si nos escandalizamos ahora,
pues seamos coherentes, escandalicémonos de esta fiesta de Caná. Creo que nadie
se imagina que en Caná todo mundo se puso a rezar en toda la fiesta porque el
Hijo de Dios estaba ahí presente. Todo esto evidencia cuánto nos hemos
distanciado del Evangelio.
Esperemos que la etapa sinodal que estamos viviendo en nuestra Iglesia
nos vaya llevando a tomar conciencia de esta y muchas cosas. No podemos seguir
celebrando los sacramentos de la manera actual. Y no lo digo porque yo me
atreva a hacer las cosas de diferente manera, no soy tan aventado, sino para
que discernamos y vayamos tomando decisiones de manera eclesial, es decir, como
Iglesia en conjunto, para ser cada día más fieles al Evangelio del Maestro.