(La intención de
compartir estos comentarios es promover e incentivar en clérigos y laicos el
gusto por estudiar a nuestro Señor Jesucristo en los santos evangelios)
UNGIDO PARA LLEVAR EL EVANGELIO A LOS POBRES
Domingo 23 de enero de 2022, 3° ordinario -
C
Lucas 1,1-4 y 4,14-21.
Carlos Pérez B., pbro.
Del 18 al 25 de enero estamos celebrando y viviendo el octavario por la
unidad de los cristianos. Que nos mueva a todos aquella pregunta punzante de
san Pablo: "¿qué acaso está Cristo
dividido?” (1 Corintios 1,13). Porque los cristianos estamos divididos en
infinidad de iglesias, sectas y denominaciones. La diversidad es una riqueza,
ciertamente; pero la división, la no-comunión es nuestra triste realidad,
siendo que el anhelo de nuestro Señor, expresado en la última cena, ante el
Padre, era precisamente la unidad: "Que
todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Juan 17,21).
Contemplemos pues en el evangelio a Jesucristo ungido por el Espíritu, el que
es autor de la profunda y verdadera unidad en la diversidad.
En este octavario, celebramos también el domingo de la Palabra, por
convocatoria del Papa Francisco. Los católicos estamos muy atrasados en este
renglón que es el fundamental de nuestra vida cristiana, de nuestra religión
católica: la escucha obediente de la Palabra. Infinidad de católicos no tienen
el hábito de la lectura cotidiana de la Biblia. Trabajemos todos, con
insistencia, como dice san Pablo, ("proclama
la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo” 2 Timoteo 4,2), para que todos
nuestros católicos lleguen a comprender que el punto principal de nuestra fe
consiste en escuchar a Dios, especialmente en su Hijo Jesucristo, para vivir de
acuerdo a su Palabra. Nosotros no creemos en un Dios mudo, al que solamente hay
que adorar, alabar, rezar y ofrecerle cosas. No. Nuestro Dios es un Dios que
habla, que desea ser escuchado y obedecido, con discernimiento, no de manera literalista,
porque "Dios nos capacitó para ser
ministros de una nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu. Pues la
letra mata mas el Espíritu da vida” (2 Corintios 3,6). Qué bella imagen nos
ofrece el libro de Nehemías, en la primera lectura: "Todo el pueblo estaba atento a la lectura del
libro de la Ley... todos lloraban al escuchar las palabras de la ley”.
Sólo puede considerarse verdadero discípulo de Jesucristo el que lo
escucha cotidianamente, el que lo estudia en los santos evangelios. Quien no
vive en esta dinámica de escucha y obediencia, es que ha hecho de Jesús un mero
ídolo, mudo, distante, como los ídolos de los paganos. La experiencia que
vivieron aquellos primeros discípulos llamados por Jesús, de caminar detrás de
él, de aprender de sus enseñanzas y de toda su persona, es la experiencia que
ha de vivir todo católico. Ya dejemos atrás ese catolicismo que se quedaba en
las meras devociones. No temamos que la lectura de la Biblia se nos vaya a
convertir en una religiosidad intimista, porque quien escucha a Jesús se dará
cuenta que él mismo lo empuja a vivir el amor a Dios y al prójimo, la caridad,
el servicio, la humildad, el arrepentimiento, la conversión, la gratuidad, etc.,
etc.
Hoy contemplamos a Jesús movido y ungido por el Espíritu Santo. Así nos
dice san Lucas:
"Jesús, lleno de Espíritu
Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto,” (Lucas 4,1).
"Jesús volvió a Galilea por
la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región” (Lucas 4,14).
El sábado fue a la sinagoga de Nazaret precisamente para escuchar la
Palabra de Dios. Se levantó para hacer la lectura, la cual hizo en calidad de
laico, no de sacerdote o escriba. Jesucristo no se topó por casualidad con Isaías
61, sino que lo buscó expresamente, para presentarse con ese pasaje ante su
gente y ante la gente de todos los tiempos. ¿A qué vino Jesús al mundo? A todos
nos debe quedar muy claro lo que dice Jesucristo de sí mismo. No vino a hacer
los oficios sagrados en el templo de Jerusalén, porque no vino como sacerdote,
no vino a dedicarse al culto. Vino a esto otro, como lo hemos escuchado en el
evangelio: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para
anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar
libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.
Esto que dice Jesús de sí mismo, lo
hemos de decir y de vivir toda la Iglesia en su conjunto. Toda y todo cristiano
ha de identificarse con la misión y el mesianismo de Jesús. Para eso estamos,
para eso nos ha llamado.
La buena noticia para los pobres es que
hay camino para salir de las pobrezas que los aquejan.
La liberación de los que están cautivos
o presos de tantas cosas, porque la libertad, desde los tiempos del Éxodo, es
la vocación de todos los seres humanos. Dios no quiere esclavos, es el primero
en abolir la esclavitud de cualquier clase.
Abrirles los ojos a los ciegos es una
bella realidad que leemos en los santos evangelios. Muchos líderes políticos,
religiosos y económicos lo que hacen es cerrarle los ojos al pueblo, para
seguir dominándolo. Jesucristo no le cerraba los ojos a la gente (‘no vean, no
piensen’) sino al contrario.
Jesús vino a liberar a los oprimidos de
todas sus opresiones. Dios no quiere un mundo de opresores y oprimidos, ni de
sí mismos, ni en la familia, ni el entorno laboral, ni en la sociedad, mucho
menos en la Iglesia.