(La intención de
compartir estos comentarios es promover e incentivar en clérigos y laicos el
gusto por estudiar a nuestro Señor Jesucristo en los santos evangelios)
UN PROFETA ¿FRACASADO?
Domingo 30 de enero de 2022, 4° ordinario -
C
Lucas 4,21-30.
Carlos Pérez B., pbro.
Nos parece por demás extraño el
desenlace de la presentación de Jesús ante su gente de Nazaret, sus conocidos
de infancia, sus familiares. ¿Qué fue lo que pasó? Repasemos el pasaje de
Isaías 61 tal como lo recogió san Lucas, que Jesucristo les leyó en la sinagoga
y se lo aplicó a sí mismo.
La buena noticia (evangelio) del reino
de Dios es para los pobres. ¿A nosotros nos causa alegría, desánimo o ira?
Pensamos que todo lo que va dirigido en bien de los pobres nos debe causar
alegría. Sólo a los ricos les podría parecer mal, quizá pensando que eso es
populismo, pero desde luego que para defender sus intereses personales.
La liberación de los cautivos, la vista
a los ciegos, la liberación de los oprimidos… ¿es algo que nos moleste? Al
contrario, sentimos esa obra como una buena noticia. No queremos la cautividad
para nadie, ni la ceguera; no queremos que haya oprimidos. Y desde luego que el
que menos quiere eso es Dios mismo.
El año, el tiempo de la gracia de Dios,
de su gratuidad, ¿es algo que nos moleste? Si somos reflexivos caemos en la
cuenta que ese tiempo es el que estamos viviendo, toda esta creación es fruto
de la gratuidad de Dios, porque nada de lo que vemos y aprovechamos, lo podemos
pagar. Pero si se refiere Isaías al perdón y la reconciliación que Dios nos
ofrece en Jesucristo, siendo que como humanidad nos portamos y nos hemos
portado tan mal, pues no hay por qué enojarse, al contrario, alegrarnos.
Bueno, hasta aquí coincidimos con la
gente de Nazaret, porque estaban admirados de las palabras "llenas de gracia”
(en el leccionario leemos "llenas de sabiduría”) que salían de sus labios.
Como que Jesús sintió una especie de desánimo detrás de la pregunta de
su gente de Nazaret: "¿qué no es éste el
hijo de José?” (Mateo 13 y Marcos 6 mencionan a su madre, a sus hermanos y
hermanas). Quizá a san Lucas le faltó referirnos más detalles de la reacción de
la gente. Pues la cosa se pone peor cuando provoca los celos de sus paisanos al
compararlos con la gente de Cafarnaúm, o con las gentes de los tiempos de Elías
y de Eliseo. (San Marcos y san Mateo nos dicen que no pudo hacer ahí ningún milagro
por su falta de fe, pero san Lucas no lo refiere). Así es que vemos que lo
sacan (¿a rastras?) de la sinagoga y se lo llevan para despeñarlo, pero no lo
consiguen. ¿Qué pensamos nosotros de todo esto? Esto seguramente es un preludio
de su pasión.
Pensamos y afirmamos que el Evangelio sigue siendo una buena noticia
para los pobres. Pobres eran las gentes de Nazaret, jornaleros en su mayoría. Y
así lo vivimos en nuestros tiempos. La suerte de los verdaderos profetas no es
precisamente la aceptación (no son monedita de oro). Nuestra gente muchas veces
es inmediatista, materialista, prefieren los bienes de consumo, las dádivas o
migajas que se caen de la mesa de los amos, de los ricos o dueños de esta
economía neo liberalista. No alcanzan a ver en profundidad (esto es una especie
de ceguera de la que también Jesucristo nos quiere curar) los planes de Dios de
transformar radicalmente a esta humanidad en algo nuevo en su Hijo. Esto es el
reino de Dios. A pesar de incomprensiones e ingratitudes, Jesucristo sigue
adelante con su ‘programa’ manifestado en la sinagoga de Nazaret, no cambia de
destinatarios, y a nosotros nos toca continuar esta obra de Jesús en favor de
los pobres que, a partir de ellos, es para todos.