(La finalidad de estos comentarios es motivar a todo mundo a estudiar a
nuestro Señor Jesucristo en los santos evangelios. Conocer a Jesucristo lo es
todo, decía el p. Chevrier. El conocimiento de Jesucristo hace al sacerdote, y
a todo cristiano. Así es que nos leemos y nos escuchamos unos a otros).
ESCUCHAR OBEDIENTEMENTE AL MAESTRO
Domingo 27 de febrero de 2022, 8° ordinario
- C
Lucas 6,39-45.
Carlos Pérez B., pbro.
Continuamos con el sermón del llano que empezó con las bienaventuranzas
y malaventuranzas, continuó con el amor a los enemigos y ahora el Maestro nos
hace unos tres o cuatro llamados más. Nos situamos ante él con corazón de
discípulos: ‘habla, Señor, tu eres mi Señor y mi Maestro. Yo quiero escuchar tu
Palabra y ponerla en práctica’.
Quisiera comentar uno a uno estos llamados. Primero nos dice Jesús: "¿puede acaso un ciego guiar a
otro ciego?” Jesucristo quiere que sus discípulos
seamos personas de ojos abiertos, es más, de mirada profunda, amplia e
incluyente como la de él. Él no quiere fanáticos, gente que se ciega y se deja
ir detrás de una idea fija sin más ni más. Por eso en los evangelios
encontramos más bien ciegos que han sido curados, y no al revés. Las personas
que cierran los ojos, aunque sean muy religiosas, no pueden ser guías en el
camino de la salvación de Jesucristo. Y lo primero que te digo y lo primero que
haces. Cómo hay en nuestra Iglesia católica, en la jerarquía y en el laicado,
personas que cierran los ojos a la realidad y se fanatizan por una idea,
tradición, sentimiento, y no están (estamos) dispuestos a cambiar.
"¿Por
qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo?” Esta frase de nuestro Señor ya es patrimonio de la humanidad: cuántos
comentaristas, intelectuales, medios de comunicación la usan. Todos deberíamos
traer un espejito en la bolsa, como lo hacen las muchachas, para estarse viendo
y retocando a cada rato, pero nosotros para estarnos viendo a nosotros mismos y
no sólo a nuestros prójimos. Generalmente todo lo que vemos y criticamos en los
demás lo tenemos también nosotros. Con humildad nosotros debemos vivir este
evangelio y así enseñárselo a nuestro mundo.
Esta enseñanza de Jesús no significa
que no nos hemos de corregir unos a otros. La corrección fraterna está vigente,
porque también es una enseñanza y un mandato de nuestro Señor. Lo leemos en
Lucas 17,3: "Si tu hermano peca,
repréndele”. Pero nunca la
debemos practicar sin mirarnos a nosotros mismos.
"El
hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre
malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de
lo que está lleno el corazón”. Algo parecido lo escuchamos
en la primera lectura.
Las conversaciones en privado (no en
público, porque ahí cuidamos las apariencias y nos abstenemos de muchos
comentarios) son las que revelan lo que hay en nuestro interior. Si alguien
trae el futbol en su corazón, de eso habla su boca. Si una persona habla mucho
de los vestidos y las modas, eso trae en su corazón. Hay quienes se la pasan
hablando de dinero, de lujos, de autos, de compras, etc. En público, en la
política, en el ambiente de Iglesia, puede ser que nos moderemos un poco y
tratemos de presentar una cara distinta, como que nos interesan mucho los
derechos humanos, la justicia, los sacramentos, el bienestar de los demás, la
caridad, etc. A muchas personas que se acercan para tramitar su matrimonio, o
un bautismo, quinceañera y demás, uno como sacerdote se da cuenta que lo que
traen en el corazón es la fiesta, porque a esos preparativos van a dedicar
mucho tiempo, y tristemente al sacramento no le ponen la misma atención.
En estos tiempos de destapes de
escándalos de nuestra Iglesia, la realidad de nuestra miseria interior nos ha
obligado a aceptar que no le pusimos la debida atención a las víctimas sino que
nuestro corazón estaba puesto en nuestra imagen eclesiástica.
¿Estoy criticando? Sí. Por eso conviene
que también los eclesiásticos revisemos las entrañas de nuestro corazón. No es
lo mismo lo que decimos en la homilía que las ilusiones que traemos en el
corazón. ¿De qué hablamos los sacerdotes en nuestros corrillos?
El evangelio de este domingo no se extiende hasta la conclusión maravillosa
del sermón del llano (que también en san Mateo concluye así el sermón de la
montaña), siendo que es muy importante lo que Jesús nos enseña. Por eso también
me permito comentarlo un poco: "¿Por qué me llaman: ‘Señor,
Señor", y no hacen lo que digo?’ Todo el que venga a mí y oiga mis
palabras y las ponga en práctica… es
semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los
cimientos sobre roca”.
¿Qué
significa esto? Que las alabanzas y el culto dirigidos a Jesús no son más
importantes que la obediencia a sus enseñanzas. Nuestra religión consiste en
escuchar al Maestro con un corazón obediente: ‘Oh Cristo, oh Verbo, tú eres mi
Señor y mi Maestro, habla, yo quiero escucharte y poner tu Palabra en práctica’.