CONTEMPLAMOS LA GLORIA DE DIOS EN JESUCRISTO
CRUCIFICADO
Domingo 13 de marzo de 2022, 2° cuaresma - C
Lucas 9,28-36.
Carlos Pérez B., pbro.
El segundo domingo
de cuaresma, cada año, la Iglesia nos ofrece esta bella imagen de nuestro señor
Jesucristo transfigurado. Un año la contemplamos en Mateo, al siguiente en
Marcos, este año en san Lucas. Sería bueno comparar en cada versión sus propios
acentos.
El texto evangélico
de hoy comienza con estas palabras que no nos ofrece el leccionario romano: "sucedió
que unos ocho días después de estas palabras”. Si ésta es una referencia
del propio evangelista, quiere decir que la transfiguración está directamente
ligada a esas palabras, ¿cuáles? Se refiere a la pregunta por la identidad de
Jesús ("¿quién dicen que soy yo?”), al anuncio de su pasión, muerte y
resurrección, y a las condiciones para ser discípulos suyos. ¿Entendieron los
discípulos estas enseñanzas? Pedro había respondido, "tú eres el Cristo de
Dios”, pero, al parecer, no tenía idea clara de qué clase de Cristo, Mesías
o Ungido era Jesús, ni mucho menos de cuál era su camino de salvación. Por eso
los lleva a un monte elevado, para que sea el Padre quien dé su propia
respuesta a la pregunta, al anuncio y las condiciones que su Hijo exige. En
esta escena, Pedro manifiesta su ignorancia acerca de la misión de Jesús al
proponer quedarse ahí y no ir a Jerusalén.
Según san Lucas, en
ambiente de oración había interrogado a sus discípulos (ver 9,18) sobre su
mesianismo. Ahora, de nueva cuenta, en ambiente de oración (éste es un acento
de Lucas) se mostrará la respuesta de Dios. ¡Qué oración tan intensa y
profunda! Es la gloria del Padre la que contemplamos en su Hijo en esa oración.
Esa gloria la hemos de contemplar no sólo en su resurrección y ascensión a los
cielos, sino cuando esté colgado en una cruz, cuando esté siendo rechazado y
martirizado, porque es glorioso entregar la vida por entero y sin medida para
la salvación del género humano. En este Cristo rechazado se hace más palpable el amor del Padre.
En la oración de
Jesús resuena la Palabra de Dios revelada desde antiguo. Se hacen presentes
Moisés y Elías, la ley y los profetas (como le llaman los judíos a la Biblia),
los cuales hablan con Jesús y a Jesús de la partida que le espera
en Jerusalén. ¿Recordamos la escena de los discípulos de Emaús en este mismo
evangelio según san Lucas? Jesucristo platica con dos discípulos suyos que no
habían entendido el camino de salvación del Maestro: "Él les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que
dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara
así en su gloria? Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas,
les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lucas 24,25-27).
Muchas veces decimos, y
ahora hay que insistirlo, que nosotros los cristianos no leemos la Biblia como
los testigos de Jeová, o como muchos hermanos no católicos, para quienes, al
parecer, todas sus páginas están como al mismo nivel. No, para nosotros no. Ni
Moisés ni Elías son nuestros maestros, ellos son discípulos de Jesús, ellos
anunciaron a Jesús, sin conocerlo, desde la antigüedad. El Hijo escogido (o
amado como leemos en Mateo 17 y Marcos 9) es sólo Jesucristo, como lo indican
claramente los evangelistas. Sólo a él se referían las palabras del Padre.
Nosotros, discípulos
de Jesús, esperamos y pedimos otras cosas en nuestra oración. En cambio,
Jesucristo escucha su misión para la cual lo ha marcado el Padre, lo más
importante en su vida.
Cuántas veces
insistimos en que una persona que escucha (lee) habitualmente la Biblia, en sus
ratos de oración resuena esa Palabra en su interior. Generalmente en nuestro
interior resuenan nuestras propias palabras, y le achacamos a Dios lo que
nosotros nos queremos decir a nosotros mismos. Pero lo mejor es abrir el oído a
la Palabra, que sea Dios mismo el que nos hable, pero no en revelaciones de ‘iluminados’
del momento, sino directamente en esa Palabra que ya nos ha marcado en nuestro
espíritu y en nuestro corazón. Y veremos que el Padre nos llama a entrar en el
camino de Jesucristo, siguiendo sus pasos, escuchándolo a él.
No desaprovechemos
la oportunidad para llamar de manera insistente a nuestros católicos y a
nosotros mismos a escuchar a Jesús, a estudiarlo en los santos evangelios. No
es discípulo quien no vive en la escucha de su Maestro. Si yo les pido que
leamos los santos evangelios, no me hagan caso. Si el Papa Francisco en
numerosas ocasiones nos llama a leer unos minutos diarios el Evangelio, pues yo
creo que a él sí le haríamos caso. Pero mucho más caso le tendremos que hacer
el propio Padre eterno que nos llama hoy con estas palabras: "Este es mi Hijo, mi escogido;
escúchenlo”.
"Oh
Cristo, oh Verbo, yo quiero escucharte y poner tu palabra en práctica… Tú eres
mi Señor y mi Maestro y no quiero escuchar a otro sino a ti” (p. Chevrier).