(Conocer a Jesucristo lo es todo, decía el p. Chevrier. El conocimiento
de Jesucristo hace al sacerdote, y a todo cristiano. Así es que nos leemos y
nos escuchamos unos a otros).
¿DIOS CASTIGA? NOS LLAMA A CONVERTIRNOS
Domingo 20 de marzo de 2022, 3° cuaresma - C
Lucas 13,1-9.
Carlos Pérez B., pbro.
En
este pasaje evangélico vemos que nuestro Señor integra en su espiritualidad los
acontecimientos de una manera novedosa. En consecuencia, estamos diciendo que
los acontecimientos no son ajenos a nuestra espiritualidad cristiana, y nuestro
Señor y Maestro nos enseña a tener y cultivar una fe madura, no ingenua o
simplista en relación con ellos. Le vienen a traer la trágica noticia de que el
desalmado de Pilato mandó matar a unos galileos (no sabemos por qué motivo) y
mezcló su sangre, algo sumamente afrentoso para un judío, con la sangre de los
animales que estaban ofreciendo en sacrificio. Seguramente este acontecimiento
fue una noticia que causó conmoción en toda Judea y Galilea en esos días. Por
eso nuestro Señor no tenía en un buen concepto a los gobernantes de las
naciones (ver Mateo 20,25: "Ustedes saben que los jefes de las naciones las dominan como señores
absolutos, y los grandes las oprimen con su poder”).
Y, por su parte, Cristo añade una noticia más, la torre que aplastó a 18
hombres, para ofrecer su reflexión, contrastante con la mentalidad judía,
quienes veían en ellas la acción directa del Dios castigador.
El
cristiano que va madurando en su fe, atenido a la enseñanza de su Maestro, no
debe vivir las cosas que pasan en este mundo, a nuestro alrededor y en nuestro
entorno cercano, incluso aquellas cosas que nos afectan negativamente (enfermedades,
accidentes, desgracias, fracasos, problemas, etc.) como si fueran un castigo de
Dios. Jesucristo así nos lo enseña con toda claridad.
¿Acaso
la gente de Ucrania es más pecadora que nosotros y la demás gente del mundo y por
eso están sufriendo la invasión de Rusia y nosotros no? Claro que no. Pero
debemos tener bien abierto nuestro espíritu porque estas cosas son una
advertencia para nosotros y para todos, porque si no nos convertimos, todos
pereceremos de manera semejante. Esta es la enseñanza de nuestro Maestro.
Muchos rusos, sobre todo los que están en el poder, como faraones actuales (ver
1ª lectura), se estarán sintiendo satisfechos porque sus ejércitos son
poderosos y pueden aplastar a quienes ellos quieran. Así se sintieron los
egipcios que oprimían a los hebreos; así se sentían los alemanes en tiempos de
Adolfo Hitler, y sin embargo, les llegó el fracaso y, la destrucción que ellos
causaron en muchas naciones, la tuvieron que padecer en su propio suelo. Pero
parece que los seres humanos no aprendemos de nuestros errores.
De
hecho el peligro de que inicie una tercera guerra mundial es ahora más posible
que hace un mes, cuando pensábamos que los rusos no se iban a atrever a entrar
con sus ejércitos al país vecino. Pues ahora, si nos dicen que no quieren ellos
lanzar las primeras bombas atómicas, lo que desataría una catastrófica guerra
nuclear, y con ella la sexta extinción masiva de la vida, ya no les vamos a
creer, porque nos contaron mentiras antes de la invasión. Por ello, lo mejor es
que nos convirtamos y convirtamos entre todos este pobre mundo, esta pobre
humanidad y ya dejemos de vivir esta vida egoísta, consumista, encerrados y ensimismados
cada quien en su propio yo y en sus propias cosas, y especialmente que ya cambiemos
este mundo de tantas injusticias, en que los de arriba se aprovechan de los más
débiles. De seguir igual, esa será nuestra ruina. Ni siquiera las consecuencias
del cambio climático nos hacen reaccionar a muchos.
Jesucristo, para ser más claro en su invitación a un cambio de vida,
nos pone el ejemplo de la higuera. Esa higuera, como cualquier otro árbol
frutal, es cada uno de nosotros. En este mundo hay gente que da ¡tanto fruto!;
que son tan provechosos para la comunidad, para la sociedad, para el mundo; que
sirven tanto que uno no quisiera que se fueran a morir. A estas gentes este
mundo los necesita tanto, también en la Iglesia. En cambio, ¿me permiten decir
que hay otros que no sirven para nada?; que no quieren servir en nada, que
nomás piensan en sí mismos y en sus cosas, que más bien están estorbando en
este mundo (estamos). Uno quisiera que el encargado del huerto ya cortara a
toda esa gente de una vez (entre ellos a nosotros). Pero hay alguien que no se
desespera y tiene paciencia un año, o muchos, para darnos oportunidad de dar
frutos. Más nos vale pensar que a cada uno de nosotros Dios nos está dando
oportunidad de ser provechosos, fructíferos para este mundo. No pensemos en una
conversión meramente individualista (tengo que dejar este vicio o estos malos
comportamientos) sino en un cambio de personas y de todo nuestro mundo.
Ejercitémonos en la conversión permanente en esta cuaresma.
Celebremos en esta Misa la paciencia de Dios para con nosotros,
celebremos la fuerza de su santo Espíritu que es el que nos puede hacer cambiar
para dar fruto.