Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





(Conocer a Jesucristo lo es todo, decía el p. Chevrier. El conocimiento de Jesucristo hace al sacerdote, y a todo cristiano. El mejor lugar para conocer a Jesucristo son los santos evangelios. Qué fantástico aparece Jesús en el pasaje evangélico de hoy. - Nos leemos y nos escuchamos unos a otros).

 

POR UNA HUMANIDAD DE MISERICORDIA

Domingo 3 de abril de 2022, 5° cuaresma - C

Juan 8,1-11.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Quiero decir lo que sigue para que todos vayamos conociendo mejor los santos evangelios: Los estudiosos de la Biblia están de acuerdo en que este pasaje es más propio de san Lucas que de san Juan. Cualquiera que lea a san Juan desde el capítulo 7 hasta el 8, notará a las primeras que el pasaje de la mujer adúltera no casca con el resto de la redacción. Quizá en los primeros años de la Iglesia hubo resistencias a aceptarlo porque Jesucristo no quiso condenar a una persona que no se había acercado a él arrepentida. Quedaría muy bien este pasaje enseguida de Lucas 21,38. Sea como sea, este pasaje evangélico es una perla preciosa de buena noticia, es un evangelio de misericordia.

En nuestra lectura personal no pasemos de largo por cada detalle del evangelio, por cada detalle de la persona de Jesucristo. Él pasaba la noche en el huerto de los olivos, y por la mañana bajaba al templo para enseñar a la gente, a la gente más sencilla. Lo hacía sentado, nos dice el evangelio, lo que nos presenta una imagen de Jesús más relajada. Seguramente lo hacía en el atrio, porque no había en el templo un saloncito especial para él. Yo lo quiero ver como un catequista de niños y adultos. Lo quiero ver ahora, enseñando a nuestras gentes, todos los que se acercan a estudiar los santos evangelios, donde nos podemos encontrar con él en calidad de discípulos y a él como Maestro. Y vaya que nos ofrece aquí una enseñanza formidable, enseñanza de vida, de gracia, de salvación. Contemplar a Jesucristo en pasajes evangélicos como el de ahora, es lo que nos hace exclamar como San Pablo en la segunda lectura: "lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Filipenses 3,7). Y en esa tónica expresaba el p. Chevrier, fundador del Prado: "Conocer a Jesucristo lo es todo, lo demás es nada”.

A los escribas y fariseos, que no lo buscaban para aprender de él como Maestro, les gustaba ponerle trampas, para poder acusarlo y condenarlo a muerte. Para ello, se valen de una pobre mujer que había sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés era muy drástica en estos casos. Leemos en Levítico 20,10: "Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera”. Y al escuchar esta sentencia, todos debemos preguntarnos ¿qué pasó con el hombre que cometió adulterio con ella? ¿Por qué los escribas y fariseos sólo atraparon a la mujer, a la parte más débil? Porque estamos ante una sociedad extremadamente machista, que sólo ve el pecado en las mujeres y ellos a sí mismos se exculpan. Pero aquí está alguien que los hará mirarse en su propia conciencia. Esto sucede aún en nuestros días en sociedades de fundamentalismo musulmán, como los países árabes, o como Afganistán.

La trampa consistía en que, si Jesucristo salía en defensa de la mujer, pues se ponía en contra del gran legislador Moisés, y con eso, lo podían condenar a muerte. Pero si, al contrario, les decía que la apedrearan, pues se le venía abajo toda su labor de misericordia con los pecadores, de lo cual Jesucristo ya tenía fama.

La primera reacción de Jesús es el silencio. Se agacha para escribir en el suelo. ¿Qué escribía? Es posible que se refiera a una profecía de Jeremías: "y los que se apartan de ti, en la tierra serán escritos” (Jeremías 17,13).

Pero como ellos insistían en su pregunta, Jesús se incorpora y les suelta unas palabras que sacuden la conciencia y descubren el corazón. Tenemos que reconocer que la respuesta de Jesús es sumamente sabia, porque no dice ni una ni otra cosa. Pero la agudeza de su mente no es para zafarse de una trampa, sino que sirve como un llamado a la conversión. Estas palabras de Jesús se han convertido en patrimonio de la humanidad, porque las usamos creyentes y no creyentes: "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”.

En esta cuaresma y toda nuestra vida cristiana ejercitémonos en esta sentencia de misericordia y de vida. Miremos a nuestros hermanos que han caído en alguna falta o en alguna situación de pecado, Mirémoslos con misericordia antes que con condenación. Aprendamos a mirarnos a nosotros mismos.

Para ilustrar este evangelio, pongan ustedes algunos ejemplos concretos:

No queremos condenar a las mujeres que han abortado, ni tampoco a los hombres que las embarazaron. Las y los queremos acoger con la misericordia de Jesús. Tampoco queremos que se condene a muerte a las criaturas que aún no nacen. ¿Cómo hacerle? Pues la verdad no sabemos. Tenemos que encontrar caminos para que los tres vivan. Si alguien debe ir a la cárcel, debería ser el hombre.

No queremos condenar a los del crimen y de la delincuencia. Queremos que vayan a la cárcel para protección de los más débiles, pero que sean tratados con misericordia. Dios quiere su conversión, no su muerte (ver Ezequiel 18,23).

A los políticos (y eclesiásticos) corruptos los queremos en la cárcel, para proteger al pueblo, pero también queremos que sean tratados con toda humanidad, sin venganzas.

No queremos condenar a los pederastas, sean clérigos o laicos. También podemos aceptar que estén en la cárcel para protección de los más débiles, pero que los traten con la misericordia que ellos no practicaron en su momento.

No queremos condenar a muerte a Putin, a sus funcionarios y a sus ejércitos, los quisiéramos mover a la misericordia con tanta gente inocente, y que, en la cárcel, sean tratados con misericordia.

A nosotros no nos toca ser jueces, sino agentes que llaman a la conversión: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.

 


 

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