(Conocer a Jesucristo lo es todo, decía el p. Chevrier. El conocimiento
de Jesucristo hace al sacerdote, y a todo cristiano. El mejor lugar para
conocer a Jesucristo son los santos evangelios. Hoy contemplamos la llegada de Jesucristo y un puñado de pobres, seguidores suyos, a la ciudad de Jerusalén. - Nos leemos y nos escuchamos unos a otros).
LA LLEGADA DE JESÚS A JERUSALÉN NO FUE UNA
INVASIÓN
Domingo 10 de abril de 2022, De ramos - C
Lucas 19,28-40 y Lucas 22,14 hasta 23,56.
Carlos Pérez B., pbro.
Conviene que en estos días que celebramos la culminación de la vida
terrena de nuestro Señor Jesucristo, hagamos un repaso de su caminar por entre
nosotros como un ser humano más, pero claro, en esa extraordinaria manera de
vivir la vida humana.
Según san Lucas, que es el evangelio que hemos venido siguiendo estos
domingos, el Hijo de Dios tomó carne como un pobre galileo. Al nacer, al amparo
de unos padres pobres, fue recostado en un pesebre, en un portal de Belén. Creció
y se formó en un poblado pobre y desconocido llamado Nazaret. Vivió, con toda
seguridad un tiempo prolongado de desierto, curtiéndose en la espiritualidad,
en la renuncia a sí mismo para poner la voluntad de su Padre por encima de
todo. Desarrolló su ministerio de predicación y de milagros como un maestro
pueblerino, en las casas de los pobres, entre las multitudes, a la orilla del
lago, en el monte, en las sinagogas. No fue un funcionario de las acciones
sagradas, no era sacerdote, ni escriba ni fariseo. Su predicación y su vida
estaba centrada completamente en el proyecto de Dios Padre, es decir, el
reinado del amor de Dios, de su paz, de su justicia, de la vida para esta
humanidad.
Ese proyecto que implicaba una nueva relación con Dios y con los seres
humanos, una nueva religión, no era aceptado por las autoridades judías. Al
dirigirse a Jerusalén, Jesucristo sabía que tenía que sufrir una seria
confrontación con ellos, y que el precio de llevar adelante ese plan de Dios
sería su muerte, como un condenado, como un criminal. Después de todo él había
sido amigo de publicanos, pecadores, enfermos, mujeres de mala vida, paganos,
impuros.
Eso es para nosotros la celebración de este día, la llegada a Jerusalén.
Nosotros caminamos detrás de él, hacemos nuestro su camino de vida. Hay que
decir, en nuestros días, que Jesús no llegó a conquistar con ejércitos la
ciudad de Jerusalén ni el país, como los ejércitos rusos lo están haciendo en
Ucrania, y como otros ejércitos poderosos lo han hecho en otros puntos del
planeta. Lo extraordinario de Jesús es que llegó a implantar su reino por los
caminos y los modos de Dios.
El pasaje evangélico de la procesión, la cual seguramente no se
realizará tampoco este año, es Lucas 19, 28-40. Léanlo ustedes en su lectura
personal. Hay tiempo esta semana santa. Y el evangelio de la Misa, son dos
capítulos del evangelio según san Lucas: el 22 y el 23. Hagan lo mismo. Que se
vea que para nosotros, discípulos de Jesús, es un encanto escuchar y contemplar
al Maestro y todo su proyecto.
San Lucas es un evangelio muy social y político, en el mejor de los
sentidos. No nos presenta a un Jesucristo aspirante del poder sino todo lo
contrario, un despojado de sí mismo. Como lo hemos escuchado en la lectura de
la Pasión, las acusaciones del sanedrín y de los sumos sacerdotes ante Pilato,
eran éstas: "Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar
tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey” (Lucas 23,2). Estas
acusaciones eran ciertas, pero no en el entendimiento de ellos, sino en la muy
diferente comprensión del propio Jesús. Su obra sí tenía que ver con un cambio
radical de humanidad y de sociedad, incluso de religiosidad. Su obra sí
proponía el reinado de Dios, muy por encima del reinado de Pilato y de Herodes,
y del emperador Tiberio. Pero Jesús no pretendía sentarse en el trono de ellos,
sino que todos colocaran a Dios en su justo lugar, el rey y soberano de todo, y
todos los seres humanos fuéramos colocados en nuestro justo lugar, como hijos
de tal Padre, como hermanos en condiciones de igualdad, por el amor y la
misericordia de Dios. Por eso decimos: "¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!