(Conocer a Jesucristo lo es todo, nos dice el p. Chevrier. El
conocimiento de Jesucristo es el que nos hace cristianos. Conozcamos a
Jesucristo en el estudio de los santos evangelios. Qué fantástico es vivir el
encuentro con Jesucristo resucitado. - Nos leemos y nos escuchamos unos a otros).
EL ENCUENTRO PERSONAL CON JESUCRISTO VIVO
Domingo 24 de abril de 2022, 2° de pascua
Juan 20,19-31
Carlos Pérez B., pbro.
Conviene que repase pausadamente cada quien este pasaje evangélico tan rico, deteniéndonos en cada palabra
de Jesús, en cada movimiento: el encuentro con el Resucitado, el día del Señor, el saludo del Resucitado, las marcas de su martirio-entrega, la alegría del encuentro, el envío del Padre, el envío de los discípulos, la donación del Espíritu, el perdón-retención de los pecados, la ausencia de un discípulo y su falta de fe, el llamado a la fe para tener vida.
Este pasaje evangélico lo proclamamos cada año, el segundo domingo de
pascua, mientras que otros, lo hacemos cada tres años, según su ciclo
dominical, A, B o C. Podríamos llamarlo: "el evangelio del domingo”. En la
segunda lectura escuchamos: "El día del Señor (un domingo) caí en
éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como de trompeta, que decía… No
temas. Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive”. Al parecer, todo
el libro del Apocalipsis es una revelación que se le dio al apóstol san Juan en
el día de domingo.
Así lo escuchamos también en el
evangelio: "Al atardecer (no al anochecer, como leemos en el leccionario romano) de
aquel día, el primero de la semana… se presentó Jesús en medio de ellos y les
dijo: La paz con ustedes… Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos
dentro y Tomás con ellos”.
Los judíos no les tenían nombre a los días de la semana. Cada día era
identificado por su orden: el primero de la semana, el segundo, así hasta el
sexto. Solamente el séptimo tenía nombre, el sábado, el más sagrado para ellos.
En cambio, nosotros tenemos una semana cristiano-pagana: el lunes es el día de
la luna, el martes, es el día de marte, el dios de la guerra, miércoles
(mercurio), jueves (Júpiter o Jovis), viernes (venus-véneris, la diosa de la
sexualidad). Nuestros vecinos del norte le siguen con el día de saturno
(saturday) y el día del sol (sunday). Nosotros por lo menos tenemos el shabbat
y el Domínicus o domingo, día del Señor.
Como lo refieren los evangelistas y demás escritos del nuevo
testamento, nuestro Señor Jesucristo resucitó el primer día de la semana judía,
no sabemos a qué hora y de qué manera, pero de lo que nos dan testimonio es que,
las discípulas primero, y luego los discípulos, vivieron el encuentro con el
Resucitado a partir de ese primer día. Y nos atrevemos a corregir al
leccionario romano porque la tarde (desde mediodía hasta que se mete el sol) sí
le pertenece al primer día de la semana, y la noche ya no, le pertenece al
segundo día.
Desde luego que, enseñados por el mismo Maestro, nosotros relativizamos
los días de la semana porque están al servicio del ser humano y no al revés.
Pero nos ayudan, porque humanamente necesitamos esos recursos simbólicos para
vivir nuestra vida y nuestra fe. ¿Todos los católicos vivimos el domingo como
el día del Señor? En nuestro medio, sólo el 10%, fuera de pandemia, asiste a
misa los domingos. Pero podría ser no sólo un día litúrgico (Sacramento y
Palabra), un día de descanso y recreación sino también un día dedicado a la
caridad, al apostolado y a la fraternidad, que esto es volver a crearse como
personas y creyentes. Rendirle homenaje al Resucitado y congregarnos como
comunidad convocada (ecclesía, iglesia) por él y en torno a él, y revivir
constantemente su envío o misión, es para nosotros, o debería de ser, algo muy
sagrado. Todos debemos dedicarnos a hacer conciencia entre nuestros católicos,
no poniendo nuestra atención en el día sino en el Señor y su comunidad. Que se
note en nuestras prioridades pastorales que no estamos conformes con la triste
realidad de que nos faltan nueve de cada diez, al revés de los apóstoles, que
les faltaba uno de los once.
La paz, Shalom, es el saludo del Resucitado (tres veces lo escuchamos
en este pasaje). Los judíos, al decir Shalom, ni siquiera sentían necesidad de
ponerle el genitivo ‘de Dios’, porque no hay otra paz verdadera más que la de
Dios. Pues en estos tiempos de guerras y de violencia en tantas partes del
mundo, recibimos ese deseo de Jesús que nos involucra activamente: "la paz con
ustedes”. Rusia es un país cristiano. El presidente aparece en imágenes al lado
del patriarca ortodoxo ruso. ¿Acaso no son discípulos del príncipe de la paz?
¿Por qué pues tanta destrucción, sufrimiento y muerte?
Como en aquel tiempo, este encuentro con Jesucristo vivo nos llena de
alegría. Hay que llevar a nuestros católicos, y a todos, la alegría de Jesús y,
sobre todo, a su santo Espíritu, lo que más necesita nuestro mundo. Nuestra
adhesión a Jesucristo no es una mera religión (en el sentido de rezos y
devociones), sino una relación que se vive personalmente. Nuestra espiritualidad
se nutre de ese encuentro con Jesucristo vivo en la escucha de los santos
evangelios. ¿Qué cristiano-a puede vivir en la tristeza o la depresión si
Jesucristo lo es todo para él? Sin embargo, no se pueden separar de Jesucristo
resucitado su pasión y su cruz. En sus manos, en sus pies y su costado llevará
permanentemente las marcas de su muerte infligida por este mundo que lo
rechazó. Pero la lectura que nosotros hacemos de esas marcas es su entrega
gloriosa de la vida, y nos sentimos llamados a hacer nosotros lo mismo por la
salvación del mundo. Porque ‘creer’ (lo que le faltaba a Tomás) no es meramente
un acto mental, sino una sintonía plena con el Maestro.