DIOS
NOS CONDUCE A LA VERDAD PLENA
Domingo 12 de junio de 2022, Santísima
Trinidad
Juan 16,12-15.
Carlos Pérez B., pbro.
Los seres humanos, desde
tiempos muy antiguos, hemos tenido el sentido natural de que hay un ser muy
superior a nosotros en tamaño, en poder y sabiduría, que ha traído todo a la
existencia, que todo lo mueve, que ha provocado el milagro de la vida en sus
muy diversas formas: plantas, animales, personas. ¿Será la materia, será la
naturaleza, será eso que llamamos Dios?
En la historia, y a lo
largo y ancho de nuestra geografía planetaria, hemos conocido infinidad de
dioses: los dioses asirios, egipcios, caldeos, greco-romanos, africanos, mayas,
toltecas, aztecas, incas, y muchos etcéteras, en todos los continentes. En la
antigüedad se tomaba la idolatría como un pecado muy grave, aún la de los
pueblos extranjeros. Hoy día tenemos mucho respeto por las muy diversas
religiosidades que hay en el mundo, aunque no renunciamos a nuestras
convicciones. Por lo que no sentimos respeto es por las nuevas idolatrías: el ego,
el dinero, el poder, el consumismo.
Pero hay un Dios distinto a
todos ellos. Las diversas divinidades son objeto de adoración, culto, ofrendas,
sacrificios. Hace casi cuatro mil años, ese único Dios, se ha presentado como un
ser y con una acción que no han tenido ninguno de los otros dioses: se ha
revelado, descubierto, manifestado a los suyos y les ha dado a conocer sus
planes, planes que llaman a la aceptación, a la obediencia.
En el antiguo testamento de
la Biblia, encontramos esa revelación en palabras parecidas. (No es ninguna de
las lecturas que hemos proclamado en la celebración): "¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo
hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido? … A ti se te ha dado a ver
todo esto, para que sepas que Yahveh es el verdadero Dios y que no hay otro
fuera de él. Desde el cielo te ha hecho oír su voz para instruirte, y en la
tierra te ha mostrado su gran fuego, y de en medio del fuego has oído sus
palabras… Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único
Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda
los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz,
tú y tus hijos después de ti”. (Deuteronomio 4,33-40).
Pues hace dos mil años vino
a este mundo una persona extraordinaria que nos dio a conocer con más detalle y
profundidad quién es ese Dios en el que hemos de poner toda nuestra fe. En el
pasaje evangélico hemos escuchado brevemente lo que Jesucristo nos dijo en la
última cena: "Aún
tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero
cuando venga el Espíritu de verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena,
porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará
las cosas que van a suceder. Él me glorificará, porque primero recibirá de mí
lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he
dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”.
Habría
que repasar los cuatro evangelios para apreciar y para entrar en la mente y en
el corazón de quien nos hace esta revelación fantástica: Dios es nuestro Padre.
No es un dios lejano y ajeno a nuestras vidas como lo presentan los demás
pueblos de la tierra. Dioses que no les hablan a sus creyentes o adoradores,
que no les revelan sus caminos de salvación a estos seres humanos perdidos en sus
intereses. No es un dios severo, castigador como lo presentaban los judíos
antes de Jesús. Es un Padre que ama a sus hijos, que no quiere que ninguno se
pierda (ver Mateo 18,15), que mantiene su corazón abierto al hijo que se aleja
de él (ver Lucas 15,20), que provee de alimento para todos por igual (ver
Marcos 6,41). Un Padre que tiene un proyecto universal: el reino, su reinado de
paz, de justicia, de amor, de verdad.
Quien
esto nos dice, se presenta a sí mismo como el Hijo. Es un Dios hermano, un Dios
con nosotros (Emmanuel), un Dios como ninguno, que se ha hecho carne tomando
nuestra misma carne, un Dios que se ha sometido al sufrimiento, a la violencia,
al egoísmo, al odio de los seres humanos, para redimirnos, para purificarnos,
para transformarnos de raíz, a cada uno, a todos en conjunto.
Más
aún, tal como lo escuchamos en el pasaje evangélico de hoy, es un Dios que
siempre está presente en nuestras vidas, que camina con nosotros, que nos
ilumina y nos fortalece. El Espíritu de la verdad nos va conduciendo a la
verdad plena. ¿Qué tanto sabemos de la creación, del universo? ¿Qué tanto
conocemos del misterio del ser humano, de su destino? La verdad es que muy poco
si no es que casi nada. Somos demasiado pequeños. El Espíritu Santo nos va
llevando de la mano hacia nuestro futuro de plenitud.