(El p. Chevrier dedica un extenso espacio a una sección llamada "Renunciar
a los bienes de la tierra” (VD 285-323). Es necesario para ser un buen sacerdote,
un buen cristiano-a, y diremos que hasta un buen ser humano).
JESÚS,
ENSÉÑANOS A VIVIR
Domingo 31 de julio de 2022, 18° ordinario
Eclesiastés 1,2 y 2,21-23; Colosenses 3,1-5
y 9-11; Lucas 12,13-21.
Carlos Pérez B., pbro.
Esta
petición que recibe Jesús en medio de la multitud ("dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo”), yo les
aseguro que se escucha por millares o millones de veces en este mundo. Cuántas
familias, a la muerte de los papás, acaban en conflicto por los muchos o pocos
bienes que dejan.
Jesucristo
se negó a ser repartidor de herencias, ¿por qué? Porque había tenido que poner
su escritorio y recabar la historia de la familia y los afanes de cada uno de
los hermanos. Es de veras un asunto complicado. No se trata de decir: vendan la
casa que dejaron, y hagan un tres, o un seis, o un doce partes y cada quien
tome la suya. Se cometería una grave injusticia si sólo se hiciera una mera operación
aritmética. Muchas veces los hijos se desentienden de sus papás y le dejan ‘la
carga’ a uno solo, generalmente hija, y ésta pasa años dándoles de comer,
atendiéndoles en su salud, estando al pie de la cama con ellos. Es como para
que sus hermanos le digan: "quédate con la casa, y dinos cuánto te debemos por
todos los afanes que tuviste con nuestros papás, lo que a nosotros nos permitió
vivir tranquilamente”.
De
todas maneras, la respuesta de nuestro Señor no fue ésa. Jesús nos deja
enseñanzas más profundas y más útiles que solamente cosas que se refieren al
dinero. Veamos:
Nos
dice: "Eviten toda clase de avaricia”.
Los seres humanos nos afanamos tanto por las cosas materiales al grado de poner
en ellas nuestro corazón. San Pablo, en la segunda lectura, haciéndose eco de
nuestro Señor, nos dice dónde debemos poner nuestro corazón: "busquen los bienes de arriba, donde está
Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del
cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con
Cristo en Dios”.
Qué
absurdo poner el corazón y la vida en los bienes que se acaban. Este absurdo lo
ilustra Jesucristo con una parábola, el rico que levantó una gran cosecha pero que
esa noche se iba a morir. ¿A quién le dejarás todo lo que posees? No te lo vas
a poder llevar a la otra vida; y no sabes cuánto te queda de vida. Los bienes
materiales no son malos, los necesitamos, pero hay que ponerlos en su lugar.
E
inmediatamente después del pasaje de hoy, Jesucristo nos llama a abandonarnos
plenamente en la providencia de Dios nuestro Padre: ¿por qué te preocupas por
la comida, por el vestido? Jesucristo nos invita, como motivación, a fijarnos
en la naturaleza, en las aves, en las flores. Y podemos extendernos a las demás
criaturas: los mamíferos, los peces, los insectos, los microorganismos,
nosotros mismos los seres humanos, antes de que inventáramos el dinero, las
construcciones y las acumulaciones. Dios ha alimentado por infinidad de años a
todos los seres vivientes. Convendría que recitáramos, en nuestra oración
personal, el salmo 104, un himno a la creación: "¡Cuán
numerosas son tus obras, Señor… Ahí está el mar, grande y de amplios brazos, y
en él el hervidero innumerable de animales, grandes y pequeños… Todos ellos de
ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y ellos lo
toman, abres tu mano y se sacian de bienes” (Salmo 104,24-28).
Y el próximo domingo
escucharemos del mismo Maestro: "No
temas, pequeño rebaño, porque a su Padre le ha parecido bien darles a ustedes el
Reino. Vendan sus bienes y den limosna. Háganse bolsas que no se deterioran, un
tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla;
porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón” (Lucas
12,32-34).
Por eso decimos que todo
católico, incluso los no creyentes, deberíamos alimentarnos diariamente con las
enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo, porque son universales, nos hacen ser
más humanos, más cristianos. En él vemos el modelo de todo ser humano: ¿en
algún momento de su vida tuvo riquezas y bienes materiales? Fue un humilde y
pobre galileo.
Este mundo se pierde por
ese afán de bienes materiales, y despojamos a otros, porque para poder tener
yo, necesito quitarle a los demás, cuando, si nos contentamos con lo mínimo
indispensable, nos damos cuenta que hay para todos y hasta sobra. El problema
es que queremos más y más.
Animémonos unos a otros a
afanarnos por los valores del Reino: la fraternidad, la paz, la justicia, la
auténtica libertad, el amor… aprender a vivir como criaturas e hijos de Dios.