Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





(Decía el beato Antonio Chevrier: "Debemos considerar todas las cosas como pertenecientes a Dios y a los pobres; ante Dios, no somos dueños de nada, propietarios de nada, somos solamente administradores de Dios y los distribuidores de los bienes de los pobres” (El verdadero discípulo, p. 288).

 

EL DINERO AL SERVICIO DE DIOS Y SU OBRA

Domingo 18 de septiembre de 2022, 25° ordinario

Lucas 16,1-13.

Carlos Pérez B., pbro.

 

En este mes de la Biblia hay que decir las cosas de esta manera: cada vez que abrimos el evangelio, en nuestra lectura personal y en nuestra proclamación litúrgica, nos encontramos con Jesucristo nuestro Maestro. Vamos en calidad de discípulos, a dejarnos enseñar por él. En esta relación de escucha del Maestro se desenvuelve nuestra vida cristiana y nuestra vida de Iglesia. No se trata de saber mucho de la Biblia, de lo que se trata es de vivir en la escucha de la Palabra. Cuando nosotros rezamos, Dios es el que nos escucha; pero cuando Dios habla, nosotros somos los que tenemos que escucharlo, y esto es mucho más importante que lo anterior. Nuestra Iglesia católica está mucho muy atrasada en esto. Tenemos que trabajar mucho, muchísimo para llegar a ser una Iglesia de oídos abiertos al Dios que nos habla en su Hijo Jesús. Y lo decimos porque la mayoría de nuestros católicos no tiene la lectura de la Biblia como parte de su espiritualidad. No los educamos a escuchar al Maestro en los santos evangelios.

Con esta actitud de escucha obediente, nos plantamos delante de Jesús que nos ofrece una parábola que, si no le ponemos atención, nos puede desconcertar. ¿Está nuestro Señor alabando al administrador corrupto? ¿Nos lo está poniendo de ejemplo? En nuestra sociedad, especialmente en la política del poder, se da mucho la corrupción. ¿Son un ejemplo para nosotros?

Si nos fijamos atentamente, Jesucristo no está alabando al administrador corrupto por sus trampas, sino por su astucia. Y, aunque dicen que las comparaciones son odiosas, nos está comparando a nosotros, los hijos de la luz, con los hijos de las tinieblas. Estas son las palabras textuales de nuestro Señor: "los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios, que los que pertenecen a la luz”.

Echémosle una mirada a nuestro mundo. Los que aman el dinero, se las ingenian para hacer dinero, hasta hacen sus trampas para conseguirlo; los que aman la política del poder, son astutos para hacerse de él, y hasta se valen de mentiras para engañar a la población; los que quieren salir adelante en los negocios, se hacen de conocimientos y artes para salir adelante en ellos. En cambio, los creyentes somos muy apocados en nuestras cosas, no sabemos contagiar, entusiasmar a otros de lo que nosotros traemos entre manos o en el corazón: el amor a Jesucristo, la salvación del mundo, el Evangelio, la espiritualidad. Es hora que nos espabilemos y le echemos todas las ganas a lo que es nuestro.

Al ofrecernos la primera lectura, la Iglesia hace su propia lectura de la parábola de Jesús. El profeta Amós, profeta de la justicia social, la justicia de Dios, nos lanza un llamado severo: "Escuchen esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo… Disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo…”. El Señor ha jurado que no olvidará nunca estas acciones.

¿Me permiten lanzarles un llamado a los católicos que están muy conformes con esa religiosidad light, ligera, nominal, que nos les sirve a ellos ni a la salvación del mundo? Todos nosotros lleguemos al resto de los católicos para que se tomen su religión en serio. Hagámosles llegar esta invitación aunque sea de manera suave. Es posible que a muchas otras cosas sí le echen ganas: al dinero, a sus asuntos personales y familiares, a sus diversiones, En todos nuestros trabajos nos piden ser puntuales, no ser faltistas, cumplir. ¿Por qué en las cosas de la religión y de la Iglesia no hacemos lo mismo? Y no estamos hablando de rezos y devociones, sino de un verdadero trabajo por la salvación de esta humanidad, para cambiar entre todos, este mundo por un mundo como Dios lo quiere. En eso entregó nuestro Señor Jesucristo su vida en una cruz.

Finalmente, nuestro Señor nos ofrece esta frase lapidaria tan conocida: "no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”. Y el evangelista añade un comentario que no escuchamos hoy. Es el versículo 14: "Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él”. Los fariseos eran personas muy religiosas. Que no se diga de nosotros, los sacerdotes, y de los demás católicos, que también somos amigos del dinero. No podemos decir lo mismo de nuestro Señor Jesucristo que nos plantea esta disyuntiva: o el Dios verdadero, o el dios dinero. Son dos señores que no se llevan entre sí. Quien ama el dinero, se aparta de Dios con mucha facilidad. Quien ama a Dios y a su proyecto de vida para este mundo, invierte su tiempo en servirlo, incluso pone su dinero al servicio de la obra de Dios.

 


 

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