(Al beato Antonio Chevrier le tocó vivir en tiempos de revoluciones, y
en vez de quejarse de ellas, las vio como oportunidades para despojarnos de nosotros
mismos: "¿No es frecuente que Dios envíe revoluciones para castigar nuestra
avaricia y nuestro apego a las cosas de este mundo y que nos haga despojarnos
por los mismos fieles de todo aquello que poseemos? Es lo primero que hacen los
revolucionarios: despojarnos, empobrecernos” (El verdadero discípulo, p. 316).
ESCUCHAR
A JESÚS PARA CAMBIAR ESTE MUNDO
Domingo 25 de septiembre de 2022, 26°
ordinario
Amós 6,1 y 4-7; Lucas 16,19-31.
Carlos Pérez B., pbro.
Estos últimos tres domingos
han sido de parábolas: la parábola de la oveja perdida, la moneda perdida y el
hijo perdido (y el Hijo de Dios que sale a buscar); la parábola del
administrador tramposo, y ahora una parábola que nos invita a abrir nuestro
corazón como el corazón de Jesucristo.
En este mes de la Biblia
sigamos insistiendo en que la escucha de la Palabra es nuestra religión.
Escuchamos a Dios que nos habla, lo escuchamos en sus profetas y apóstoles,
pero especialmente escuchamos a Dios en su Hijo Jesucristo. Escuchar estas
parábolas y discernir nuestra vida personal, eclesial y social a la luz de
ellas, eso es vivir nuestra fe puesta en él. Éste es precisamente el corolario
con el que Jesús concluye la parábola de hoy.
Repito, estamos ante una
parábola. Jesucristo escoge los personajes, los coloca como él quiere, escoge
las circunstancias, la escena, Jesús le pone palabras a cada uno, a nuestro
padre Abraham y al rico. Digo esto para que veamos en la parábola toda la
intencionalidad de nuestro Maestro. Desde luego que ésta, como todas las
parábolas de Jesús, están tomadas de su realidad, de la vida entre el pueblo que
él ha vivido con intensidad. Pero al mismo tiempo las recrea, para hacerlas
Buena Noticia para nosotros y para todo nuestro mundo, para creyentes y no
creyentes. Esto tenemos que ver en muchas páginas de los santos evangelios, que
no son mensajes meramente religiosistas o piadosos, cultualistas, sino mensajes
universales, católicos en su buen sentido (eso significa ‘católico’, universal,
en griego). Valen para todos los seres humanos, individuales y colectivos,
sociales.
Con qué detalles tan
fuertes describe Jesús a este rico, su vida, su corazón: "se vestía de púrpura y telas finas, y banqueteaba espléndidamente cada
día”… y a su puerta yacía un pobre cubierto de llagas.
¿Y al pobre? Igualmente: "cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que
caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las
llagas”. (En una ocasión escuchaba a una persona
"católica” decir que no le gustaba que le repitieran el evangelio. A nosotros
los discípulos de Jesucristo sí no gusta escuchar-leer, repetir, fijarnos
atentamente en las palabras de Jesús, y si es necesario leerlas y releerlas).
Jesucristo coloca al pobre
a las puertas de la casa del rico, como si la puerta fuera de cristal, o como
si estuviera completamente abierta. El pobre Lázaro ansiaba llenarse el
estómago, no tanto con lo estaba en la mesa del rico, sino tan solo con las
migajas que caían de la mesa. Tanto el rico como el pobre representan, no sólo
a individuos sino a sectores de nuestra sociedad.
¿Quién no ve en esta
parábola la injusticia que se vive en nuestro mundo, desgraciadamente, desde
tiempos muy antiguos? Hay ricos que cuentan en sus haberes miles de millones de
dólares; hay pobres que carecen hasta de lo más mínimo en muchos renglones:
alimento, casa, salud, vestido, educación, servicios. Pero no vayamos muy
lejos. Muchos no somos tan ricos pero no nos falta nada. Y vivimos rodeados y
entreverados con la gente más humilde. Amós, primera lectura, un profeta de los
verdaderos, un profeta de nuestro tiempo, se puso en sintonía con Jesucristo,
hace unos 2,750 años. Conviene repasar su fuerte denuncia.
Jesucristo no solamente
denuncia esta situación tan injusta que vivimos sino, sobre todo, apela a la
misericordia que Dios ha sembrado en nuestro corazón. ¿Nos amenaza con el
infierno? Algunos no creemos que se trate de una amenaza sino de una fuerte llamada
a la conversión. ¿Es necesario que se nos aparezca el diablo o algún ángel para
que nos platique cómo son las cosas en la otra vida? Claro que no, nos dice
nuestro Señor. Es suficiente con que nos pongamos a leer estas páginas de la
Sagrada Escritura. Si estas páginas no son capaces de movernos a la compasión,
entonces ya nada nos podrá mover, ni aunque un muerto se nos aparezca. Éste es
precisamente el llamado que nos hace Jesús, que, en vez de hacernos nuestra
propia religiosidad, comodona, cultualista, rezandera, mejor nos pongamos a
escucharlo a él, en los santos evangelios, y lo hagamos obedientemente.
No creo que Jesucristo nos
esté llamando a creyentes y no creyentes a hacer "caridades”. Muchos estamos
convencidos que Jesús, que tanto nos habla del Reino de Dios, nos llama a
cambiar de raíz este mundo o esta sociedad tan injusta, desde el corazón de los
seres humanos, para que no haya ricos junto y a costa de tantos pobres, sino
que la misericordia de Dios permee por todos lados. Después de todo, este mundo
únicamente le pertenece a Dios, a nadie más, sólo que lo repartimos de manera
muy egoísta, como el rico epulón.