(Hermanas, hermanos, los invitamos a unirse a nuestra alegría de la
familia del Prado que vamos a celebrar este domingo la memoria del beato
Antonio Chevrier, un sacerdote pobre, sencillo, santo, que un 2 de octubre de
1879 siguió a su Maestro en su muerte y resurrección. Tuvo la gracia de Dios de
poner a Jesucristo y su Evangelio en el centro de su vida, como es propio de
todos nosotros, pero se nos olvida, y, en consecuencia, a la evangelización de
los pobres en el mismo lugar que la vivió nuestro señor Jesucristo).
LA FE,
UN DON MUY GRANDE
Domingo 2 de octubre de 2022, 27° ordinario
Lucas 17,5-10.
Carlos Pérez B., pbro.
A Dios le pedimos infinidad
de cosas, generalmente cosas muy inmediatas y de cortos alcances. Aquí los
apóstoles nos enseñan a pedir algo muy valioso en la vida de todo ser humano:
la fe. Habría que decir: ‘si tienes fe, aunque te falte todo lo demás’.
¿Cómo entendemos, cómo
vivimos la fe? Hay varias maneras de entender y practicar la fe. Una manera, la
más extendida, es tener en la cabeza algunas creencias, meramente mentales.
Así, alguien puede decir, creo en Dios, en la Virgen, en los santos, pero sin
que eso le exija hacer nada. Con esa fe, creemos en tantas cosas que se dicen
en la calle o que circulan en las redes sociales. Pero una cosa es ser
creyentes, y otra, ser crédulos ingenuos.
Otra manera de entenderla,
que también está muy extendida, es la fe con alcances mágicos. Alguien puede
pensar con toda intensidad que se va a sacar la lotería, o que no le va a pasar
nada en un viaje, o que no le va a llegar alguna enfermedad. Pero, ¿qué estás
haciendo para que así suceda? Pues nada, nomás lo pienso con todas mis ganas.
Incluso se da el caso de que hay gentes que le atribuyen poderes mágicos a la
santa muerte, o a otra imagen, o a un objeto.
Este mundo, es decir, las
personas que se dicen incrédulas, también tiene fe. Se le tiene fe a un ser
querido, a un amigo, a un vendedor, a un político, a un partido, a una
institución, a la ciencia. A nosotros no nos consta que la tierra es redonda,
y, sin embargo, le creemos a los astrónomos. No se puede vivir sin fe, porque
sin ella, no nos podríamos conducir en sociedad.
Otra manera de vivir la fe,
es la de Jesús, es comprometer la vida en lo que uno cree. Jesucristo, como
verdadero hombre, era un hombre de fe. Él creía en el reino de Dios, y en eso
entregó toda su vida, hasta llegar a la cruz. Como alguien podría decir: ‘yo
creo en el amor de los seres humanos, y me dedico a sembrarlo por doquier’; ‘yo
creo que finalmente la justicia de Dios va a reinar en este mundo, y pongo en
juego toda mi vida porque así suceda’.
La fe, ante todo, es
obediencia a la Palabra. Si entendemos así la fe, y estamos dispuestos a
vivirla, entonces sí unámonos a la petición de los discípulos: ‘auméntanos la
fe’. Porque esa fe es la que Jesucristo estaría dispuesto a darnos. Jesucristo
nos enseña que la fe es una fuerza tan grande como para arrancar un árbol y
plantarlo en el mar. Pero nosotros tomemos el ejemplo en lo que queda. No
vayamos a pensar que se trata de dedicarnos a arrancar árboles y plantar un
bosque en el mar. Es sólo una manera de ilustrar la fuerza de la fe. Si le
echamos todas las ganas para que el reino de Dios llegue, ese mundo como Dios
lo quiere, como nos enseña Jesús en el evangelio, podemos estar seguros que
Dios nos lo concederá; como tantas cosas que verdaderamente son necesarias en
nuestra vida humana. La fe es un don muy grande que sólo Dios nos puede
conceder, sin mérito nuestro, sólo suplicarla y abrir el corazón a ella con
humildad.
Enseguida, pasa Jesús a
enseñarnos acerca del servicio. Jesucristo tenía conciencia, y así lo vivía
intensamente, de ser el Siervo de Dios y de la salvación de los seres humanos: "el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir” (Marcos 10,45). Y lo que él vive, nos lo enseña a
nosotros que somos sus discípulos. Nos ofrece una frase que provoca cierto
escándalo en algunas traducciones, como la del Leccionario, en el que leemos: "No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que
teníamos que hacer”. Pero en la Biblia, escuchamos más
literalmente: "cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado, digan: Somos siervos
inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”. Algunos piensan que es
fuerte y no es necesario decir que somos siervos inútiles. Pero la verdad es
que, ante tanta soberbia que vivimos los seres humanos, ante tanto narcisismo,
nos conviene decirlo con fuerza, como parte de nuestra espiritualidad y vida
cristiana.
¿Acaso no vivimos algunos
como si fuéramos dueños de la vida, de la salvación, de la fe, de la religión,
de la Iglesia? Hacemos algún servicio, o damos algún donativo, alguna obra de
caridad, y sentimos que ya Dios está en deuda con nosotros.
Asumir esta humildad que
nos enseña Jesús, es lo que aprendimos desde pequeños. Cuando alguien nos da
las gracias, nosotros decimos: ‘de nada’.