(¿Qué sentía el padre Chevrier por los niños pobres a los que acogía en
la ciudad del Niño Jesús? "El verdadero celo consiste en buscar lo que los
demás no quieren o parecen desdeñar, y estos pobres niños son bien dignos de
nuestro interés y de nuestro cariño. Los amo más desde que estoy más metido
entre ellos…” Cartas, 18).
LA COMPASIÓN
SANADORA DE JESÚS
Domingo 9 de octubre de 2022, 28° ordinario
2 Reyes
5,14-17; Lucas 17,11-19.
Carlos Pérez B., pbro.
El milagro de la
purificación de un leproso viene relatado en los evangelios sinópticos (Mateo 8,
Marcos 1 y Lucas 5), éste otro, de los diez leprosos, solamente en Lucas. Este
último relato nos refiere las cosas un poco más apegado a la legislación de
Moisés. Los leprosos tenían estrictamente prohibido acercarse a la gente sana,
para evitar contagios. La ley de Moisés era sumamente drástica: "El afectado por la lepra llevará los
vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá
gritando: ¡Impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es
impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada” (Levítico 13,45).
Se trataba de una exclusión total. Los leprosos estaban condenados a vivir como
las liebres o los coyotes, en el monte, sin acceso a la vida social y de
comunidad. Para un judío era una pena muy grande no poder participar de los
actos de su religiosidad.
En el relato de un leproso,
éste sí se le acerca a Jesús y con ello le permite que lo toque, lo que le
estaba completamente prohibido a Jesús, a riesgo de volverse él mismo un
contaminado, cosa que en realidad así sucede. Pero en el relato de los diez,
vemos que se detuvieron a distancia y le gritaban de lejos que tuviera
compasión de ellos. Jesucristo no los toca, pero al igual que al otro, los
envía a presentarse a los sacerdotes. Conviene que nos preguntemos, para fijar
más nuestra atención en los detalles del milagro, si la intención de Jesús era
que fueran a que los sacerdotes los curaran. Pero no, los envía a los
sacerdotes para que éstos certificaran que efectivamente eran hombres limpios,
puros, porque los sacerdotes desempeñaban la labor de autoridades sanitarias,
según leemos en el mismo libro del Levítico. Por eso no conviene hablar de
curación sino de purificación. Ellos, en el camino quedaron limpios.
Los leprosos no le hubieran
gritado "¡ten compasión de nosotros!”,
a un sacerdote, a un escriba o fariseo, ni siquiera podían subir al templo de
Jerusalén para suplicarle a gritos a Dios que los purificara. Pero a Jesús, sí,
porque lo tenían más al alcance de la mano, porque andaba entre los pueblos y
las gentes. En él vemos el modelo de todo cristiano-a, el que sale a tener
contacto con el pueblo. Los obispos, los sacerdotes, los apóstoles laicos,
debemos usar el automóvil solamente para las distancias largas. Hemos de
caminar por las calles, las plazas, entre la gente, en el súper, en la tienda
de la esquina. ¿Vemos a Jesús de otra manera?
Uno de ellos, el
samaritano, regresó para alabar a Dios y dar las gracias por tamaño milagro.
Judíos y samaritanos no tenían contacto entre ellos, pero al parecer, en la
desgracia, al no poder convivir con nadie más, se juntan entre ellos. La lepra
conseguía lo que la religión no lograba.
La lepra es una enfermedad
repugnante, huele a carne podrida, y el aspecto del enfermo también lo es, a
simple vista, porque sus dedos, de pies y manos, se han demolido poco a poco,
como también la carne de su cara. Aquí se revela palpablemente la labor
incluyente de nuestro señor Jesucristo, como también su compasión, la del Padre
que él viene a manifestar, y está tan acentuada en el evangelio de San Lucas.
Este milagro de Jesús nos
obliga a pensar y a actuar. ¿Quiénes son hoy día los contaminados, los
excluidos de nuestra sociedad? No es una actitud cristiana el simplemente
desentendernos de los pobres, migrantes, indígenas, los indiferentes a todo;
los delincuentes, criminales, los corruptos. También a ellos quiere Dios
incluirlos en su reino, en su obra salvadora.
Este samaritano purificado
nos mueve al agradecimiento. Jesús se detiene a poner de relieve esta actitud: "¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve?
¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a
Dios?”
También nosotros, como Iglesia y como sociedad, hemos de cultivar en
todas las personas, desde niños, el agradecimiento. El agradecimiento a Dios,
principalmente, pero también el agradecimiento hacia mamá y papá, que hacen
tanto por nosotros, hacia toda la comunidad y sociedad a quien debemos tanto, a
la Iglesia. Una persona que sabe ser agradecida, es una persona humilde que
reconoce que ella no es la autora de todas las cosas, sino deudora por todo lo
que recibe. Una persona agradecida es una persona positiva, alegre, porque
piensa más en los dones que recibe que en las cosas que aparentemente le
faltan.