("Sígueme en mi oración”, nos dice el p. Chevrier haciéndose portavoz de
Jesucristo; y nos remite, como es su convicción, a la Persona de Jesús: "Hemos,
pues, de examinar bien cómo Nuestro Señor Jesucristo lo llevó a cabo
para poder hacer lo mismo”. V. D. p. 359).
JESÚS
NOS EDUCA EN LA VIDA DE ORACIÓN
Domingo 16 de octubre de 2022, 29° ordinario
Lucas 18,1-8.
Carlos Pérez B., pbro.
Contemplamos a Jesús como Maestro, como nuestro Maestro. ¡Cuántas cosas
quiere él inculcarnos-enseñarnos! La necesidad de orar es una de tantas. Él nos
enseña con el ejemplo: los discípulos lo veían orar prolongadamente (Lucas
11,1). Enseña a sus discípulos a dirigir sus oraciones a un Dios que es nuestro
Padre, no al Dios intrascendente (Lucas 11,2). Nos enseña a orar dejándonos
llevar por el Espíritu de Dios (Lucas 10,21), teniendo a los pobres y sencillos
frente a sí. Nos enseña a retirarnos a lugares solitarios (Lucas 4,42). Para
elegir a los doce según la voluntad del Padre, desde luego que se ponía en
oración, incluso durante toda la noche (Lucas 6,12). Oraba después de estar con
la gente y antes de cuestionar a sus discípulos sobre su identidad y su misión
(Lucas 9,18). En su oración, ni siquiera pronuncia palabras, más bien las
escucha (Lucas 9,28). Lo vemos en oración en los momentos más terribles de su
pasión (Lucas 22,41). No sólo san Lucas sino los cuatro evangelistas nos
presentan a Jesús como un hombre de oración. ¿Cómo puede una persona vivir su
vida con tanta coherencia, con tanto desprendimiento y pobreza, en tremenda
sintonía con el Padre, con tanta docilidad al Espíritu si no es por medio de la
oración?
¡Cómo es necesaria la oración! Y pensamos que nuestros católicos cada
día hacen menos oración. Muchos solamente rezan un padrenuestro y una avemaría
cuando se levantan o se acuestan. Pero el resto del día como que no se ponen en
comunicación con Dios. Por eso decimos, dejémonos educar por Jesús.
La oración de Jesús no son rezos superficiales. Él nos enseña que no
hagamos largas oraciones (Mateo 6,7) Y, en la parábola que sigue, aquí en san
Lucas, nos dice que no nos presentemos altaneros en la oración, sino como lo
que somos, humildes y pecadores, y así seremos escuchados (Lo veremos, si Dios
nos presta vida, el próximo domingo). En otro lugar denuncia las largas oraciones
de los escribas que, bajo esa capa, devoran los bienes de las viudas (Lucas
20,47).
Jesucristo no nos está diciendo que recemos mucho, sino que oremos
siempre y sin desfallecer. Eso de orar siempre y sin desfallecer, algunos lo
traducimos por ‘llevar una vida de oración’. Jesucristo nos pide ser como él,
personas de oración. Una persona de oración la vive permanentemente, vive en
sintonía con el Padre, vive de su Palabra, a la escucha de su santa voluntad.
Hay momentos de oración en silencio, pero la oración impregna toda nuestra
vida.
Para que nuestra oración nos ponga en sintonía con Dios, hemos de ser
lectores asiduos de su Palabra. Una persona que escucha la Palabra
constantemente, la traerá en su corazón. Y esas palabras resonarán en su oración,
para que la oración no se convierta en un monólogo, en el que uno se escucha a
sí mismo, sino en un diálogo, en el que ciertamente Dios nos escucha, pero
también nosotros lo escuchamos a él, no con palabras imaginarias, sino con esas
palabras que él nos dirige en la sagrada Escritura, particularmente en los
santos evangelios, en el discernimiento desde los tiempos y circunstancias
actuales; ahí Dios nos habla por medio de su Hijo Jesús, con la luz del
Espíritu Santo, para que este Espíritu nos adentre en la santa voluntad del
Padre, como fue siempre la constante en la vida de Jesús, la justicia de Dios
para este mundo tan injusto. ¿Lo suplicamos en nuestras oraciones? Por encima
de nuestras peticiones particulares, pidámosle a Dios que haga justicia a todos
aquellos que padecen la injusticia, a los pobres, a los expoliados, indígenas,
campesinos, migrantes, a los habitantes de países invadidos por los imperios de
este mundo. ¡Qué trágicas escenas contemplamos esta semana de bombardeos que
opera una persona que nos parece enferma de sus facultades mentales y
cordiales! El Papa Francisco no se cansa de suplicar porque se aleje el peligro
de una tercera guerra mundial, que inevitablemente sería nuclear. ¿Qué tiene
que ver la población mundial que apenas sobrevive, con los afanes de los
amantes del poder?
Quizá nuestro Señor Jesucristo se refiera a este panorama actual, con
esta frase que siempre nos ha causado desconcierto: "cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe
sobre la tierra?” Si nosotros hacemos desidia en nuestras tareas
evangelizadoras, esto puede pasar. La pandemia nos ha dejado con nuestros
templos a medias, sin la actividad de nuestros grupos. Gran parte de la
población católica, de esa minoría que asistía por lo menos a Misa, ha
preferido la comodidad de la casa. Y recibimos noticias de Europa, de Estados
Unidos y otros lugares, donde los templos se han vendido para museos o lugares
de diversión. ¡Qué triste! No creemos que Jesucristo haya expresado esa
pregunta como una profecía, sino como un acicate para nuestra acción pastoral,
para vivir en serio nuestra fe, para echarle todas las ganas a su reino de
amor, de paz y de justicia.