(El p.
Chevrier, un sacerdote muy santo, nos ha dejado esta escalofriante confesión
cuando sus primeros sacerdotes del prado deciden tomar otro camino que no es el
de la evangelización de los pobres: "Márchense todos a rezar y a hacer penitencia
en el claustro. Lamento no poder ir yo también pues lo necesito mucho más que
todos ustedes por tener más años y, en consecuencia, haber pecado mucho más...
Ojalá esta humillación me haga aprender y expíe todos mis pecados de orgullo y
los demás de mi vida” (Carta # 153).
EL
MAESTRO CONTINÚA ENSEÑÁNDONOS A ORAR Y A VIVIR
Domingo 23 de octubre de 2022, 30° ordinario
Lucas 18,9-14.
Carlos Pérez B., pbro.
Continuamos contemplando a Jesucristo como nuestro Maestro que, en este
lugar del evangelio según san Lucas, nos ha estado enseñando sobre la oración.
Nosotros no hemos de orar a según nuestros gustos, hemos de aprender de él a
orar. Ya nos dio algunas enseñanzas en Lucas 11, y nos dio su ejemplo en otros
capítulos, ahora abunda en esas enseñanzas. Nos ofrece esta parábola para que
nuestra religiosidad no sea como la religiosidad, o pretendida "espiritualidad”
de los judíos notables de su tiempo. Por tratarse de una parábola, hay que
decir que Jesús escoge los personajes, él los acomoda y pone palabras en ellos.
Desde luego que Jesucristo no era ajeno a su tiempo, a su entorno, bien que
conocía a esos personajes.
¿Cómo oraba el fariseo en el templo? Muy creído de sí mismo, seguro de
sus propios méritos. Algo así recitamos en el oficio de lectura: "El Señor me recompensa conforme a mi justicia, me paga
conforme a la pureza de mis manos; porque he guardado los caminos del Señor, y
no he hecho el mal lejos de mi Dios. Porque tengo ante mí todos sus juicios, y
sus preceptos no aparto de mi lado; he sido ante él irreprochable, y de
incurrir en culpa me he guardado. Y el Señor me devuelve según mi justicia,
según la pureza de mis manos que tiene ante sus ojos” (Salmo 18,21-25).
¿Cómo oraba el publicano? Humillado ante Dios. ¿Cuál de las dos
oraciones escuchó Dios? Ésa es la manera de orar que Jesucristo nos quiere
infundir a sus discípulos. Si el antiguo testamento promovía entre los judíos
la justicia de Dios por medio del cumplimiento de prácticas religiosas, el
Evangelio, mejor dicho, Jesucristo, promueve la humildad y el arrepentimiento
como valores superiores a esas prácticas. Este tema de los méritos personales,
será una cuestión que san Pablo viviría, sufriría intensamente, y lo expresa en
sus cartas. Y el asunto de la gratuidad de Dios sería una de sus más profundas y
sentidas convicciones. Convendría que cada uno de nosotros diéramos un vistazo
a sus cartas.
Nos conviene pensar que no somos mejores que los cholos del barrio, o
que las muchachas que ofrecen sus servicios allá por las calles Libertad y 12ª.
Pobres de nosotros, clérigos y católicos de Misa y rezos cotidianos, si en
algún momento ‘nos tenemos por justos y despreciamos a los demás’, tal como
introduce este pasaje el evangelista.
Los católicos y demás cristianos corremos el peligro de caer en ese
estilo de religiosidad farisaica: yo voy a misa cada domingo, rezo mis
oraciones diarias, doy limosna, no digo malas palabras, no cometo adulterio, no
digo mentiras. ¿Estoy justificado delante de Dios? Claro que no. Es mejor que
diga algo parecido a lo que Jesucristo nos enseñó en el capítulo precedente: "cuando hayan
hecho todo lo que les fue mandado, digan: Somos siervos inútiles; sólo hemos
hecho lo que debíamos hacer” (Lucas 17,10). En otras palabras, cuando hayamos cumplido con todos
nuestros actos de piedad, no nos sintamos los súper santos, sino que mejor
sintamos humildemente que siempre nos quedamos cortos ante Dios, que mejor
debemos atenernos a su misericordia, como todo mundo.
Conscientes de ser
pecadores, servimos en la obra de Dios como profetas enviados al mundo. Santo
es Dios, no nosotros.
Veamos el testimonio de
algunos santos, del beato Antonio Chevrier a quien menciono antes de este
comentario. Qué conciencia tan clara tenía san Pablo en esta cuestión: "Y en último término se me apareció también
a mí, como a un abortivo. Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del
nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Mas, por la
gracia de Dios, soy lo que soy” (1 Corintios 15,8). "Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de
ellos soy yo” (1 Timoteo 1,15). ¿Recordamos cómo fue la respuesta de Simón
Pedro cuando Jesús lo llamó por primera vez en este evangelio según san Lucas? "Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús,
diciendo: Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lucas 5,8).
El Papa Francisco nos
enseñaba en una de sus catequesis de los miércoles (27 mayo 2020): "Es importante rezar: Señor, por favor, sálvame de mí mismo, de mis
ambiciones, de mis pasiones”.
Al rezar, no vayamos a caer en falsedades, en poses aparentes. Que la oración sea expresión
coherente de nuestra vida.