(Por ser Jesús partidario de la
resurrección, "los pontífices y los fariseos convocan a consejo para decretar
su muerte… y (también) los príncipes de los sacerdotes pensaron en matar a
Lázaro”. (Juan 11,47 y Juan 12,9-10). Así lo comenta el P. Chevrier en El
Verdadero Discípulo, p. 469).
DIOS
AMA LA VIDA
Domingo 6 de noviembre de 2022, 32°
ordinario
2 Macabeos
7,1-2 y 9-14; Lucas 20,27-38.
Carlos Pérez B., pbro.
En estos días hemos estado meditando y celebrando la muerte y la vida. Qué
oportuno que la Palabra de Dios nos haga profundizar en este tema tan crucial
para todos los seres humanos. Les recomiendo que lean en su Biblia el capítulo
7 del segundo libro de los macabeos, es escalofriante cómo una madre y sus
mismos hijos hacen profesión de fe en el Dios de la vida a costa de su propia
vida. En estas condiciones sí que es válido el testimonio. Así también
contemplamos a nuestro señor Jesucristo, que nos anuncia la buena noticia: Dios
es el Dios de la vida, y lo hará después con su entrega de la vida en la cruz.
Los saduceos eran una agrupación religiosa entre los judíos que tenían
sus propias creencias. Sólo se apegaban a la estricta interpretación y
aplicación de la ley de Moisés, es decir, de los cinco primeros libros de la
Biblia. Negaban la resurrección de los muertos y la existencia de ángeles y
espíritus, todas estas cosas que Jesucristo sí vivía y profesaba. Los saduceos
eran ricos y poderosos, les iba bien en esta vida, por eso no tenían necesidad
de la otra.
Con la intención de acorralar y hacer ver que la resurrección era algo
absurdo e inaceptable, los saduceos le ponen esta trampa a Jesús, la que
acabamos de escuchar en el evangelio: ¿de quién será esposa en la resurrección,
una mujer que se ha casado, en obediencia a la ley de Moisés, con siete
hermanos sucesivamente y sin tener hijos? Para ellos era aceptable que un
hombre tuviera siete mujeres, no sólo sucesivamente sino al mismo tiempo, pero,
sin embargo, eso no lo podían aceptar en una mujer.
Jesucristo los supera con mucho en conocimiento de las cosas de esta
vida y de la otra. En esta vida hombres y mujeres se casan, para tener
descendencia. Pero, ¿podemos imaginarnos que en la eternidad de Dios, ya sin la
biología de este mundo, será necesario casarse para tener hijos?
Es más, sigámonos imaginando más cosas de las que no sabemos ni pío.
¿Con que apariencia va a resucitar nuestro cuerpo al final de los tiempos? ¿Los
que murieron siendo niños, así seguirán siendo niños por toda la eternidad, y
con la misma sexualidad que tenían aquí? ¿Y nosotros, que ya estamos viejos, en
la resurrección de la carne, vamos a vivir toda la eternidad con este mismo
cuerpo, con los mismos achaques que arrastramos? No sabemos cómo serán las cosas.
San Pablo se hace esta pregunta: "¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida?” Y se responde: "se siembra un cuerpo natural, resucita un
cuerpo espiritual” (1 Corintios 15,35 y 44). Y Jesucristo nuestro Señor nos
dice: "serán como los ángeles e hijos de
Dios”. Pero su respuesta más contundente acerca de la resurrección, como un
coscorrón en la cabeza de aquellos saduceos, es ésta: "Dios no
es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.
¿Cómo celebramos estos pasados días de muertos? El recuerdo de los
seres queridos que ya nos dejaron, a algunas personas las movió al llanto, y a
todos yo creo que a la melancolía y a los bellos recuerdos. Hubo muchos que
sólo se quedaron en la fiesta de los disfraces, de monstruos, de brujas, de
calaveras. Otros se pusieron a hacer oración al pie de sus tumbas, o yendo a
Misa. Algunos revivimos la esperanza que siembra en nosotros la Palabra de
Dios, el testimonio del Hijo de Dios con su propia muerte y resurrección.
La enseñanza de Jesús, de palabra y con toda su persona, va más allá
del momento de la muerte. Los católicos sí creemos que nuestros seres queridos
ya están en la presencia de Dios, presentándole cuentas de su vida en este
mundo, siendo acogidos por su misericordia. Pero no nos podemos quedar solamente
con eso. Jesucristo nos llama a entrar en esta espiritualidad: Dios es el Dios
de la vida. Sus creyentes amamos la vida, trabajamos por la vida, invertimos
nuestras personas en el proyecto de vida de Dios nuestro Padre. Amamos la
naturaleza creada y, por lo mismo, la cuidamos, el agua, el aire, la tierra;
queremos un mundo de vida, no de muerte. No amamos la muerte y todas sus
manifestaciones: el pecado, la destrucción, el odio, el egoísmo, la
indiferencia. Amamos a los pobres, a los pequeños, a los descarriados, a los
excluidos, a los que aún no nacen. Contemplamos maravillosamente la vida de
nuestro Señor Jesucristo. El derrochó vida por doquier, con los enfermos, los
pecadores, los pobres, los descartados… y con los mismos poderosos, llamándolos
a la conversión. Él era la vida en persona y en abundancia, la salud, la
salvación, la gracia, el amor, la misericordia, la paz profunda y verdadera. Es
necesario conocerlo en los santos evangelios para verificar todo esto que
decimos, y para ser parte con él de su proyecto de vida para toda esta
humanidad.