(Ahora que en adviento hablamos de esperar
a Jesús y no las cosas que trae la navidad social; ahora que insistimos en
prepararnos a la navidad de Jesús, recordemos esta centralidad que nos deja el
p. Chevrier: "Quien ha encontrado a Jesucristo… ha hallado la sabiduría, la
luz, la vida, la paz, el gozo, la felicidad en la tierra y en el cielo…”. V. D.
114).
ANSIAMOS LA VENIDA DE JESÚS
Domingo 27 de noviembre de 2022, 1° de
adviento
Isaías 2,1-5; Salmo 122 (121); Romanos 13,11-14; Mateo 24,37-44.
Carlos Pérez B., pbro.
Para disponernos a la navidad, la navidad de Jesús, no la navidad del
comercio, la Iglesia nos ofrece el tiempo de adviento, no las fiestas
decembrinas. Es un tiempo de oración, de renuncia a uno mismo, de caridad, de
servicio, de escucha de la Palabra, de sacramentos. El adviento litúrgico
lo celebramos y vivimos, este año, desde la víspera del domingo 27 de noviembre
hasta la mañana del sábado 24 de diciembre. Pero nuestra vida cristiana es un
permanente adviento, es una caminata hacia el reino de Dios, una caminata de
esperanza, no de fatalidad.
Llegará un día, lo decimos a tono con esta bella profecía de Isaías, en
que las armas de fuego y todos los instrumentos de guerra y de muerte ya no
serán necesarios (nunca lo han sido, pero mucho menos en los tiempos de la paz
de Dios). Habrá que transformarlos en instrumentos de labranza: "De las
espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas; ya no alzará la espada
pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra”. Este es nuestro
adviento de la historia. Los cristianos hemos de ser tan soñadores como este
profeta: esperamos, ansiamos los tiempos de la paz que nos traerá el príncipe
de la paz, será la navidad plena, tal como lo recitamos en el salmo
responsorial.
Nuestro señor
Jesucristo no anunció una llegada lejana del reino de Dios. Nos dijo: "El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse
y crean en la Buena Nueva” (Marcos 1,15), "conviértanse, porque el reino de los
cielos ha llegado” (Mateo 4,17); "El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Véanlo aquí
o allá, porque el Reino de Dios ya está entre ustedes” (Lucas 17,20). El reino de
Dios es ese reino de la paz de Dios, un mundo en que reine plenamente la paz de
Dios en todos los seres humanos, la armonía, la fraternidad, el amor, tal como
lo cantamos en Navidad.
¿Por qué se tarda ese reino de Jesús tan
ansiado? Por la resistencia de los seres humanos. Esta situación tan desastrosa
que estamos viviendo, de tanta violencia, de guerras, invasiones y conflictos
en tantos puntos del planeta, de ejecuciones en nuestras calles, este tiempo
tiene que pasar ya. Nuestra espera no es pasiva. Ansiamos la plenitud de los
tiempos y el cabal cumplimiento del reino de Dios con la venida de Jesús, y él
nos invita a vivir permanentemente preparados, como el que vigila su casa (como
si fuéramos cámaras de vigilancia vivientes) para que el ladrón no nos
sorprenda.
Jesucristo, en contraposición con algunas
sectas que dicen saber el tiempo de su venida, no nos da fechas, mejor nos pide
que estemos pendientes de su llegada. Si supiéramos la fecha, viviríamos
descuidados. Pero es mejor vivir al día: vive tu fe como si hoy fuera el último
de tu vida, dicen los predicadores. Vive al corriente en todas tus cosas, tanto
individualmente como colectivamente. No dejes tus pendientes para el último
momento, como hacíamos de estudiantes, que al último momento queríamos sacar
los exámenes estudiando hasta la madrugada.
Vive la caridad al día, tus sacramentos, tu
escucha de la Palabra, tu servicio y apostolado… trabajemos por la justicia y
la transformación radical de esta sociedad. Que no diga Jesús de nosotros que
nos la pasamos como el camarón que se lleva la corriente: comemos, bebemos, nos
casamos ("comían, bebían,
compraban, vendían, plantaban, construían”. Lucas 17,28). Esta descripción que hace Jesucristo de nuestra vida
rutinaria, ¿no nos queda cabalmente en nuestro tiempo? Y san Pablo nos dice en
la segunda lectura: "Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni
desenfrenos, nada de pleitos ni envidias. Revístanse más bien de nuestro Señor
Jesucristo y que el cuidado de su cuerpo no dé ocasión a los malos deseos”.
Aprovechemos este adviento litúrgico
para meternos en el adviento existencial que es una vida de esperanza activa y
de vigilancia permanente. No seamos espectadores de las cosas que suceden entre
nosotros, como si estuviéramos en las gradas de un estadio. Seamos actores de
los acontecimientos, para que este mundo cambie ya, cuando Dios lo quiera.