(La atención del p. Chevrier estaba centrada
completamente en Jesucristo. Él se pregunta: "¿Qué es Jesucristo? Y se responde
desde las primeras páginas de "El verdadero discípulo”: ¡Oh inefable misterio!
Dios está con nosotros, Dios ha venido a hablarnos, ha venido a habitar con
nosotros para hablarnos e instruirnos”. VD 62).
PARA TRANSFORMAR A ESTE MUNDO, ¿HEMOS DE
ESPERAR A OTRO?
Domingo 11 de diciembre de 2022, 3° de
adviento
Mateo 11,2-11.
Carlos Pérez B., pbro.
Al tercer domingo de adviento, la Iglesia le
llama el domingo gaudete, que significa ‘alégrense’. Y es que, a partir de este
domingo, el tiempo de adviento adquiere esa tonalidad, la alegría porque se
acerca la celebración del nacimiento del Salvador. De ahí el color de la velita
rosada de la corona de adviento.
La Palabra de Dios que hoy se proclama nos
convoca a la alegría. En Isaías leemos: "Regocíjate,
yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca
como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo”. Acojamos estos gritos de júbilo en el
contexto de esta situación tan triste que está viviendo nuestro país y nuestro
mundo de tanta violencia, egoísmo, materialismo, hedonismo. Hay una puerta de
salida a todo esto, y Dios la ha puesto al alcance de nuestras manos, las manos
de todos los seres humanos en su conjunto. Desde luego, que la mejor manera de
convocarnos a la alegría, la encontramos en el evangelio, en boca de Jesús,
mejor dicho, en las obras palpables de Jesús en beneficio de los más atribulados.
Muy oportuna para este tiempo de adviento es la
pregunta de Juan Bautista: "¿eres tú el
que ha de venir o tenemos de esperar a otro?” Algunos estudiosos de la
Biblia ven en esta pregunta la duda de Juan, quien estaba en la cárcel. Pero si
alguien estaba seguro, como lo vemos en el capítulo 3 de este evangelio, acerca
de Jesús, era precisamente Juan, quien decía: "aquel que viene detrás de mí es
más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él los bautizará
en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3,11). Más bien hay que ver en esta
pregunta un servicio más que presta Juan a la causa de Jesús. Sí, como buen
maestro de sus discípulos, los envía para que ellos adquieran la misma
seguridad que tenía Juan. Igualmente, ese servicio nos presta Juan a nosotros,
al colocar la necesaria pregunta en nuestros corazones.
Conviene que nos hagamos
con amplitud y profundidad esa pregunta que nos regala Juan. En este mundo que
nos ha tocado vivir, ¿qué estamos esperando? ¿A quién debemos esperar? ¿Algún
líder político, algún religioso iluminado, algún científico, filósofo o alguna
corriente religiosa o ideológica? ¿A quién esperamos para que venga a salvar a
esta pobre humanidad que está decidida, en gran parte, a destruirse a sí misma,
incluso hasta acabar con el planeta o con la vida tal como la conocemos? No
respondamos de memoria, no digamos esa palabra que nos cautiva pero que puede
estar vacía de contenido. Me refiero al nombre de Jesús. Porque Jesucristo
mismo no respondió: ‘váyanle a decir a Juan que sí soy yo’. La respuesta de
Jesús la escuchamos en el evangelio: "Vayan a contar a Juan lo que están viendo y
oyendo”.
Si Jesucristo es meramente un discurso, una
imagen plástica, una ilusión vacía, un slogan que se repite sin hacer
referencia al verdadero Jesús de los evangelios, entonces sí tenemos que
esperar a otro para que este mundo ya entre definitivamente en una situación de
cambio radical.
Pero Jesucristo se resiste a ser reducido a
todo eso. Él nos manda decir con los discípulos de Juan: ‘vean cómo las cosas
están cambiando realmente entre ustedes’. Los pobres reciben y viven el
evangelio de Jesús; las personas están abriendo los ojos gracias a esta labor
evangelizadora de los cristianos; los excluidos están siendo incluidos en
nuestra sociedad y en nuestra Iglesia. El pueblo está despertando, las mujeres
están consiguiendo, poco a poco, el lugar que les pertenece como personas; todo
mundo está tomando conciencia de sus derechos, y están dispuestos a promoverlos
y a defenderlos. Poco a poco la pobreza, la humildad, el servicio, la entrega
de sí mismo, la misericordia, la gratuidad de Dios y nuestra gratitud hacia él,
etc., se van imponiendo como valores supremos de la humanidad.
¿Es cierto todo lo anterior? Yo no me lo creo
completamente. Los que nos reconocemos como cristianos nos estamos quedando
rezagados en relación con la sociedad. Si vemos que nuestras ciudades están
siendo acondicionadas físicamente en favor de los discapacitados, pues no es
por el empuje de nuestra Iglesia, la cual siempre se mantiene ajena y pasiva
ante estas exclusiones. Es la sociedad civil la que se moviliza para obligar a
las autoridades, a poner y exigir rampas para los discapacitados, señales
auditivas para los ciegos en los cruceros, señales visuales para los sordos,
noticias y discursos en lenguaje de señas, respeto para las mujeres, atención a
los indígenas y campesinos, etc.
Por eso decimos que primero debemos de cambiar
nosotros como Iglesia para ponernos en sintonía con nuestro Maestro. Con él las
cosas efectivamente que estaban cambiando en favor de los pobres; sus milagros,
sus enseñanzas, sus encuentros con las multitudes lo acreditan enteramente.