("Aquí estoy para hacer tu voluntad”, una
frase del salmo 40 que utiliza el p. Chevrier para servir en la obra de Jesús. "Señor,
si tienes necesidad de un pobre, ¡aquí estoy yo! Si tienes necesidad de un
loco, ¡aquí estoy yo! Aquí estoy, oh Jesús, para hacer tu voluntad: soy tuyo”, VD
122).
EL HIJO DE DIOS SE HA HECHO SERVIDOR
Domingo 15 enero 2023, 2° ordinario
Juan 1,29-34 (Isaías 49,3-6; Salmo 40 (39)
Carlos Pérez B., pbro.
El de hoy es el primer domingo del tiempo
ordinario. Le llamamos segundo porque aquí empieza la segunda semana de este
tiempo. La primera semana no tiene domingo. En este domingo la Iglesia nos
ofrece cada año un pasaje del evangelio según san Juan: en el ciclo dominical A,
el testimonio de Juan Bautista; en el ciclo B, el llamado de los primeros
discípulos; en el ciclo C, las bodas de Caná. Esto es más o menos el
equivalente a pedirle a san Juan el evangelista que nos haga el favor de
presentarnos a esa Persona a la cual le vamos a seguir los pasos en alguno de
los evangelios sinópticos a lo largo de los domingos del tiempo ordinario; en
el caso de hoy, a san Mateo. Así es que hemos escuchado el testimonio que dan
los Juanes (tanto el evangelista como el bautista) acerca de Jesús.
Juan
Bautista puso toda su persona al servicio de Jesús, como es de esperar que lo
haga cada uno de nosotros, los que nos decimos cristianos, aunque cada quien a
su manera y en sus circunstancias: Juan se fue a vivir al desierto, se
alimentaba de langosta y miel del campo, se vestía con un cuero de camello,
vivía en una radical renuncia y privación, sin mujer y sin hijos, y terminó en
la cárcel y martirizado. Su misión era darle a conocer a Jesús al pueblo, a los
pecadores que bajaban al río Jordán. Un hombre de tal tamaño y condición cuenta
con una palabra más que autorizada para hablar de Jesús, con una total coherencia
de vida. Hemos escuchado: "Éste es el
Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”.
La
sola palabra ‘cordero’ nos habla de una persona mansa, humilde, obediente (al
Espíritu). El mismo Jesús lo dirá en san Mateo 11,29: "aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”. También esta
palabra se refiere a alguien destinado al sacrificio por el pueblo (nosotros le
llamamos ‘chivo expiatorio’, figura también tomada de la Biblia, Números 7,16).
Esa sola frase plasma toda la persona de Jesucristo.
Dice
Juan: "el que quita el pecado del mundo”.
Habla de quitar, no sólo de perdonar. La palabra ‘airon’, en griego, es quitar.
¿Qué nos quiere decir con eso? Que el pecado no es solamente una mala acción
que uno comete, sino una fuerza que opera en nosotros y en todo el mundo. San
Pablo nos ayuda a entenderlo, en un pasaje que no se lee hoy: "Realmente, mi
proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que
aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es
buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí.
Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto,
querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago
el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no
quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí” (Romanos 7,15-20).
Entendamos bien a san Pablo, no se quiere justificar echándole la culpa al
pecado, sino que quiere ser realista y reconocer la fuerza del pecado en cada
uno de nosotros y en toda la humanidad en su conjunto. Jesucristo ha venido
para liberarnos de esa fuerza negativa enraizada en nuestros corazones. Pero no
luchamos solos, contamos con la fuerza del Espíritu Santo. Jesucristo ha venido
para impregnarnos con el Espíritu de Dios, "el
que bautiza”, es el testimonio que da Juan. Los alcohólicos anónimos nos
enseñan que es necesario acogerse a la fuerza de un Ser superior para luchar
contra una adicción; y nosotros decimos, para luchar contra esa fuerza que
opera en nosotros. El Espíritu es quien nos puede transformar en criaturas
nuevas, en hacernos al modelo que contemplamos en Jesucristo, el hombre nuevo.
Finalmente, Juan nos dice
que Jesucristo "es el Hijo de Dios”.
¡Qué testimonio tan fuerte y tan claro el de Juan! En este pobre galileo
contemplamos al mismísimo Hijo de Dios. No sabemos si decir, ‘a pesar de sus
apariencias’, o, si conocemos los caminos de Dios, tendremos más bien que
decir, ‘gracias a sus apariencias’ reconocemos su divinidad. En la primera
lectura de hoy proclamamos el segundo cántico del siervo de Yahveh, y la carta
a los hebreos (10,7) pone en labios de Jesús el salmo 40 (39) que hemos
recitado hoy. Isaías nos ofrece cuatro cánticos del siervo, los cuales
claramente se aplican a Jesús. Nos lo presentan tal como Jesús se presentó a sí
mismo en Galilea, como el siervo, como el que vino a servir y no a ser servido
(vean Marcos 10,45). ¿Qué nos queda a nosotros si Jesús es el siervo? Estamos
llamados a ser servidores, mansos y humildes de la salvación propia y de
nuestros hermanos.