("¡Oh, Cristo! ¡Oh Verbo! Tú eres mi Señor y mi solo y único Maestro.
Habla, yo quiero escucharte y poner tu Palabra en práctica. Quiero escuchar tu
divina Palabra porque sé que viene del cielo. Quiero escucharla, meditarla,
ponerla en práctica. Porque en tu Palabra está la vida, la alegría, la paz y la
felicidad”. – P. Antonio Chevrier, VD 108).
DOMINGO DE LA PALABRA
22 de enero de 2023, 3° ordinario
Por convocatoria del Papa Francisco,
celebramos en este 3er. domingo ordinario, el Domingo de la Palabra.
¿Con qué finalidad lo celebramos?
Tengamos por seguro que no se trata
solamente de decir cosas bonitas acerca de la Biblia. Si nos quedamos en eso,
estaremos desperdiciando una iniciativa que va mucho más allá. Se trata de que
todos, ¡TODOS! los católicos vayamos tomando conciencia del lugar que debe
ocupar la Palabra de Dios en nuestra vida cristiana (personal) y en nuestra
vida de Iglesia. No es un lugar accesorio, opcional, no es para que le demos
culto a la Biblia, al menos ese culto que estamos acostumbrados a darle a
nuestras imágenes, como algo meramente externo.
La escucha de la Palabra de Dios está
en la base de nuestra religiosidad, de nuestra espiritualidad cristiana, de
nuestra vida de creyentes. ¿En qué creemos, en quién creemos? Creer en una
persona es creer en lo que dice, en lo que vive, en lo que piensa, en sus
planes, sobre todo tratándose de Dios. Nuestra fe está puesta en un Dios que
habla y quiere ser obedecido. Quienes no leen la Biblia, creen en un Dios que
no habla, a fin de cuentas, en un ídolo mudo, como los dioses de los paganos.
¿Hay otra religión que no sea esa? El
catolicismo es una religión de escucha personal de Dios. Dios nos habla por
medio de los patriarcas, por medio de los profetas, por medio de su único Hijo,
Jesucristo nuestro Señor. ¿Han escuchado esta frase? Así es, la carta a los
hebreos lo dice: "Muchas veces y de
muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los
Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien
instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo
resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con
su palabra poderosa…” (Hebreos 1,1-3).
Los cristianos estamos llamados a
vivir, a revivir constantemente la experiencia que vivieron aquellas gentes
llamadas por Jesús, como lo escuchamos en el evangelio de hoy: Simón, Andrés,
Santiago, Juan, etc., que siguieron al Maestro y se dejaron formar por él paso
tras paso. Vayamos a los santos evangelios para que lo comprobemos página tras
página, y nos coloquemos en el lugar de ellos. Vivamos la experiencia de
aquellas multitudes que escucharon el sermón de la montaña, las parábolas, y
tantas enseñanzas de Jesús, de sus mismos labios, salidas de su mismísimo
corazón. Sentémonos a la orilla del lago, en la ladera del monte, a las puertas
de la casa de Simón y Andrés, no imaginariamente sino espiritualmente (movidos
por el Espíritu). Revivamos la experiencia de aquella mujer, hermana de Martha,
que lo hospedó en su casa camino a Jerusalén: "Tenía ella una
hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra” (Lucas 10,39).
Ésta es una convicción de fe nuestra: no
sólo digamos que los evangelios son la parte más importante de la Biblia, sino
que la Palabra de Jesús, su Persona es la clave autorizada para entender el
resto de la Biblia. Sólo a partir de Jesucristo entendemos adecuadamente la
Palabra de Dios iluminados por su Santo Espíritu: "Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi
nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho”
(Juan 14,26). Incluso, el Espíritu nos irá iluminando para comprender muchas
más cosas a partir de la Palabra de Jesús: "Cuando
venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa; pues
no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y les anunciará lo que
ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y les lo anunciará a
ustedes” (Juan 16,13-14).
Desde luego que no nos vamos a quedar en
una mera lectura de la Biblia o en un estudio académico de ella. Tendremos que
ir dando pasos para escuchar personalmente a Dios, a partir de la Sagrada
Escritura, en la Iglesia (pastores y laicos), en los acontecimientos, en la
naturaleza (maravillosa creación), pero sin perder la relación con su Palabra
escrita.
Y no temamos que la escucha de la Palabra
de Dios se vaya a convertir en una devoción más de las tantas que tenemos,
porque la Palabra de Jesús nos envía a la caridad, al servicio, al apostolado
(misión), a la vida de comunidad. Mencionamos la palabra ‘obediencia’, pero en
realidad se trata de poner toda la vida en sintonía con la Palabra del Hijo de
Dios. De la Palabra de Dios ha de partir nuestra vida, nuestros proyectos
personales, eclesiales. La Iglesia toda ha de hacerse a partir de la Palabra de
Dios: la pastoral vocacional, profética, social. La liturgia, tan alejada del
Evangelio y de la vida, ha de hacerse a partir de la Palabra de Jesús.
Pero no nos quedemos con esto anterior.
Pongámonos en obra. Trabajemos frenéticamente para cambiar nuestro catolicismo
tradicional: devocionista, cultualista, de rezos ("al orar, no hablen mucho, como los gentiles, que se figuran que por su
palabrería van a ser escuchados”. Mateo 6,7), por un catolicismo de escucha;
para promover que todos los católicos seamos escuchas de la Palabra. Repito,
ser creyente es creer en la Palabra de Dios que se nos revela a partir de la
Palabra de su Hijo.
El obispo, los sacerdotes, los servidores
de nuestras parroquias, pongámonos en obra. El Papa Francisco sí lo hace, y les
puedo compartir, en un anexo, las veces que nos ha llamado a leer diariamente
los santos evangelios.
No nos detengamos en esta obra. Hagámoslo
en nuestros encuentros personales, en nuestra vida ordinaria. No nos dé
vergüenza preguntar en los momentos adecuados y oportunos, ¿estás leyendo los
santos evangelios diariamente? Léelos completos, y no te canses de escuchar a Jesús.
El cristiano se deleita escuchando a su Maestro; se deja enseñar por él,
educar, formar, regañar, conducir, salvar, perdonar, sentir su amor y su
misericordia, su fuerza y su gracia, etc., etc. Aprovechemos todos los momentos
posibles: encuentros, entrevistas, celebraciones (funerales, quinceañeras,
matrimonios, bautismos, etc.) Basta uno o dos minutos, dentro de la homilía o
plática, para que las personas presentes se lleven la inquietud de ponerse a
leer la Biblia empezando por los santos evangelios. Yo pregunto en las
celebraciones a las que acude gente ocasional, ‘¿cuántos evangelios tiene la
Biblia? Digan con los dedos de la mano’. Casi nadie lo sabe. Aprovechemos las
redes sociales, todos los medios de comunicación al alcance. Si logramos que
todos los católicos nos vayamos poniendo a leer la Biblia, en un futuro próximo
tendremos un catolicismo sumamente diferente, no rezandero, sino obediente.
Aprovechemos que ya es una costumbre
establecida que toda familia tenga la Biblia en su hogar, una meta conseguida a
partir de la carta pastoral del obispo don Adalberto, en 1975.
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ANEXOS:
SAGRADA ESCRITURA (Sólo unos pocos de tantísimos ejemplos):
Génesis 12,1.4.- "Yahveh dijo a
Abram: Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra
que yo te mostraré… Marchó, pues, Abram, como se lo había dicho Yahveh”.
Éxodo 3,4-5.-
"Yahveh… lo llamó de en medio de la zarza, diciendo: ¡Moisés, Moisés! Él
respondió: Heme aquí. Le dijo: No te acerques aquí; quita las sandalias de tus
pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada”. (Moisés no vio figura
alguna, sólo escuchó la Palabra de Dios que lo llamaba).
Deuteronomio 4,12.-
"Yahveh
les habló de en medio del fuego; ustedes oían rumor de palabras, pero no
percibían figura alguna, sino sólo una voz”.
1 Samuel 3,10.- Vino Yahveh, se
paró y llamó como las veces anteriores: ¡Samuel, Samuel! Respondió Samuel:
Habla, Señor, tu siervo te escucha”.
Isaías 66,2.- "Y ¿en quién voy a
fijarme? En el humilde y el abatido que tiembla ante mi palabra”.
Mateo 7,21.24.- "No todo el que me
diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial… Así pues, todo el que oiga estas palabras mías
y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre
roca”.
Marcos 2,2.- "Se agolparon
tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la
Palabra”.
Lucas 8,21.- "Pero él les
respondió: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y
la cumplen”.
Juan 14,23-24.- "Si
alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que
escuchan no es mía, sino del Padre que me ha enviado”.
PAPA FRANCISCO:
Ángelus
dominical. El 3 de enero de 2016: "Les recuerdo también este consejo que les
he dado a menudo: leer todos los días un pasaje del Evangelio, un pasaje del
Evangelio para conocer mejor a Jesús, para abrir nuestro corazón a Jesús, y así
es como podemos hacer que sea más conocido por los demás. Tener un pequeño
evangelio en el bolsillo, en el bolso: nos hará bien. No lo olvides: ¡lee
todos los días un pasaje del Evangelio!”
Tweet del
Papa Francisco del 15 de julio de 2018.- "Trata de leer el evangelio por lo
menos cinco minutos al día. Verás que cambia tu vida”.
8 abril
2020, Catequesis de la audiencia de los
miércoles. - "Hermanos y hermanas, abrámosle todo el corazón en la
oración, esta semana, estos días: con el crucifijo y con el evangelio. No os
olvidéis: Crucifijo y Evangelio”.
Regina
Coeli, 26 abril 2020.- "Lo he dicho muchas veces y me gustaría repetirlo, lo
importante que es el hábito de leer el Evangelio, todos los días. Llevémoslo en
el bolsillo. Que siempre esté cerca de nosotros y leer un poco cada día”.
Ángelus del 16 de agosto
de 2020.- "Y
siempre vuelvo al consejo que les doy: lleven siempre un pequeño Evangelio de
bolsillo y lean un pasaje cada día. Y allí encontrarán a Jesús tal como es, tal
como se presenta; encontrarán a Jesús que nos ama, que nos ama tanto".
Audiencia
del 21 de diciembre 2022. – "Para el creyente, la
Palabra de Dios no es simplemente un texto que hay que leer, la Palabra de Dios
es una presencia viva, es una obra del Espíritu Santo que conforta, instruye,
da luz, fuerza, descanso y gusto por vivir. Leer la Biblia, leer un fragmento,
uno o dos fragmentos de la Biblia, son como pequeños telegramas de Dios que te
llegan enseguida al corazón. La Palabra de Dios es un poco ―y no exagero―, es
un poco como un auténtico anticipo de paraíso. Y lo había comprendido bien un
gran santo y pastor, Ambrosio, obispo de Milán, que escribía: «Cuando leo la
divina Escritura, Dios vuelve a pasear en el paraíso terrestre» (Epist.,
49,3). Con la Biblia nosotros abrimos la puerta a Dios que pasea. Interesante…
Tomemos el Evangelio, tomemos la Biblia en la mano: cinco minutos al día, no
más. Llevad un Evangelio de bolsillo con vosotros, en el bolso, y cuando estéis
de viaje tomadlo y leed un poco, durante el día, un fragmento, dejar que la
Palabra de Dios se acerque al corazón. Haced esto y veréis cómo cambiará
vuestra vida con la cercanía a la Palabra de Dios. ‘Sí, Padre, pero yo estoy
acostumbrado a leer la Vida de los Santos’: esto hace bien, hace bien, pero no
dejar la Palabra de Dios. Toma el Evangelio contigo, y léelo también solo un
minuto al día”.