Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




("Cuanto más pobres y desinteresados seamos, menos exigentes seremos, y más amigos del pueblo, y más fácil nos será hacer el bien”. – P. Chevrier, VD, p. 316).

 

EL CAMINO DE LA VERDADERA FELICIDAD

Domingo 29 enero 2023, 4° ordinario

Mateo 5,1-12.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Hoy comenzamos a proclamar el sermón de la montaña, llamado así porque nos dice san Mateo que Jesús subió al monte para enseñar a sus discípulos y a la muchedumbre: "Enseguida comenzó a enseñarles hablándoles así…”. Enseñar es una de las especialidades de nuestro Maestro. Y este mundo tiene tanta necesidad de ser enseñado, no de cosas académicas, sino de la vida, de la salvación, literalmente de la felicidad, la que todo ser humano busca, la que es el anhelo de todos. Los seres humanos vivimos desorientados, confundidos, presas de nuestra ignorancia de los misterios del hombre, del universo y de Dios mismo. ¿Por qué no dejarnos enseñar por este Maestro? Leamos los santos evangelios.

Yo creo que este pasaje es uno de los ejemplos más claros que le podemos proporcionar a nuestro mundo (a creyentes y no creyentes) acerca de la sabiduría tan profunda y universal que distingue a Jesús. Si ustedes saben que no es fácil hacer que una persona lea los cuatro evangelios, por lo menos convénzanla de que lea atentamente el sermón de la montaña. Y nosotros hagamos lo mismo. O más aún, por lo menos pongámonos a meditar con detenimiento las bienaventuranzas. De cualquier manera, escuchar al Maestro es un deleite espiritual para el verdadero discípulo.

¿Qué nos enseña Jesús a las multitudes de aquel tiempo y las de nuestro tiempo? ¿Qué nos enseña Jesús a sus discípulos de entonces y de ahora? El camino de la verdadera felicidad.

Que cada quien, frente a esta enseñanza del Maestro, se ponga primero a pensar, a repasar qué es lo que le hace feliz, o qué es lo que cree que le podría hacer feliz. ¿Estás pensando en algún logro o meta que te has propuesto en tu vida? ¿Acaso tienes planeado, o te gustaría, o te estás afanando por ir haciendo dinero poco a poco? ¿O te estás haciendo de cosas, aparatos, objetos de bienestar… que luego te van a resultar obsoletos y no vas a saber ni donde ponerlos porque ya no los necesitas? ¿Acaso hay alguna diversión, algún entretenimiento, algún vicio que te haga feliz?

Una vez que revisemos nuestros corazones, entonces escuchemos a Jesús. Hay que decir que encontramos dos listas de las bienaventuranzas, la de Mateo 5 y la de Lucas 6. No se contradicen entre sí, sino que se enriquecen, nos enriquecen. Jesucristo nos enseña el camino de la felicidad. Si las acogemos en el corazón, entonces podremos decir con seguridad que la religión o espiritualidad de Jesús es enteramente una buena noticia para este pobre mundo que nomás no encuentra, no ha encontrado a lo largo de milenios el secreto de la verdadera felicidad, ni la encontrará por el camino del poder, del tener, del dinero, de las armas, del dominio del otro, del placer o de las diversiones, del amor al Ego. La religión de Jesús no es la religión de la amargura, del odio a este mundo o a esta humanidad. La felicidad es nuestra vocación, el llamado que Jesús nos hace. Hay que encontrarla siguiendo el mismo camino de Jesús. Él era feliz haciendo felices a los demás.

 Los pobres, según las bienaventuranzas en san Lucas, ya sabemos quiénes son, los pobres de tantas cosas. Pero, según san Mateo, ¿quiénes son los pobres en el espíritu o los que tienen corazón de pobres? Pues en primer lugar hay que decir que ¡feliz es Jesucristo! Él es el pobre en el espíritu (¡en el Espíritu!) por excelencia, porque siendo rico en la eternidad de Dios, se hizo pobre, parte de los pobres de este mundo, por amor, por misericordia divina. No nos vayamos a engañar pensando en una pobreza romántica que luego nos va a desilusionar. Pobre en el espíritu, tal como lo leemos en san Mateo, es aquella persona que se coloca enteramente en las manos de Dios: su vida, su corazón, su espíritu. Jesucristo vivía de Dios su Padre. Lo buscaba, lo encontraba, hacía su voluntad por encima de cualquier cosa. Eso lo hacía feliz. ¿Había algo que le pudiera arrebatar esa felicidad? ¿Era acaso una felicidad engañosa? Desde luego que no, así lo contemplemos en el pesebre, en los caminos de Galilea, o despojado enteramente en la cruz. En esas imágenes percibimos la felicidad de Dios. Y todos los seres humanos debemos reconocerla. La felicidad no viene de nosotros, humildemente reconozcamos que sólo nos puede venir de Dios, y debemos buscarla en él.

Con esta clave entendamos y tratemos de vivir las demás bienaventuranzas: los que, como Jesús, se colocan del lado de los que lloran, de los que sufren; los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia (en sentido amplio) y, precisando, por causa de Jesús mismo. ¿No te hace feliz este camino de Jesús? Pues este camino es lo que te hace verdadero discípulo suyo, verdadero cristiano, verdadero católico. Cualquier otro catolicismo es fantasía, es vacío.

 

 


 

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