("Es necesario evitar hacerse pobre para que a uno
lo vean los hombres y para atraer su compasión y aparecer sabio; ¡desgraciado
de aquel que tuviera tales intenciones! Es necesario hacerlo por amor a Nuestro
Señor, para imitar su santa pobreza y llevar la contraria al mundo, puesto que
estamos para dar luz al mundo y oponernos a sus máximas y a sus costumbres”. – P.
Chevrier, VD, p. 292).
CRISTIANOS QUE RESPLANDECEN POR SUS BUENAS
OBRAS
Domingo 5 febrero 2023, 5° ordinario
Mateo 5,13-16.
Carlos Pérez B., pbro.
Continuamos con el sermón
de la montaña que iniciamos el domingo pasado. No lo vamos a alcanzar a leer
todo antes de la cuaresma, ni tampoco pasando la pascua, por eso conviene que
todos lo repasemos entero (capítulos 5, 6 y 7 de san Mateo), en nuestro estudio
personal. Es una enseñanza fenomenal ante el cual hemos de reconocer la
sabiduría divina de nuestro Maestro. E invitemos a todos los católicos, sin
excepción, a que se dejen enseñar por tamaño Maestro.
Llama la atención que
nuestro Señor diga: "ustedes son”, y que no diga: "ustedes deben ser”. ¿De
veras los discípulos de Jesús son la luz del mundo y la sal de la tierra? ¿Está
hablando nuestro Señor de una realidad o de un deseo de que esos son los
discípulos que él quiere? Pues ciertamente él contempla que los suyos le pueden
fallar, al hablar de la sal insípida o de la lámpara escondida debajo de una
olla.
La Iglesia en muchas
ocasiones hemos sido oscuridad en medio del mundo, en serio, una Iglesia
oscurantista, por nuestras ideas cerradas y anquilosadas, como ciegos ante las
realidades humanas, ajenos y de espaldas a ellas; una Iglesia insípida en medio
de esta sociedad tan marcada por la violencia y la muerte, por la mentira y la
corrupción, y nosotros viviendo muy en lo privado nuestra religiosidad como si
fuéramos dos mundos paralelos. Sólo se nos nota que somos cristianos porque
vamos a Misa los domingos, o de vez en cuando. Por otro lado, nuestra Iglesia sí brilla en sus santas y santos, anónimos y conocidos. Recordemos cuántas veces nos
insiste el Papa Francisco en que hemos de ser una Iglesia en salida, mejor una
Iglesia accidentada que una Iglesia enferma en su encierro.
La luz y el sabor que le
hemos de comunicar a nuestro mundo, es el evangelio de Jesucristo. No somos
seres luminosos por nosotros mismos. La luz que portamos es Jesús, y esta luz
ha de reflejarse en nuestras buenas obras, lo dice Jesús. ¿A qué buenas obras
se refiere? Nos preguntamos esto porque hay de religiosidades a religiosidades.
Los fariseos de aquel tiempo eran personas muy estrictamente religiosas. Y
nosotros podemos tomar el camino de ellos.
Para entenderlo y vivirlo
con más claridad evangélica, hemos de volver la mirada a las bienaventuranzas
que nos ha expresado nuestro Señor y Maestro unos versículos antes. Si las
vivimos, entonces sí somos la sal y la luz. No hemos de brillar por nuestra
elocuencia, por nuestros discursos, por la solemnidad de nuestras ceremonias, o
por la belleza de nuestra liturgia. La Iglesia no resplandece más en sus bellas catedrales, sino en aquellas cristianas y cristianos que comparten su vida con los más pobres y amolados. Jesús está hablando de las
bienaventuranzas vividas. Por este rumbo va la primera lectura, Isaías 58.
Permítanme insistir: La vida
cristiana no puede vivirse de manera privada, como una lámpara escondida debajo
de la cama. La vida cristiana, sin anunciarse como una mercancía, ha de brillar
por sí misma, como un signo del reino de Dios que inició Jesucristo. Una
Iglesia desabrida, insípida, sin fuerza, no sirve para nada, es mejor que se
tire a la basura. ¿Suena fuerte? Pues así lo dice Jesús.
La Iglesia, clérigos y
laicos, en lo individual y en su conjunto, ha de ser una Iglesia con espíritu
de pobre, de cristianos con corazón de pobres. Una Iglesia con corazón de rica
no brilla como la Iglesia de Jesucristo.
Una Iglesia y católicas-católicos,
que se colocan de parte de los sufrientes, de los amolados de este mundo, no de
los poderosos o de los que tienen la vida satisfecha.
Una comunidad pionera en la
promoción y defensa de los derechos humanos, una comunidad que tenga hambre y
sed de justicia, que promueva la misericordia en todos los seres humanos, no
aliada del poder político y económico. Cristianos e Iglesia que trabajan por la
paz de manera efectiva y activa. Una Iglesia que se coloca de parte de los
perseguidos por causa de la justicia, sobre todo por la justicia divina y
perseguidos por causa de Jesucristo y su obra: perseguidos por proclamar un
mundo distinto, igualitario, que pone a los seres humanos por encima de todo,
que pone a los pobres en el primer lugar. En muchos lugares del mundo sufrimos
el martirio de hermanos nuestros en la fe, pero también al interior de la
Iglesia, los que comulgan con los pobres son estigmatizados como marxistas, populistas.
Dice nuestro Señor: "Dichosos
serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes
por causa mía. Alégrense y salten de contento...”.