Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





(¿A qué nos llama Jesús? A la perfección, responde el p. Chevrier. "En el mundo hay tres clases de cristianos: los buenos, los malos, los perfectos. Hay también tres clases de sacerdotes en la Iglesia: los buenos, los malos y los perfectos… mejor dicho, los que tienden a la perfección, los que buscan seguir a Nuestro Señor Jesucristo más de cerca”. – El Verdadero Discípulo, p. 120).

 

EL DE JESÚS, ES UN NUEVO CAMINO

Domingo 12 febrero 2023, 6° ordinario

Mateo 5,17-37.

Carlos Pérez B., pbro.

 

Estamos repasando, en estos domingos, un discurso de Jesús que los estudiosos de la Biblia llaman "el sermón de la montaña”, porque así nos presenta san Mateo a Jesús: "Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo…” (Mateo 5,1); "Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre” (Mateo 8,1).

Un verdadero-verdadera discípula no solamente lee los santos evangelios, sino que de manera vivencial entra en ellos, se sienta, en este caso, en la falda de la montaña y se pone a escuchar atenta y obedientemente al Maestro. Así queremos ver a todos los católicos, entrando en los santos evangelios cada día para dejarse enseñar por el Hijo de Dios. Estamos dejando pasar mucho tiempo en la Iglesia católica para formar a los católicos en la escucha de la Palabra.

En la antigüedad, Moisés subió al monte para recibir de Dios los 10 mandamientos y muchos otros que encontramos en el antiguo testamento. Ahora Jesús sube al monte y empieza con las felicidades o bienaventuranzas. Esto no lo pasemos por alto. Jesús nos llama para ser felices. Y si ahora retoma algunos mandamientos de Moisés, lo hace con la óptica de la felicidad. Jesús no quiere ser un anarquista; el cristianismo no es un ‘haga cada quien lo que quiera’. Así nos lo enseña el mismo Jesús: "No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud”. Hay que aceptar que Dios nos marca un camino, el camino de la salvación, camino que requiere obediencia, que encuentra resistencias de parte de nosotros, que implica sacrificios. ¡Y vaya sacrificio que requirió el camino de la salvación como el sacrificio del propio Hijo!

El Hijo es el que conoce perfectamente al Padre eterno. Por eso el evangelio ni siquiera ve necesario decirnos (en la transfiguración del capítulo 17 sí lo dice) que Dios Padre se dejó escuchar en la nube, o en el trueno, como en el libro del Éxodo, para dictarle los nuevos mandamientos a su Hijo. No es necesario porque el Hijo vive en plena sintonía con el Padre, y así nos enseña con autoridad (no con autoritarismo, sino con solidez).

En esta parte del sermón de la montaña, Jesucristo retoma algunos de los mandamientos de Moisés para ponernos una muestra de cómo debemos leer y acoger el resto de los mandamientos de la ley de Dios. El cristianismo no es un nuevo fariseísmo, la vida cristiana no puede quedar atada a la óptica de los escribas, a la manera como el pueblo judío acogía y practicaba la ley del antiguo testamento; o también hay que decir, como se practica hoy en día la justicia en nuestras realidades civiles. Jesucristo nos llama a una lectura y vivencia mucho mayor, con profundidad: "si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán en el Reino de los cielos”. Veamos algunos ejemplos:

En el decálogo (los diez mandamientos) leemos: "No matarás” (Éxodo 20,13). Nuestro Maestro nos enseña que hay que ir mucho más allá: ni siquiera ofender el hermano, ni insultarlo. Las legislaciones civiles poco a poco se han ido poniendo, en sintonía con esta enseñanza al hablar de hostigamiento, de bulling, de agresión física, psicológica, moral, violencia vicaria, etc. Pero Jesús siempre las supera al llamarnos a la reconciliación, la cual está por encima de nuestros actos de culto. Vean el versículo 23.

Luego, sobre el adulterio, es tan radical su lectura, que basta que uno mire con deseos de posesión (así lo decimos nosotros) a una mujer… ¡o a un hombre!, diremos hoy. No se trata de encerrarnos en un convento para no mirar a las personas, sino de no abrigar esas intenciones.

Igual sobre el repudio. Hoy día, cuando un hombre y una mujer llegan a la conclusión (sobre todo la parte más inocente) que es imposible la convivencia de pareja, a riesgo de convertir el matrimonio en un infierno, pues lo mejor es la separación. Tomar distancia es sano, sobre todo para los hijos. Pero la enseñanza de Jesús va dirigida al repudio como lo practicaban los judíos. Ellos tomaban mujer como una cosa, como un objeto, al que podían conservar y luego rechazar. Tratar así a las mujeres no es cosa de cristianos, dice nuestro Señor. Esta enseñanza se retomará más ampliamente en el capítulo 19 de este evangelio.

Jesucristo quiere cristianos y cristianas de una sola palabra, que tu ‘sí’ sea ‘sí’ y tu ‘no’ sea ‘no’. No son necesarios los juramentos (que sí se practican en nuestra Iglesia, porque aún no somos gentes de palabra). Qué bonito es encontrarse con personas que saben cumplir lo que prometen, que son fieles a su palabra. Qué triste nuestro mundo donde la mentira y la trampa permean por todos lados.

Finalmente, Jesucristo nos enseña sobre la venganza. La enseñanza de Moisés, en Éxodo 21,23, se refiere al castigo que ha de imponer la administración de la justicia de los hombres, no la mano propia. Pues aquí el Maestro nos deja una enseñanza sorprendente, que no es propia de ninguna legislación en el mundo: el amor a los enemigos. Los invito a repasar estos versículos, del 38 al 48, de los propios labios y del corazón de Jesús. Son el evangelio del próximo domingo.


 

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