¿CÓMO AMÓ JESÚS A SUS ENEMIGOS?
Domingo 19 febrero 2023, 7° ordinario
Mateo 5,38-48.
Carlos Pérez B., pbro.
En el evangelio dominical continuamos repasando el sermón de la montaña
según san Mateo. Jesucristo nos cambia la óptica en el cumplimiento de los
mandamientos de Dios. Nuestra justicia tiene que ser mayor que la de los
escribas y fariseos; no tanto más estricta o rigurosa, sino más profunda,
discernida a partir de las enseñanzas de nuestro Maestro, de toda su persona.
Así escuchamos el domingo pasado el mandamiento de no matar, no cometer
adulterio, no al repudio a la mujer, no a los juramentos. Ahora nos dice Jesús:
No a la venganza, no al odio sino amor a los enemigos.
Es sorprendente, escalofriante la enseñanza de Jesús, inédita si la
comparamos con el judaísmo, el islamismo, las legislaciones civiles de las
naciones. ¿Alguien se ha atrevido a decir que se ponga la mejilla derecha
cuando le golpean la izquierda?
Uno de los tantos mandamientos que Moisés les dejó a los judíos así
dice: "ojo por ojo, diente por diente”
(Deuteronomio 19,21). Pero no se refiere a la justicia por mano propia, sino a
la administración de la justicia por parte de las autoridades; así han de sancionar
los delitos que se cometen en el pueblo. En el antiguo testamento hay numerosos
pasajes en los que se expresa el odio a los enemigos de Dios y del mismo pueblo
de Dios. Jesucristo rompe con esa mentalidad al declararse en contra de la
venganza y del odio. Cuántos pasajes encontramos, no sólo en los que el pueblo
actúa vengativamente, sino incluso en los que a Dios se le presenta en esa
misma dirección. En el libro de Josué, por poner un ejemplo, se nos narra cómo
Dios introdujo a su pueblo en la tierra prometida exterminando a los que se
opusieron a ello. Y a tono con la novedad de Jesús, nos incomoda alabar a Dios
con salmos que se expresan de esta manera: "¡Dios de la
venganza, Yahveh, Dios de la venganza, resplandece!” (Salmo
94,1); o este otro: "Dios aplasta las
cabezas de sus enemigos, los cráneos de los malvados contumaces… teñirás tus
pies en la sangre del enemigo, y los perros la lamerán con sus lenguas”
(salmo 68,22.24).
En la sinagoga de Nazaret, según san Lucas, Jesucristo no quiso leer
completo el pasaje de Isaías en que se habla de la venganza de Dios, porque
definitivamente su misión o mesianismo no se colocaba en esa dirección. Vean
Isaías 61,2: "El espíritu del Señor Yahveh… me ha enviado… a pregonar el año de gracia
de Yahveh, el día de la venganza de nuestro Dios”, y comparémoslo con Lucas
4,18-19.
Por eso podemos afirmar que la novedad de nuestro Señor es muy superior
a la legislación del patriarca Moisés. Nosotros somos cristianos, no judíos.
Sin embargo, hemos de discernir esta enseñanza de nuestro Maestro para no caer
en ingenuidades.
El mandamiento del amor a los enemigos suena muy bonito cuando no se
vive alguna adversidad en concreto. Pero qué difícil es que lo vivan aquellas
personas que han sido agredidas cruelmente: las familias que han sufrido el
secuestro, la extorsión, el asesinato de algún ser querido; todas y todos
aquellos que salen a la calle a exigir justicia por una desaparición, un abuso
o un feminicidio. ¿Qué decirles, cómo hacerles llegar la buena nueva de
Jesucristo a todas ellas?
O también, ¿cómo anunciar este evangelio a los pueblos que padecen
injusticias de parte de sus autoridades corruptas, o de las gentes del dinero,
o de los políticos manipuladores?
El amor y la justicia no son antagónicos, sino que caminan en la misma
dirección. La justicia, cuando se vive (no digo que se ‘administra’, porque las
autoridades no están definitivamente en sintonía con nuestro Señor), cuando se
vive como corrección fraterna, como conversión, se convierte en un acto de amor.
¿No era ése el sentido o dirección de la actividad de Jesús cuando se dirigía
severamente, enérgicamente a escribas, fariseos, sumos sacerdotes? No lo movía
el odio sino la salvación para todos ellos. Por eso, contemplando el ministerio
de Jesús, podemos afirmar categóricamente que el amor a los enemigos no se vive
de manera irresponsable, porque eso no sería salvación para nuestra pobre
humanidad. Salvación para todos, para víctimas y victimarios, es corregir lo
que hace daño. Salvación es llamarnos todos a la conversión. No pasemos por
alto que nuestro Señor apareció con esa proclama: "conviértanse porque el reino de los cielos ha llegado” (Mateo 4,17).
Cuando una persona alcanza este nivel superior de sentir amor salvador por
su enemigo, alcanza la salud espiritual y la paz plena del Maestro. La imagen
del Crucificado es la imagen de alguien que ha puesto la otra mejilla, de aquel
que se dejó despojar de todas sus vestiduras, de aquel que permitió que lo
vejaran cruelmente. Y, sin embargo, es una imagen que nos sacude a todos. Este
mundo se mira a sí mismo con vergüenza en esta imagen. ¿No se siente movido a
convertirse?