EL RESPLANDECIENTE CAMINO DE LA SALVACIÓN
Domingo 5 marzo 2023, 2° de cuaresma
Mateo 17,1-9.
Carlos Pérez B., pbro.
Cada año, el segundo domingo de cuaresma, escuchamos en la liturgia el
pasaje de la transfiguración del Señor. Este año nos toca hacerlo en el
evangelio según san Mateo. Conviene que estudiemos las versiones de san Marcos
y san Lucas para que enriquezcamos nuestro conocimiento de los santos
evangelios. Esta escena no la encontramos en el evangelio según san Juan.
Jesucristo va camino de su pasión y de su cruz, de su entrega plena de
la vida por la salvación de la humanidad. Unos versículos antes de esta escena,
leemos que les anunció a sus discípulos la suerte que le esperaba en Jerusalén,
anuncio que provocó la resistencia de ellos. Simón Pedro, ante la pregunta
sobre la identidad de Jesús, confesó la filiación divina del Maestro, pero
luego, del pedestal en que Jesús lo colocó por su respuesta, se cae hasta el
suelo. Sí, Jesús lo alaba porque Simón Pedro recibió una revelación especial
del Padre, por eso Jesús le dará las llaves del reino, y le promete que sobre
esa piedra-persona, él edificará su Iglesia. Jesús les había manifestado a
todos que le espera la cruz, el rechazo, la muerte, pero también la
resurrección. Y Pedro, resistente a ese camino, se hace merecedor del epíteto
de ‘satanás’. Pensamos que precisamente por esa falta de entendimiento, es por
lo que Jesucristo sube al monte con tres de ellos, para que sea la Sagrada
Escritura y el propio Padre mediante su voz, quien les haga ver, a ellos y a
nosotros, que este es el camino correcto de la salvación del mundo: la entrega
de sí mismo, la entrega de cada uno de los seres que habitamos este mundo. ¿Lo
entendemos nosotros? Creo que estamos en las nubes, como los discípulos de
aquel tiempo. Al no entender ni entrar en el camino de Jesús, es por lo que a
Simón Pedro se le ocurre establecerse ahí en la montaña: "¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Algo así nos sucede a nosotros cuando queremos hacer una Iglesia
encerrada en sí misma, establecida, estacionada, engolosinada con nuestras prácticas
y cuestiones religiosistas y no salgamos a enfrentar los peligros del mundo.
No pensemos que su rostro resplandeciente y sus vestiduras blancas eran
meramente como un adelanto de su resurrección y su ascensión gloriosa a los
cielos. No lo dice el evangelio con las siguientes palabras pero así lo
queremos entender algunos. Esta visión es al mismo tiempo presente, prospectiva
y retrospectiva. Es la mirada del Padre eterno sobre su Hijo, así lo ve él, a
este pobre galileo, amigo de publicanos y pecadores, predicador de los caminos,
envuelto en las muchedumbres, hospedado en las casas de los pobres, no un
sacerdote del grandioso templo de Jerusalén, sino la salvación viva y actuante
en el pueblo. La pasión y la cruz resplandecen gloriosas, porque además de que
son actos de obediencia del Hijo al Padre, son también la entrega generosa,
gratuita, por amor y misericordia, por la salvación de los demás, son el signo
y el paso decisivo para la construcción del proyecto del Padre llamado reino. En
toda la vida y la actuación de Jesucristo resplandece gloriosamente la voluntad
de Dios.
En esta visión privilegiada, comprendemos toda la sagrada Escritura,
precisamente es el centro de la revelación histórica de Dios. Moisés y Elías
encarnan a la ley y a los profetas. Y la voz del Padre, que ya se había
escuchado en el Jordán, se escucha de nuevo aquí: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mateo 3,17). Ahora,
además, el Padre nos pide escucharlo. Y todos los católicos hemos de
preguntarnos: ¿ya estamos escuchando al Hijo de Dios en los santos evangelios?
No dejemos al Padre con la palabra en la boca, seríamos católicos falsos. Los
evangelios no solamente se leen, sino que son la práctica, la vivencia del
discípulo que escucha atentamente a su Maestro.