Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




JESUCRISTO NOS ABRE LOS OJOS Y EL CORAZÓN

Domingo 19 marzo 2023, 4° de cuaresma

Juan 9,1-41.

Carlos Pérez B., pbro.

 

(Pasado mañana, martes 21 de marzo, queremos recordar al p. Rodolfo Aguilar, un sacerdote pastor de sus gentes e incómodo para muchos que vivían en la comodidad de la sociedad y de la religión. Por eso lo asesinaron. Y el jueves 24, recordaremos a san Óscar Romero, un obispo verdadero pastor de su pueblo y también incómodo como lo fue Jesucristo para aquellas gentes del poder religioso. Por eso asesinaron al obispo y crucificaron a Jesús).

 

Este pasaje evangélico comienza con el verbo ‘ver’, precisamente la obra que Jesucristo va a realizar en un pobre hombre, y en toda la humanidad, porque su trabajo consiste en abrirles los ojos a todos, más aún, en recrear a todos los seres humanos en el modelo de este ciego. Si en algunos momentos nuestra Iglesia, y otros grupos religiosos, políticos, laborales, comerciales y hasta familiares, se esmeran en cerrarles los ojos a sus adeptos, pues ésa no es la obra de Dios. Es más fácil manipular a los que no ven, eso lo saben muy bien los que se hacen del poder. Y muchas veces algunos prefieren no ver, para no meterse en problemas; tanto en el entorno familiar como en los otros círculos mencionados.

"Vio Jesús, al pasar, a un ciego de nacimiento”. Todo mundo lo veía al pasar, pero con otros ojos, no con esa mirada profunda y penetrante hasta el corazón que tenía Jesucristo. Incluso Jesús alcanza a ver en este pobre hombre al hombre nuevo al que lo ha destinado su Creador. Con los que viven al margen de la sociedad, Dios quiere hacer en su Hijo a la nueva humanidad. "Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios”.

Los judíos vivían en la mentalidad de que las enfermedades y demás desgracias que padecían las personas, eran consecuencias inmediatas de algún pecado cometido. Pensaban que los pobres, los enfermos, los discapacitados, etc., eran así por pecadores. Ésa era la mirada de los mismos discípulos: "Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?” Pensaban aquellas gentes que Dios bendecía solamente a los buenos. Y los fariseos se lo van a remachar en su cara a este pobre ciego: "Tú eres un puro pecado desde que naciste”.

Pues bien, Jesús comienza su trabajo con un ‘remedio’ no muy higiénico para nuestros tiempos: escupe en el suelo, hace barro con su saliva y se lo unta al ciego en los ojos, y lo envía a lavarse a la piscina de Siloé. (Recordemos que la saliva de mamá es la mejor pomada medicinal). ¿Eso es un trabajo servil en un día no laboral? No es para tanto, decimos nosotros, no es como ponerse a hacer adobes en día de descanso. Pero para quien busca un pretexto para condenar una obra, es suficiente una minucia. ¿Por qué no se admiran, como lo hacía la gente ante una obra tan maravillosa? Porque viven encerrados en sí mismos, como ciegos espirituales. Bien que van a preguntar al final de este pasaje: "¿es que también nosotros somos ciegos?”

Estos supuestos conocedores de Dios se atreven a afirmar: "Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Pero la gente, menos ciega que ellos, replica: "¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?” En este plan se coloca el ciego curado, se rinde ante las evidencias, es decir, ante lo que se ve a primera vista: yo pienso "que es un profeta”. Entonces vemos que Jesucristo no sólo le ha abierto los ojos, sino también el sentido común, y el conocimiento de Dios. El ciego resulta ser un mejor teólogo que los mismos teólogos oficiales: "Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha… Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”.

Y da un paso más adelante. Termina corriendo la misma suerte que el que lo ha curado, lo expulsan de la sinagoga. Y la gente tenía miedo a eso, como nosotros (yo sí lo he vivido) tenemos miedo de que nos expulsen de la Iglesia, porque nos da por pensar, por opinar, por vivir convicciones profundas. En esta etapa sinodal, ya se levantan voces de escándalo porque en algunos lugares se cuestiona el celibato obligatorio, el clericalismo y autoritarismo, la exclusión de las mujeres en los ministerios, etc. Ya se les hace a esos escandalizados, que aquellos están anticipadamente tomando decisiones que afectan a toda la Iglesia, cuando apenas están ejerciendo lo que es verdaderamente un sínodo, pensar, expresarse con libertad. Ya llegará el momento de tomar decisiones.

El paso que Jesucristo le hace dar finalmente a este hombre recreado es el de la fe. ¿La fe nos hace ser menos humanos? Nosotros vivimos en la convicción que es todo lo contrario, el verdadero creyente ha alcanzado la cima de la humanidad. Aspiramos a la plena espiritualidad.

La Iglesia lee, en cuaresma, esta obra como un verdadero trabajo pastoral, al ofrecernos la elección de David como el pastor que conducirá al pueblo de Dios. Jesucristo es el nuevo David pacífico y no con los poderes de los reyes humanos, sino despojado de sí mismo. Nos ofrece por eso también la Iglesia el salmo 23, "el Señor es mi pastor”. Si seguimos leyendo el evangelio, vemos que san Juan hace esta misma lectura, porque se enfrascará Jesús, en el capítulo 10, en la polémica del Buen Pastor contrapuesto a los lobos, los ladrones, los mercenarios que sólo trabajan para sí mismos y no para bien del pueblo. Con qué cuidado sale Jesús a ponerse de parte de los que yacen excluidos a un lado del camino, de la vida a la que nos convoca el Padre de los cielos. Los buenos pastores no son los que celebran bien bonito, con ornamentos impecables, sino aquellos que viven y trabajan muy cerca de las gentes, siguiendo los pasos del Buen Pastor. Hoy, día del Seminario, le pedimos a Dios que nos dé sacerdotes que salgan a cuidar a los más pobres, débiles, desprotegidos, como lo hacía Jesús, con cariño, con fuerza transformadora.

Que nos dé no solamente sacerdotes, sino también apóstoles laicos (hombres y mujeres) que salgan a abrirles los ojos a todas las gentes, que amen la luz y la verdad.


 

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