Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





LO SACARON DE LA CIUDAD Y LO CRUCIFICARON

Domingo 27° del tiempo ordinario, 8 octubre 2023

Isaías 5,1-7; Mateo 21,33-43.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Continuamos contemplando a nuestro Señor que ha llegado a Jerusalén para el momento más decisivo de su vida en este mundo: la entrega plena de toda su persona para ser salvación para la humanidad.

Jesucristo fue al templo y de ahí expulsó a los vendedores, que no eran vendedores ambulantes sino empleados de los que administraban toda esa estructura cultualista y legalista del pueblo judío. Esta expulsión colmó el conflicto que ellos tenían con Jesús. Se le acercaron los sumos sacerdotes y ancianos del sanedrín para reclamarle con qué autoridad les había corrido a sus vendedores. Jesús no responde directamente a su pregunta pero sí les dirige unas parábolas, como era su costumbre para enseñar, unas parábolas en este caso sumamente fuertes, que desenmascaran su religiosidad vana, incoherente y hasta contraria a la voluntad de Dios, su voluntad inquebrantable de continuar dando vida a toda su creación.

El domingo pasado escuchamos la parábola de los dos hijos, el que dijo que sí iba a trabajar a la viña pero no fue, y el que dijo que no quería ir pero finalmente sí fue. En la parábola de hoy Jesús hace una síntesis admirable de la historia de la salvación, la triste, por este lado, del caminar, no sólo del pueblo judío, sino de toda la humanidad. El propietario de la viña es Dios nuestro Padre. El profeta Isaías, en la primera lectura, nos hace ver todo el cuidado y cariño de Dios por su viña, por su pueblo: "tenía una viña en una ladera fértil. Removió la tierra, quitó las piedras y plantó en ella vides selectas; edificó en medio una torre y excavó un lagar (para exprimir la uvas)”. Rentó el viñedo a unos trabajadores que al final se adueñaron de él. ¿No sucede con frecuencia esto en nuestro mundo? Pues también así ha sucedido con el pueblo de Dios. Los poderosos, los que tienen el modo, se adueñan del mundo, de sus recursos, de los pobres. Cuando Dios manda pedir cuentas de lo que sigue siendo suyo, éstos responden con violencia: se apoderan de los criados, golpean a uno, matan a otro y a otro más lo apedrean… y, en la plenitud de los tiempos, nos ha enviado a su Hijo Jesucristo. ¿Qué hicieron aquellos administradores de la religión? Lo sacaron de la ciudad y lo crucificaron. ¿Qué ha seguido haciendo este mundo con los enviados de Dios? No sólo con los misioneros, los testigos de Jesucristo, sino también con todos aquellos luchadores por los derechos humanos, por los derechos de los más débiles. Los hemos perseguido, hostigado, maltratado, asesinado, y en ellos, este mundo continúa asesinando al mismísimo Hijo de Dios.

Pues con estas palabras, Jesucristo nos está llamando a que reaccionemos: o estamos de parte de Dios, de sus planes de salvación, o estamos del lado de la muerte, de la destrucción, de la muerte de tantos seres humanos, de la destrucción del planeta, todo por seguir nuestros propios intereses personales.

La sentencia que pronuncian los sumos sacerdotes y los ancianos del sanedrín, cae sobre ellos mismos y sobre nosotros: "Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores que le entreguen los frutos a su tiempo”.

El Papa Francisco, en estos días ha renovado su angustioso llamado a detener el deterioro de nuestro planeta y nuestra humanidad: "Necesitamos repensar entre todos la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites. Porque nuestro poder ha aumentado frenéticamente en pocas décadas. Hemos hecho impresionantes y asombrosos progresos tecnológicos, y no advertimos que al mismo tiempo nos convertimos en seres altamente peligrosos, capaces de poner en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia” (Laudate Deum 28).

Todos tenemos que revisarnos a nosotros mismos: si Jesucristo viniera hoy a pedirnos cuentas de lo que hemos hecho con esta maravillosa creación, con su encarnación, con su redención, con su Evangelio, con la vida, con las personas, con tantos dones que hemos recibido tan gratuitamente, ¿qué frutos encontraría?


 

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