¿QUÉ LE PERTECENECE A DIOS, QUÉ LE PERTENECE
AL PODER HUMANO?
Domingo 29° del tiempo ordinario, 22 octubre
2023
Mateo 22,15-21.
Carlos Pérez B., Pbro.
Hoy celebra la Iglesia el Domingo Mundial de las Misiones, para
recordarnos que somos Iglesia misionera, enviada por Jesús, y cada uno de
nosotros somos discípulos misioneros. Si no llevamos el Evangelio a los demás,
no somos de Jesús; como el evangelio de hoy, una buena noticia fantástica para
el mundo.
Recordemos que Jesús está en los atrios del templo de Jerusalén
enfrentado con los sumos sacerdotes y ancianos del sanedrín, y ahora con los
fariseos y los herodianos. Son dos religiones enfrentadas, dos maneras de
entender y vivir la relación con Dios, dos proyectos de humanidad, muy
distintos. Los fariseos representan a lo más estrecho de la religión judía: un
Dios lejano y castigador; y los herodianos representan a los partidarios del
poder político. La de Jesús es la relación del Hijo con el Padre que ama a
todas sus criaturas.
Le quieren poner una trampa a Jesús para poder acusarlo: o de estar en
contra de Dios y del pueblo judío que se sentía oprimido, o en contra del poder
romano impuesto arbitrariamente sobre el pueblo.
Se presentan con halagos falsos. Bueno, nosotros sabemos que son
verdaderos, pero no de parte de ellos. Todo lo que le dicen a Jesús, es
completamente cierto, desde que le llaman ‘Maestro’. ¿Lo es también de
nosotros? No es Maestro de los católicos que no leen cotidianamente los santos
evangelios. "Eres sincero y enseñas el
camino de Dios”. ¡Qué lástima que lo digan con hipocresía! Para nosotros es
una verdad del tamaño del mundo. "Nada te
arredra, porque
no buscas el favor de nadie”. Tan cierto como el sol
que nos alumbra. Podemos repasar los cuatro evangelios para comprobar que
Jesucristo nunca se detuvo para decir la verdad, así en la cara de escribas y
fariseos, o de los sumos sacerdotes y ancianos del sanedrín, como lo
contemplamos estos domingos, o del mismo pueblo, cuando les llamaba ‘generación
adúltera y pervertida’. En verdad que Jesús es una hermosa persona,
transparente como el agua, libre de toda atadura social, cultural o religiosa,
sólo fiel a la verdad.
La pregunta malintencionada: "¿Es lícito o no pagar el
tributo al César?” Sería bueno que antes de escuchar a
Jesús, nosotros contestáramos esa pregunta. ¿Está bien que les paguemos
impuestos a gobiernos extranjeros como Estados Unidos, Japón o Europa? Pues les
pagamos su parte a las empresas transnacionales, fabricantes de aparatos
electrónicos, automóviles o alimentos. Es posible que digamos que no está bien,
pero de todas maneras lo hacemos. Y lo peor de todo es que esas empresas han
establecido sobre nosotros su economía de mercado, economía a la que no le
preocupan las personas sino sólo sus ganancias. "La lógica
del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de racionalidad, de
progreso y de promesas ilusorias, vuelve imposible cualquier sincera preocupación
por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad”
(Papa Francisco, Laudate Deum, 31).
A pesar de que la pregunta y la
respuesta se refieren directamente a los impuestos, hoy día se le ha querido
dar un sesgo diferente, sobre una cosa que ni le preguntaron a Jesús ni él
contestó. Los que no saben de Biblia pero manejan algunas de frases a su antojo
o conveniencia, dicen que Jesucristo estableció que no se deben mezclar la
religión y la política: ‘den al César lo que es del César, y a Dios lo que es
de Dios’. A ver, pongamos una atención cuidadosa a esta frase tan famosa de
Jesús.
Jesucristo no contestó ni ‘sí’ ni ‘no’.
Les dio una respuesta mucho muy sabia. No solamente se zafó de la trampa que le
querían poner, sino que puso a prueba su fe y su vida. ¿Tú qué le reconoces a
Dios, qué les reconoces a quienes ejercen el poder público? Su respuesta deja
abierta la puerta para que cada quien dé la suya personalmente, de acuerdo a su
fe.
Algunos dirán que la Iglesia, o mejor
dicho, nuestra fe o religión no se debe meter en la cosas del mundo. ¿Es esa la
postura de nosotros? Los creyentes, de acuerdo al evangelio que vivió Jesús,
decimos que a Dios le pertenece toda la creación, el universo, este planeta
lleno de vida, sus mares, ríos, valles y montañas. Así lo leemos en
innumerables pasajes de la Biblia: "¡Cuán numerosas son tus obras, Yahveh! Todas las has hecho con
sabiduría, de tus criaturas está llena la tierra. Ahí está el mar, grande y de
amplios brazos, y en él el hervidero innumerable de animales, grandes y
pequeños” (Salmo 104,24).
También es la mirada de nuestro Señor: "Miren
las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y su
Padre celestial las alimenta… Observen los lirios del campo, cómo crecen; no se
fatigan, ni hilan… Dios así los viste” (Mateo 6,26). A Dios le pertenece la vida de todas las personas, nacidas o no nacidas, el matrimonio, la
familia, la felicidad, la fe, el amor. ¿Algún gobierno o estado se puede
apropiar de eso? Pues sí lo hacen, pero nada les pertenece, sólo su poder, y se
pueden ir con él a la Luna, como esos personajes de ‘El Principito’, que se
encierran en sí mismos.