LA IGLESIA Y MUNDO QUE JESUCRISTO QUIERE
Domingo 31° del tiempo ordinario, 5 noviembre
2023
Mateo 23,1-12.
Carlos Pérez B., Pbro.
Permítanme seguir repasando la serie de
pasajes que hemos venido proclamando estos domingos. Jesucristo está en los
atrios del templo de Jerusalén. Recién había expulsado a los vendedores de ahí,
y recibió a varias comitivas de grupos religiosos: sumos sacerdotes, ancianos
del sanedrín, fariseos y herodianos, saduceos, un doctor de la ley. Ahora se
dirige a la gente y a sus discípulos, y les dirige unas enseñanzas fuertes, que
contrastan con la religión que llevaban y enseñaban los magistrados judíos. Jesús
desenmascara a las personas más religiosas, entre las cuales nos encontramos
nosotros. Esperemos que todos nos pongamos el saco, que para eso es el
Evangelio. Porque una cosa es la religiosidad de todos ellos, y otra cosa muy
distinta la presentación que hace Jesús, con su palabra, sus milagros y toda su
persona, del proyecto de Dios llamado reino, salvación, transformación radical de
esta humanidad. Son dos ‘religiones’ o proyectos diametralmente opuestos: la
ley o la gracia, la inclusión o la exclusión, la vida o el cultualismo, un Dios
lejano y severo o un Dios Padre amoroso y compasivo, la religión piramidal o la
iglesia fraternidad y sororidad.
Estos domingos
no vamos a proclamar todo el capítulo 23 de san Mateo, por lo que sugiero que
lo repasemos en nuestra lectura personal, para dejar caer sobre nuestras
cabezas todo el regaño de nuestro Maestro, ¡no vayamos a ser iguales que aquellas
gentes! (Lo primero que te digo y lo primero que haces, dicen en mi rancho).
"En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos”.
También nosotros, los clérigos, nos hemos adjudicado toda autoridad en la
Iglesia. Por la ordenación sacramental pensamos que somos propietarios del
santo Espíritu de Dios. El Papa Francisco afirmaba lo siguiente en su
intervención en el sínodo el 25 de octubre:
"Cuando los
ministros se exceden en su servicio y maltratan al pueblo de Dios, desfiguran
el rostro de la Iglesia con actitudes machistas y dictatoriales… Es la gran
derrota a la que nos lleva el clericalismo. Y esto con mucha pena y escándalo
(basta ir a sastrerías eclesiásticas en Roma para ver el escándalo de
sacerdotes jóvenes probándose sotanas y sombreros o albas y roquetes con
encajes). El clericalismo es un látigo, es un azote, es una
forma de mundanidad que ensucia y daña el rostro de la esposa del Señor;
esclaviza al santo pueblo fiel de Dios. Y el pueblo de Dios, el santo pueblo
fiel de Dios, sigue adelante con paciencia y humildad soportando los
desprecios, maltratos, marginaciones de parte del clericalismo
institucionalizado. ¡Y con cuánta naturalidad hablamos de los príncipes de la
Iglesia, o de promociones episcopales como ascensos de carrera!”
El beato Antonio Chevrier denunciaba con firmeza y en plena sintonía con
el evangelio que hemos escuchado: El Espíritu de Dios "no está en los títulos,
ni en los puestos, las dignidades, los honores; las cosas exteriores suponen el
espíritu de Dios, pero no lo dan; se puede ser sacerdote, canónigo, obispo,
superior, religioso y no tener el espíritu de Dios… Qué grave error comenten
aquellos que creen tener el espíritu de Dios…porque están revestidos de un
traje, de una sotana o de una dignidad cualquiera… y que pueden impunemente
gobernar, mandar, como bien les parece…”
En este pasaje evangélico se ve con toda claridad cuál es el modelo de
Iglesia que Jesucristo quiere, cuál el modelo de humanidad, y qué clase de
cristianos-as y seres humanos quiere Dios: una Iglesia sin títulos ni
dignidades (a no ser la fundamental dignidad humana de todos, por igual), una Iglesia
donde todos somos hermanos (así lo dice literalmente). ¿Por qué nos resistimos,
sobre todo en la jerarquía, a ser tal Iglesia? En esta etapa sinodal
quisiéramos que se hubiera llegado a esta conclusión. Todavía está pendiente.
No seamos una réplica de la religión de aquellos magistrados judíos, no seamos
una réplica de la pirámide de nuestra sociedad y nuestro mundo. |