Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





VIVIR LA VIDA CRISTIANA INTENSAMENTE

Domingo 32° del tiempo ordinario, 12 noviembre 2023

Mateo 25,1-13.

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Debemos fijarnos bien, en cada pasaje de los santos evangelios, que nuestro señor Jesucristo no es una persona religiosista, no nos habla tanto de rezos y devociones, sino de la vida, como ahora y en los próximos dos domingos, con estas parábolas y discurso del juicio final del capítulo 25 de san Mateo.

Para que no se nos olvide el proyecto que centraliza toda la vida y el ministerio de Jesús, así empiezan estas dos parábolas que leemos hoy y el próximo domingo: el reino de los cielos es semejante… Esto para que no desviemos nuestra atención por otra religiosidad. A eso se dedica Jesús, al reino de Dios, ese proyecto de humanidad nueva, viviendo en amor, en justicia, en paz y libertad verdaderas. Este misterio del reino no se entiende con discursos académicos universitarios, sino con parábolas, narraciones sencillas al alcance de la comprensión de todos.

¿Habrá alguna persona que se sienta desilusionada porque en vez de hablarnos del reino con un discurso académico de alta teología mejor lo hace Jesús a través de parábolas? Nosotros, al contrario, nos maravillamos porque a través de imágenes pueblerinas que Jesús recoge de aquellas gentes, de su tierra y de su tiempo, nos expone un misterio insondable como es el reino de Dios.

Jesucristo con toda seguridad fue parte de aquellas celebraciones que, tanto ahora como en aquellos tiempos, despiertan la alegría y la ilusión en el corazón de las personas: las fiestas, las bodas, los enamorados, los banquetes. Lo menciona Jesús por ejemplo en Mateo 9,15: "¿pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos?” O como lo repasamos en domingos pasados en el capítulo 22, las dos parábolas de la fiesta de bodas. Y qué hermosa comparación, porque el Reino no se puede comparar sino con una fiesta. A esta fiesta del Reino hay que estar preparados, nos dice Jesucristo, como las cinco muchachas prevenidas, que alistaron sus lámparas y su reserva de aceite.

La vida cristiana tiene que ser constante, no hay que dejar las cosas para última hora, por el riesgo de que se nos pase, o ¿para qué le sirve al reino de Dios, que además de gracia es una tarea a la que Dios nos convoca, a la transformación radical de este mundo, de toda esta humanidad?

Nuestro Señor se pone aquí severo, exigente. No se deja ablandar por la súplica de las que llegaron tarde a la fiesta por no estar preparadas. ¿Qué les dice Jesús? "Yo les aseguro que no las conozco”. ¿Se atreverá él a decirnos eso en el día del juicio final? ¿Se atreverá a dejarnos fuera de su reino? Pues más vale hacerle caso ahora, porque nuestro Señor habla en serio.

Hay que decir que la labor pastoral de nuestro Señor no es la pastoral de las ‘torretas’: ‘apúrate que se está muriendo, o por si acaso se muere’. Con frecuencia nos llegan a los sacerdotes llamados urgentes para asistir a un enfermo. Alguna gente, ya no es tanta, que así reacciona. Los sacerdotes que estuvimos en parroquias rurales, extensas, como Ojinaga, sabemos bien que no le podíamos poner torretas a nuestras camionetas. La misma gente lo vivía así, ni siquiera había manera de comunicarse. Las comunidades nos quedaban a varias horas de la ciudad. Esto se da en infinidad de casos, aun estando en ciudad: en accidentes en carretera, en infartos, en crisis asmáticas, en pandemias, etc. Se van a salvar los que hayan vivido su vida cristiana al corriente, no los que dejaron las cosas al último. La Iglesia ya no habla de ‘extremaunción’, sino de unción de los enfermos. Se trata de un acto eclesial, como lo dice el apóstol Santiago en su carta: "¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante” (Santiago 5,14). Es un sacramento para implorar la salud para el enfermo, no para que ya se vaya.

En ocasiones llegan personas con niños mayores de siete años para que se los bauticemos de buenas a primeras. Y se molestan si les hablamos de catecumenado, que es un tiempo de catequesis vivencial, uno o varios años. En todo ese tiempo no tuvieron apuros, pero estos les vinieron porque llegaron los solicitados padrinos de los Estados Unidos. La Iglesia mantiene la práctica del catecumenado porque la vida cristiana no es cuestión de urgencias. Si un catecúmeno falleciera en un accidente, estamos seguros de que se salva por estar viviendo esa etapa de preparación para su bautismo.

Pero más allá de los sacramentos, hay que decir que la vida cristiana es una militancia por el reino de Dios para nuestro mundo. Si trabajas por el Reino, ya eres parte de él, nos diría el Novio de la parábola de hoy, ‘pásale a mi fiesta’.


 

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