JESUCRISTO, LA BUENA NOTICIA PARA ESTE POBRE
MUNDO
Domingo 2° de adviento, 10 diciembre 2023
Isaías 40,1-11; 2 Pedro 3,8-14; Marcos 1,1-8.
Carlos Pérez B., Pbro.
Adviento, según nos enseña la Iglesia, es tiempo penitencial, tiempo de
renuncia, de oración. Pero hoy hemos de decir que adviento es sobre todo
tiempo de esperanza, tal como lo escuchamos en la liturgia de la Palabra de
este día. Isaías, el profeta, nos habla de consuelo para un pueblo que vive
tiempos de sufrimiento, de esclavitud, de exilio. Nos dice: "Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya
terminó el tiempo de su servidumbre”. En el salmo escuchamos:
"Está ya cerca nuestra
salvación y la gloria del Señor habitará en la tierra”. Y el apóstol san Pedro, hablando del "advenimiento
del día del Señor”, nos dice que nosotros esperamos un cielo nuevo y una tierra
nueva, la plenitud de los tiempos. Y nosotros decimos, ilusionados, qué bueno
que ya se vaya a acabar este mundo viejo que no lo quiere Dios ni nosotros
tampoco. Entonces estaremos hablando del hombre-mujer nuevo, calcados en la
persona de nuestro señor Jesucristo, como nos lo dice san Pablo en una lectura
que no hicimos hoy: "a despojarse… del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción
de las concupiscencias, a renovar el espíritu de su mente, y a revestirse del
Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4,22).
En el evangelio vemos a tres profetas o voceros de Dios que nos presentan
al que es el centro y el fundamento de nuestra fe, de toda nuestra vida
cristiana y de toda la humanidad: Jesucristo nuestro señor. Este bello comienzo
del evangelio según san Marcos vale para los cuatro evangelios: "comienzo de la
Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios”.
Sería bueno que todos los católicos (y así se lo presentáramos al resto
de los seres humanos) nos preguntáramos si es un convencimiento nuestro, profundo,
que Jesucristo es la salvación integral para cada persona y para todo nuestro
mundo, para toda la humanidad; y decirlo y pensarlo con los pies en el suelo y
de manera muy activa y comprometida: Jesucristo es la salvación para este mundo
de guerras y conflictos entre pueblos y personas, para este ambiente de extrema
violencia, para este mundo de delitos de todo tipo entre nosotros mismos, para
esta sociedad de trampas y mentiras en la que estamos inmersos, para esta
atmósfera de dinero, ambiciones egoístas y materialistas, para este mundo de
corrupción en la política y en la Iglesia. ¿Es de veras Jesucristo la buena
noticia de la salvación que estamos anhelando con todo nuestro corazón?
Jesucristo no es un discurso, Jesucristo no es un rezo o una mera
devoción, no es una pieza de oratoria, no es un discurso político, una promesa
que no se cumple. Nosotros hemos convertido nuestra religión en palabrería.
Pero no. Jesucristo es el evangelio en persona (eu anguelion, en griego), la
buena noticia, el buen anuncio, muy superior al anuncio de hoy del profeta
Isaías, es el cielo nuevo y la tierra nueva, el paraíso, la casa del Padre,
nuestra utopía plenamente realizable.
Especialmente Jesucristo es la buena noticia para el pueblo que sufre,
para los más pobres, para los enfermos, para los pequeños, la gente sencilla,
para los que no están satisfechos con todas estas cosas temporales que se
desvanecen: el dinero, el poder, el placer material. Qué bellamente comprobamos
en los cuatro evangelios que Jesucristo resplandecía como la buena noticia a
cada paso, en cada encuentro, individual o con multitudes, en cada milagro, en
cada parábola.
Por eso decimos: ¡Ven, Señor Jesús!