DIOS ES EL QUE HACE LA SALVACIÓN
Domingo 4° de adviento, 24 diciembre 2023
2
Samuel 7,1-16; Lucas 1,26-38
Carlos Pérez B., Pbro.
‘Dios es el que hace todo’, es el mensaje de las lecturas que escuchamos
hoy. Dios es el que sigue haciendo todo en nuestros días, y lo seguirá haciendo
hasta la plenitud de los tiempos. Dios, no los seres humanos, es el autor de la
salvación, transformación profunda de nuestro mundo.
Al rey David, primera lectura, que se propuso edificarle una casa a
Dios, el grandioso templo de Jerusalén, el mismo Dios le manda decir por medio
del profeta Natán: ‘tú no me vas a hacer una casa a mí, Yo soy el que te va a
edificar una casa (familia) a ti’. ‘Consolidaré tu dinastía para siempre y afianzaré tu trono eternamente’,
decimos en el salmo. Y esta descendencia es nada menos que el nacido de la virgen María, cuyo
reino no tendrá fin.
Convendría que nos fijáramos atentamente en el evangelio que hoy se proclama:
el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios, el acontecimiento cúspide de
todo el devenir de esta maravillosa creación.
Nos dice san Lucas: "el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen… que se llamaba María”. ¿Qué era Nazaret? ¿Quién era esta jovencita
llamada María? Nazaret no era nada. En todo el antiguo testamento no se
menciona este caserío pobre de la marginada Galilea, porque no tenía la más
mínima importancia en el imperio romano de aquel tiempo. Hasta un galileo como
Natanael, preguntaba, ‘¿de Nazaret puede salir algo bueno?’ (ver Juan 1,46).
¿Y
María? Pues mucho menos. No era hija de ningún personaje del imperio romano o
de la clase sacerdotal judía. No era una princesa, no era una reina, no era una
dama elegante de alguna familia rica. Por eso debemos preguntarnos, ¿por qué
hace Dios las cosas así? Para contrastar la escena de hoy, debemos irnos seis
meses atrás: el ángel Gabriel se le presentó a un sacerdote, Zacarías, en el
sagrado templo de Jerusalén. Y, en cambio, la encarnación del Verbo eterno,
sucede, no sólo se anuncia, sino que sucede en una aldea desconocida de
Galilea, la tierra de los paganos, la gente que vivía en oscuridad y tinieblas,
como lo consigna el profeta Isaías y es retomado por san Mateo (ver Mateo
4,15). ¡Qué fantástico, decimos nosotros los creyentes!
Y con todo este panorama, Dios le promete a la Virgen, que a su hijo le
dará el trono de David su padre, y que su reinado no tendrá fin. El reinado de
David fue la época más grandiosa que recuerde el pueblo judío, cuando ellos
eran los conquistadores, cuando sometieron a todos sus enemigos. Nosotros,
desde luego, entendemos que se refiere al reinado de Dios, ese reino que no es
uno más de los reinos o gobiernos de este mundo, sino el reino del amor de
Dios, de su justicia, de su paz, que tanto predicó Jesús con sus parábolas y
demás enseñanzas, el reino que él hizo presente con sus milagros y sus
encuentros con la gente, que para realizarlos, necesitaba un cuerpo, y lo tomó
en el seno de la virgen María.
La virgen María acoge en la obediencia este anuncio del ángel, con las
palabras tan conocidas como repetidas por nosotros: "yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Con
esto, María no sólo está aceptando que una virgen pueda ser madre por el poder
el Espíritu Santo, que efectivamente se cumplió, sino que también está
aceptando los caminos o procederes de salvación de Dios: que empiezan en ella,
en esta aldea pobre de Nazaret, y acepta los planes de consolidar un reino
eterno, el de su hijo Jesús, cuyo nombre significa Yahveh salva.
En esta navidad hemos de aceptar nosotros, de todo corazón y
activamente, que el reinado de Dios, la salvación integral de todo el género
humano, comienza en esta escena sencilla, sin ser un decreto de algún
gobernante poderoso, sin ser un acuerdo de alguna cumbre de los países ricos.
Lo creemos firmemente: que Dios cumpla en nosotros y todo nuestro mundo sus
santos designios, que Dios haga las cosas como él ha decidido hacerlas, a
partir de los pobres. Éste es el contenido de nuestro saludo: ¡Feliz Navidad!