Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





HABITAR CON JESÚS EN LOS SANTOS EVANGELIOS

Domingo 14 enero 2024, 2° ordinario

1 Samuel 3,3-10 y 19; Juan 1,35-42

 

 

Carlos Pérez B., Pbro.

 

Cada año, el segundo domingo del tiempo litúrgico ordinario leemos un pasaje del evangelio según san Juan. En este ciclo B la Iglesia nos ofrece el llamado de Jesús a sus primeros discípulos. La versión del evangelista san Juan enriquece en detalles interesantes lo que leemos en los otros evangelios. Sus diferencias se deben a que la vocación que vive cada comunidad tiene características muy propias.

Originalmente el maestro de los discípulos era Juan el Bautista. Pero un buen maestro no se apropia de ellos, sino que los conduce hacia Jesús. El evangelista no nos dice todo el trabajo previo que realizó el bautista al formar a sus discípulos para que el Mesías, el que bautiza con el Espíritu Santo, el que es mayor que Juan, etc., llegara a ser su verdadero Maestro. Por eso, cuando vio pasar a Jesús, bastó que les dijera "he ahí al Cordero de Dios”. No les dijo más; ellos entendieron que debían irse con Jesús.

Todo lector-lectora de los santos evangelios, debe fijarse detenidamente en la pregunta de Jesús y en la respuesta de los discípulos: ‘¿Qué buscan?’; ‘Maestro, ¿dónde vives?’ Todo católico se ha de preguntar continuamente ¿qué busco yo en la religión católica, en la Iglesia? ¿Busco tranquilidad y alejamiento del mundo? ¿Busco rezos y devociones? ¿Busco celebraciones llamativas que salgan bien en los videos? ¿Busco sermones emotivos y entretenidos? ¿Busco al Maestro que me llama en su seguimiento? Yo también me quiero quedar a vivir con él. El Maestro no es una devoción de carácter secundario, no es un accesorio en mi vida. Él es mi Maestro de vida. "Vengan y lo verán”. Todo mi yo gira en torno a él. Aquellos primeros discípulos, Andrés y el otro discípulo (siempre anónimo), desde esa tarde, se quedaron con él.

¿Y qué hicieron? Se convirtieron en apóstoles, en misioneros. Andrés se encontró con su hermano Simón y lo llevó a Jesús. Enseguida, Jesús se encontró con Felipe (son los versículos que ahora no se leen, pero conviene agregarlos en nuestros comentarios), y Felipe fue con Natanael y le habla de esa persona que les había llenado el ojo y el corazón: Jesús. "Ven y lo verás”, le dijo Felipe. No le habla de una religión muy bonita, no, sino de la persona de Jesús. Todos nosotros los católicos hemos de hacer exactamente lo mismo: tomar a las personas para llevarlas a Jesús, a que lo conozcan en los santos evangelios, a que se conviertan también en discípulos suyos, a que lo pongan en el centro de sus vidas.

En la Iglesia católica no hacemos exactamente las cosas así. Estos pasajes evangélicos nos cuestionan fuertemente. Nosotros agregamos y agregamos católicos a nuestra Iglesia, simplemente bautizando y bautizando, pero sin evangelizarlos, sin darles a conocer a Jesús, sin provocar, al menos en papá y mamá, y también en los padrinos, el atractivo por Jesucristo. Y así continuamos, celebramos bodas, quinceañeras, funerales, bendiciones… ¿y Jesús? Pues la verdad es que no consigue movernos a la inmensa mayoría de los católicos, que seguimos viviendo una religiosidad a la ligera. Algunos, papá-mamá, les enseñan a ir a Misa, algún que otro rezo, les inculcan buenos comportamientos, etc., pero lo habitual no es que los conduzcan a conocer a Jesús en los santos evangelios. Por eso Jesucristo es un mero nombre, un slogan que se repite, pero sin contenido.

Nuestras familias católicas han de funcionar así, como lo escuchamos en el evangelio de hoy, dando a conocer a la persona de Jesús en los santos evangelios; nuestra catequesis infantil, nuestros grupos juveniles, nuestros ministerios y apostolados, nuestras celebraciones. Se trata de que todos nos vayamos encontrando con Jesús, que nos quedemos a vivir con él en los santos evangelios, él nos irá enseñando todo lo demás, nos dará a conocer al Padre, nos pondrá en contacto con su Santo Espíritu, nos irá conduciendo a la caridad con los más necesitados, como cosa más importante que nuestros cultos y oraciones. Jesucristo nos enseña a ser pobres, a la manera de él; humildes, a su manera; obedientes a la Palabra de Dios, no como lo enseña Moisés, sino él mismo; a ser abiertos a los demás, compasivos, tolerantes, incluyentes, como él; nos enseña a perdonar, a la manera de él; nos enseña a entregarnos a nosotros mismos, de cuerpo y alma enteros, a la obra de la Salvación de Dios, como él mismo; nos enseña a vivir entregados a nuestros hermanos, tal como él mismo lo vivió y lo contemplamos en los santos evangelios, así como él formó a sus discípulos en aquellos tiempos.


 

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