EL REINO DE DIOS ES EL MINISTERIO DE JESÚS
Domingo 21 enero 2024, 3° ordinario
Marcos 1,14-20
Carlos Pérez B., Pbro.
Estamos celebrando y viviendo, del 18 al 25 de este mes, como cada año,
el octavario por la unidad de los cristianos. En su primera carta a los
corintios, que no se lee hoy, san Pablo nos regaña, a todos los que creemos en
Cristo, porque no estamos viviendo en comunión, y lo dice con estas palabras: "hermanos míos, estoy informado de ustedes,
por los de Cloe, que existen discordias entre ustedes. Me refiero a que cada
uno de ustedes dice: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo.
¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O han sido
bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1,11). Los cristianos
estamos divididos en infinidad de iglesias, sectas y denominaciones, y el
problema grave es que no estamos en comunión. Por eso le pedimos al Padre que
nos conceda la conversión de vida y la gracia de volver a ser una sola Iglesia
de Jesucristo.
En este tercer domingo del tiempo ordinario, por iniciativa del Papa
Francisco, celebramos en toda la Iglesia el domingo de la Palabra. Por un lado,
queremos celebrar el privilegio de ser destinatarios de la Palabra de Dios, y
por otro, con la finalidad de hacernos a nosotros y a todos nuestros católicos
conscientes del lugar que debe ocupar la Palabra de Dios en la vida de cada uno
y de toda nuestra Iglesia.
La Biblia no es un accesorio de nuestra vida cristiana personal y de
Iglesia, no es una devoción de carácter secundario u opcional. La Palabra de
Dios, su santa Voluntad, es la parte fundamental de nuestra vida de creyentes.
Creemos en un Dios que habla, no creemos, como los paganos, en un dios mudo.
Esa es la diferencia entre los otros dioses y el Dios verdadero. Los dioses
falsos, los ídolos, no les hablan a sus creyentes, sólo están para ser adorados
y para recibir ofrendas y sacrificios y ganarse sus favores. En cambio, el Dios
verdadero es un Dios que, mediante su Palabra, quiere dirigir nuestras vidas
hacia la plena salvación. Los que nos decimos cristianos hemos de ser
discípulos y enviados del Maestro. El que no escucha a Jesucristo, en los
santos evangelios e iluminado por su Santo Espíritu, no es cristiano. Los
católicos que no leemos la Biblia, especialmente los santos evangelios, estamos
como cuando niños no queríamos ir a la escuela. ¿Y cómo íbamos a aprender sin
escuchar a la maestra? Cuánto hemos de trabajar los obispos, sacerdotes y
laicos apóstoles para ir convenciendo, poco a poco, al resto de los católicos
para que empiecen a escuchar al Maestro en los santos evangelios. ¿Qué les
cuesta dedicar unos diez minutos cada día para leer al menos una página de
algún evangelio, y hacerlo secuencialmente, para que vayamos teniendo un
conocimiento integral de la Persona de Jesucristo?
Con esta convicción hemos comenzado hoy una lectura secuencial del
evangelio según san Marcos en los domingos del tiempo ordinario, que será
interrumpida cuando entremos a la cuaresma. Entramos al evangelio para escuchar
a Jesús, para contemplar toda su persona. ¿Cómo vemos a Jesús aquí?
Jesucristo, en vez de irse a Jerusalén, la capital de la religión judía,
el lugar privilegiado del culto y donde se asienta la clase sacerdotal, mejor
se va a Galilea, la región de los pecadores, los enfermos, endemoniados y los
paganos. Precisamente ahí es donde resuena su Buena Noticia. En verdad que esta
gente menospreciada por la gente de Judea, va a sentir en Jesús que Dios sí
está con ellos, que su reino es para ellos, o al menos, que comienza con ellos,
a partir de ellos. Recordemos que Evangelio quiere decir ‘buena noticia’ en
griego.
¿Cuál es esa buena noticia? La cercanía o la llegada del reino de Dios.
Es el programa de Jesús. Todos los católicos hemos de poner atención a este
punto que es central y fundamental en la misión y actividad de Jesús. No lo
vayamos a ver meramente como un santito milagroso, como un buen predicador. Él
es el portador y el que encarna en sí mismo la buena noticia de que el reino,
la voluntad de Dios de transformar radicalmente a este mundo, a toda esta
humanidad, comienza precisamente con esta pobre gente de Galilea. Y ese es
nuestro catolicismo, el reino de Dios.
La predicación de esta buena noticia viene inmediatamente seguida del
llamado de los primeros discípulos. Jesús les dice "sígueme”, te haré llegar a
ser pescador de hombres. Por eso afirmamos categóricamente que la obra de Jesús
no se puede traducir en un catolicismo piadosón, intimista, cultualista. Jesucristo
llama a las personas para que colaboren con él en el establecimiento del
reinado de Dios, que es un reinado de su Palabra, de su designio de establecer
el amor, la paz, la justicia, la fraternidad entre todos los seres humanos.
¿Por qué se tarda en cumplirse este programa de Jesús? Porque la inmensa
mayoría de los católicos vivimos nuestra fe en la indiferencia, en algunos
ocasionales actos piadosos, cuando deberíamos ser militantes en el
establecimiento de la paz de Dios, del amor de Dios con los criterios o modos
de Jesucristo, tan bien plasmados en los santos evangelios.