3° domingo de pascua, 14 de
abril de 2024
Lucas 24,35-48
EL HIJO DE DIOS TOMÓ UN CUERPO PARA ENTREGARLO
Carlos Pérez B., Pbro.
Cada uno de los evangelistas nos relata los
encuentros que vivieron las discípulas y discípulos con Jesucristo resucitado.
Ya hemos repasado varios en este tiempo de pascua. Ahora vemos los encuentros
de los que nos habla el evangelista san Lucas. En su capítulo 24 nos dice que
varias mujeres fueron al sepulcro pero no vieron al Señor. Ellas tenían la
intención de ungir el cadáver de Jesús con aromas. Más bien se toparon con dos
hombres vestidos resplandecientemente que les recordaron los anuncios (tres)
que Jesucristo les había dicho en Galilea, que tenía que padecer, morir para
resucitar al tercer día. También nosotros debemos tener presentes estos tres
anuncios en toda nuestra vida cristiana. Así dice el primer anuncio, de 9,22: "El Hijo del
hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día”.
Ellas fueron y les comunicaron a los Once apóstoles
todas estas cosas. Dice el evangelista que a los apóstoles todas estas cosas
les parecían desatinos y no les creían. Pedro corrió al sepulcro y
efectivamente vio las vendas pero a Jesús, no.
Enseguida, pasa Lucas a platicarnos el
formidable encuentro que tuvo Jesús con dos de sus discípulos, que no eran de
los doce, cómo caminó Jesús con ellos explicándoles los pasajes de la Biblia,
del antiguo testamento que hablan acerca de él y finalmente, cómo se sentó a la
mesa con ellos. Lo reconocieron cuando partió el pan. Ya en el camino habían
sentido ellos que el corazón les ardía en el pecho cuando lo iban escuchando.
Nosotros nos debemos preguntar si también nos arde el corazón cuando nos
ponemos a leer páginas de la Biblia, ya sea pasajes que nos hablan de él, o
mejor aún, pasajes en los que nos habla él en persona. Cómo quisiéramos que
nuestro catolicismo, el de todos los que nos decimos católicos, fuera
adquiriendo esta modalidad: leer diariamente la Biblia para que nos hable de Jesús.
Los discípulos se regresaron apresuradamente a
Jerusalén para reunirse con los apóstoles y compartirles este encuentro que
habían vivido con el Resucitado. Encontrarse con Jesucristo viviente, es una
experiencia que no se puede ocultar, hay que pasarla a los demás. Aquí empieza
la lectura de hoy domingo. Estaban en eso cuando se presenta Jesús en medio de
ellos. No les dice ‘buenas noches’, ni ‘Dios los bendiga’, sino ‘la paz’,
Shalom.
Como lo acabamos de escuchar, Jesucristo se empeña
en dejarles bien clara su corporalidad resucitada. ¿Por qué? Porque no quiere
que le vayan a decir al mundo que les pareció como que lo vieron, en penumbras,
como el fantasma de un muerto que se nos aparece. Volvamos sobre la insistencia
de Jesús: "Miren mis manos y mis pies.
Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni
huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies… ¿Tienen aquí
algo de comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a
comer delante de ellos”.
Estas palabras nos envían a
nosotros a todo el camino de Jesús en Galilea: su encarnación en el vientre de
María, donde tomó un cuerpo; su nacimiento en Belén, como el más pobre de los
pobres; sus encuentros con los pobres, los enfermos, los pecadores, los impuros
y contaminados; sus conflictos con los magistrados judíos. El Resucitado es el
mismo Encarnado y Crucificado. Nunca habremos de quitarle todas esas páginas al
Evangelio para engolosinarnos con la vida resucitada de Jesús. Más bien hemos
de contemplarlo y vivirlo como Resucitado en cada uno de sus milagros, de sus
enseñanzas, de sus encuentros con la gente, con aquellos con los que él se
identifica, en aquellos en los que Jesús sufre y goza. Es Jesucristo vivo el
que nos habla, el que nos convoca, el que nos fortalece y nos llena de gracia,
el que continúa enviándonos a dar testimonio de su Persona, de su buena noticia
para los pobres, y a partir de los pobres, para todos los seres humanos, el que
nos sigue involucrando en su proyecto del reino de Dios. Con él, presente entre
nosotros, comprendemos cabalmente lo que les decía a los fariseos en una
ocasión: "el Reino de Dios ya está entre
ustedes” (Lucas 17,20).